/ lunes 27 de agosto de 2018

Con café y a media luz | Todo es cuestión de ganas y de…

Aunque estuvetentado a caer en un pecaminoso acto de egoísmo en esta mañana, gentil amigo lector, la prudencia puso el freno debido a mi falta de sensatez y los renglones, por su parte, hicieron lo propio y llevaron el contenido de esta entrega hacia una reflexión más provechosa para todos nosotros como comunidad que conforma una zona conurbada.

Lo anterior merece su justa explicación. Había pensado en charlar con usted acerca de mis recuerdos de niño, adolescente, adulto joven y mis vivencias temporalmente cercanas, ya que hoy, este servidor está llegando a los 39 “agostos” y, como decía un viejo comercial noventero de la Comisión Federal de Electricidad: “Se dice fácil, pero se requiere de un gran esfuerzo”.

Pues bien, este fin de semana tuve la oportunidad de comer en un restaurante ubicado en el octavo piso de un moderno hotel que está en el centro histórico de nuestra ciudad. La característica principal de este tipo de conceptos innovadores en materia de turismo de negocios es la optimización de espacio, tiempo y recursos en beneficio de aquellos que deciden tomar una habitación.

Asimismo, hay áreas como lobbies, restaurantes y cafeterías, que pueden ser disfrutados por aquellos que no son huéspedes de dicho establecimiento.

Como este servicio no es muy conocido, el área de restaurante estaba completamente vacía. Así que no tuve problema en acomodarme frente un ventanal que me presentaba la vista majestuosa de los bellísimos edificios aledaños a la Plaza de La Libertad.

Sentado allí, admiré con detenimiento la sobriedad de los arcos y barandales de una de las joyerías más tradicionales del puerto; a su lado, el edificio de Correos y el de Telégrafos que parecen pálidos gigantes enmudecidos que se han dedicado a dar fe y testimonio del desarrollo incansable del puerto jaibo.

Aunque distante, se apreciaba la soberbia militar del general Porfirio Díaz que no se cansa de vigilar lo que acontece en el kiosco que se yergue frente a él.

Debo reconocerle, gentil amigo lector, que me dolió, en este cuadro que le describo, la ausencia del otrora “Bar Palacio”. ¿Lo recuerda? Detalle curioso el que le voy a compartir y que me saca de contexto, pero de igual manera haca énfasis en la pregunta del renglón anterior. Recientemente le pedí “la bajada” a un amigo de la ruta Colonias Centro y se me ocurrió decirle como referencia: “Me deja en el Bar Palacio, por favor”. Me miró con un gesto de desprecio y confusión a través del retrovisor y me preguntó “¿En dónde?”, así que opté por señalarle la vetusta construcción y, el conductor, al identificarla, me lanzó su aclaración: “¡Ese no se llamaba Bar Palacio, se llamaba …!”, el nombre no lo puedo escribir pues la marca aún existe y es indicativa del marino aquel que cobraba fuerza sobrehumana al consumir una lata de espinacas. El saqueo a mi tesoro de recuerdos de la infancia fue más que brutal y despiadado.

Volviendo a la charla inicial, estando en esa terraza, pude maravillarme con el trajín del río Pánuco y el horizonte veracruzano que se dibujaba al fondo, casas de la colonia California, de aquel lado del río, y hasta la carpa de un circo ubicado en Pueblo Viejo.

Vivimos en un lugar bellísimo, pero nos hemos propuesto ensuciarlo, mancharlo, descuidarlo, destruirlo y acabarlo. Somos seres inconscientes que lo mismo nos da el tirar la basura a media plaza o arrojarla a los canales a cielo abierto esperando que el camión pase por ella o que una comisión venga a desazolvar o “desaparecer” nuestro desperdicio y nuestra falta de cultura y respeto por el entorno.

Estamos empecinados en seguir haciendo pintas y destruir nuestros parques y jardines y, cuando por fin los aniquilamos, le demandamos a la autoridad la mejoría inmediata y la reparación a la condición en la que se encuentran. ¿Gusta usted un ejemplo? ¡Muy sencillo! La pista de la laguna del Carpintero.

Desde que fue reinaugurada con asfalto y protección y otros materiales que pudieran garantizar una mayor durabilidad, la administración municipal colocó a lo largo del trayecto señalética clara en la que se indicaba que está prohibido andar en bicicletas, patines, carriolas y zapatillas, así como deambular con perros. Lo mismo se difundió por todos los medios de comunicación de la localidad.

¿Hemos hecho caso al respecto?, ¿Hemos atendido a este llamado? ¡No!

Vaya usted una mañana y observe la cantidad de personas que deciden sacar a pasear a sus mascotas a este lugar que hoy por hoy parece ser el baño público de los canes y pone de manifiesto la vergonzosa comodidad de los dueños que allí dejan “la gracia” del animal de su propiedad. Asista una tarde y mire cuanto chiquillo anda en bicicleta propia o rentada o en patines. Concurra un viernes o sábado y señale a las quinceañeras o parejas de novios que, con el pretexto de la sesión fotográfica, le clavan el tacón de la zapatilla a la placa para correr.

Estoy seguro que vivimos en la ciudad más bella del mundo, pero también puede ser la más limpia, atractiva y se puede convertir en el destino más deseado para vivir, solo es cuestión de ganas y de tener un poquito más de… cultura.

