/ domingo 19 de enero de 2020

Tramoya | La danza de la vida

Unas personas se reunieron para discutir asuntos importantes, pues una avalancha de calamidades había golpeado su comarca, pensaban que Dios los había abandonado a merced de terribles males.

Hombres y mujeres se preguntaban dónde estaba Dios, algunos dijeron que está en los cielos, otros, que se encuentra en las profundidades del mar; unos más mencionaron que habitaba una estrella lejana. Un anciano, que había escuchado con atención las diferentes opiniones, exclamó: - He tenido una larga vida y sé que cuando me han sobrevenido problemas muy fuertes, sólo he tenido que refugiarme en mi corazón y ahí he encontrado a Dios.

Dios danza al ritmo de los compás más perfectos. Creó los cielos y la Tierra. Formó todo lo existente. Creó el universo y las profundidades del océano, colorea los atardeceres rojizos, cubre con un manto blanco a la luna hechicera, transforma de verde la inmensa sabana del bosque, es el pájaro carpintero que golpea con su pico el duro árbol, es el pajarillo que canta, la música hermosa que sale de su pecho, es el hombre que camina majestuoso por la tierra, es el niño que juega.

De Dios es la creación total y la vida su danza, por eso baila armoniosamente en los campos verdes, en el azul de mar, cadenciosamente se mueve por las galaxias lejanas, y aún en la tierra más recóndita. Él es la mente maestra, el Ser iluminado, la última meta. No conoce el tiempo, ni pasado, ni futuro, sólo vive en el presente. Por eso, nos ha obsequiado la existencia, para danzar, para celebrar, para deleitarnos con la vida.

El universo entero es su pista de baile, sus instrumentos: el amor, y la compasión, su música es producida por el silencio de los ángeles; las estrellas iluminan sus pasos, y su escenografía es la Vía Láctea. Su espíritu envuelve todo, erige todo, sabe todo. Sus pensamientos crean montañas, apacigua mares. Con su aliento protege nuestra alma, alarga su mano y acaricia con el viento nuestro rostro; mueve la otra y entibia nuestros huesos.

Danzar es emocionarse, es convertirse en un corazón bondadoso, una alma que fluye, que da cobijo al necesitado. Que tu danza en esta aventura llamada vida sea fortalecida por la ética, por la paz y felicidad para todos los seres vivos. Celebremos la creación de Dios, la totalidad de la vida, y su mejor invento: el hombre.

Unas personas se reunieron para discutir asuntos importantes, pues una avalancha de calamidades había golpeado su comarca, pensaban que Dios los había abandonado a merced de terribles males.

Hombres y mujeres se preguntaban dónde estaba Dios, algunos dijeron que está en los cielos, otros, que se encuentra en las profundidades del mar; unos más mencionaron que habitaba una estrella lejana. Un anciano, que había escuchado con atención las diferentes opiniones, exclamó: - He tenido una larga vida y sé que cuando me han sobrevenido problemas muy fuertes, sólo he tenido que refugiarme en mi corazón y ahí he encontrado a Dios.

Dios danza al ritmo de los compás más perfectos. Creó los cielos y la Tierra. Formó todo lo existente. Creó el universo y las profundidades del océano, colorea los atardeceres rojizos, cubre con un manto blanco a la luna hechicera, transforma de verde la inmensa sabana del bosque, es el pájaro carpintero que golpea con su pico el duro árbol, es el pajarillo que canta, la música hermosa que sale de su pecho, es el hombre que camina majestuoso por la tierra, es el niño que juega.

De Dios es la creación total y la vida su danza, por eso baila armoniosamente en los campos verdes, en el azul de mar, cadenciosamente se mueve por las galaxias lejanas, y aún en la tierra más recóndita. Él es la mente maestra, el Ser iluminado, la última meta. No conoce el tiempo, ni pasado, ni futuro, sólo vive en el presente. Por eso, nos ha obsequiado la existencia, para danzar, para celebrar, para deleitarnos con la vida.

El universo entero es su pista de baile, sus instrumentos: el amor, y la compasión, su música es producida por el silencio de los ángeles; las estrellas iluminan sus pasos, y su escenografía es la Vía Láctea. Su espíritu envuelve todo, erige todo, sabe todo. Sus pensamientos crean montañas, apacigua mares. Con su aliento protege nuestra alma, alarga su mano y acaricia con el viento nuestro rostro; mueve la otra y entibia nuestros huesos.

Danzar es emocionarse, es convertirse en un corazón bondadoso, una alma que fluye, que da cobijo al necesitado. Que tu danza en esta aventura llamada vida sea fortalecida por la ética, por la paz y felicidad para todos los seres vivos. Celebremos la creación de Dios, la totalidad de la vida, y su mejor invento: el hombre.