¡Hasta la próxima!


Aunque estuvetentado a caer en un pecaminoso acto de egoísmo en esta mañana, gentil amigo lector, la prudencia puso el freno debido a mi falta de sensatez y los renglones, por su parte, hicieron lo propio y llevaron el contenido de esta entrega hacia una reflexión más provechosa para todos nosotros como comunidad que conforma una zona conurbada.

Lo anterior merece su justa explicación. Había pensado en charlar con usted acerca de mis recuerdos de niño, adolescente, adulto joven y mis vivencias temporalmente cercanas, ya que hoy, este servidor está llegando a los 39 “agostos” y, como decía un viejo comercial noventero de la Comisión Federal de Electricidad: “Se dice fácil, pero se requiere de un gran esfuerzo”.

Pues bien, este fin de semana tuve la oportunidad de comer en un restaurante ubicado en el octavo piso de un moderno hotel que está en el centro histórico de nuestra ciudad. La característica principal de este tipo de conceptos innovadores en materia de turismo de negocios es la optimización de espacio, tiempo y recursos en beneficio de aquellos que deciden tomar una habitación.

Asimismo, hay áreas como lobbies, restaurantes y cafeterías, que pueden ser disfrutados por aquellos que no son huéspedes de dicho establecimiento.

Como este servicio no es muy conocido, el área de restaurante estaba completamente vacía. Así que no tuve problema en acomodarme frente un ventanal que me presentaba la vista majestuosa de los bellísimos edificios aledaños a la Plaza de La Libertad.

Sentado allí, admiré con detenimiento la sobriedad de los arcos y barandales de una de las joyerías más tradicionales del puerto; a su lado, el edificio de Correos y el de Telégrafos que parecen pálidos gigantes enmudecidos que se han dedicado a dar fe y testimonio del desarrollo incansable del puerto jaibo.

Aunque distante, se apreciaba la soberbia militar del general Porfirio Díaz que no se cansa de vigilar lo que acontece en el kiosco que se yergue frente a él.

Debo reconocerle, gentil amigo lector, que me dolió, en este cuadro que le describo, la ausencia del otrora “Bar Palacio”. ¿Lo recuerda? Detalle curioso el que le voy a compartir y que me saca de contexto, pero de igual manera haca énfasis en la pregunta del renglón anterior. Recientemente le pedí “la bajada” a un amigo de la ruta Colonias Centro y se me ocurrió decirle como referencia: “Me deja en el Bar Palacio, por favor”. Me miró con un gesto de desprecio y confusión a través del retrovisor y me preguntó “¿En dónde?”, así que opté por señalarle la vetusta construcción y, el conductor, al identificarla, me lanzó su aclaración: “¡Ese no se llamaba Bar Palacio, se llamaba …!”, el nombre no lo puedo escribir pues la marca aún existe y es indicativa del marino aquel que cobraba fuerza sobrehumana al consumir una lata de espinacas. El saqueo a mi tesoro de recuerdos de la infancia fue más que brutal y despiadado.

Volviendo a la charla inicial, estando en esa terraza, pude maravillarme con el trajín del río Pánuco y el horizonte veracruzano que se dibujaba al fondo, casas de la colonia California, de aquel lado del río, y hasta la carpa de un circo ubicado en Pueblo Viejo.

Vivimos en un lugar bellísimo, pero nos hemos propuesto ensuciarlo, mancharlo, descuidarlo, destruirlo y acabarlo. Somos seres inconscientes que lo mismo nos da el tirar la basura a media plaza o arrojarla a los canales a cielo abierto esperando que el camión pase por ella o que una comisión venga a desazolvar o “desaparecer” nuestro desperdicio y nuestra falta de cultura y respeto por el entorno.

Estamos empecinados en seguir haciendo pintas y destruir nuestros parques y jardines y, cuando por fin los aniquilamos, le demandamos a la autoridad la mejoría inmediata y la reparación a la condición en la que se encuentran. ¿Gusta usted un ejemplo? ¡Muy sencillo! La pista de la laguna del Carpintero.

Desde que fue reinaugurada con asfalto y protección y otros materiales que pudieran garantizar una mayor durabilidad, la administración municipal colocó a lo largo del trayecto señalética clara en la que se indicaba que está prohibido andar en bicicletas, patines, carriolas y zapatillas, así como deambular con perros. Lo mismo se difundió por todos los medios de comunicación de la localidad.

¿Hemos hecho caso al respecto?, ¿Hemos atendido a este llamado? ¡No!

Vaya usted una mañana y observe la cantidad de personas que deciden sacar a pasear a sus mascotas a este lugar que hoy por hoy parece ser el baño público de los canes y pone de manifiesto la vergonzosa comodidad de los dueños que allí dejan “la gracia” del animal de su propiedad. Asista una tarde y mire cuanto chiquillo anda en bicicleta propia o rentada o en patines. Concurra un viernes o sábado y señale a las quinceañeras o parejas de novios que, con el pretexto de la sesión fotográfica, le clavan el tacón de la zapatilla a la placa para correr.

Estoy seguro que vivimos en la ciudad más bella del mundo, pero también puede ser la más limpia, atractiva y se puede convertir en el destino más deseado para vivir, solo es cuestión de ganas y de tener un poquito más de… cultura.

¡Hasta la próxima!