/ domingo 17 de mayo de 2020

Tramoya | Los instantes de la vida

Hay momentos en que la existencia brinda sus mejores galas, rojos atardeceres, cielos sembrados de estrellas, gaviotas que juegan con la espuma del mar, intensos verdes que llenan de vida la pupila, instantes mágicos, coloridos, majestuosos. Nada pareciera ensombrecer la alegría, derribar la grandeza, cuando de pronto una noticia, un hecho trágico, cimbra nuestra piel.

Cómo enfrentar estas vueltas que derrama la vida que, de segundos de felicidad, se convierten en periodos de verdadera agonía, donde pareciera que el espíritu no puede soportar el dolor, eclipsando nuestro mundo personal. A quién recurrir en estos momentos de desesperación, quién puede socorrernos ante la angustia, la vida, sólo la vida, es la respuesta, porque la vida no lacera nuestra existencia, sino que nos enseña que muchas de las preocupaciones y miedos son fruto de las malas decisiones que tomamos.

La vida nos enseña que ante la más grande adversidad siempre existe la oportunidad de resurgir el espíritu, de despertar lo mejor en nosotros, encontrar un lugar en el corazón donde el hombre puede hallar la paz; aunque por instantes una noticia como la pérdida de un ser querido pueda devastar nuestra humanidad, siempre en la quietud del espíritu, en la aceptación de las situaciones, en el conocimiento de las emociones se puede regresar al camino de la esperanza.

Un gran hombre, Sócrates (Atenas, 470 a.C.-399 a.C), empezó a morir por verse obligado a beber la cicuta, ante este hecho sus alumnos empezaron a conmoverse, pero él exclamó: “¡Parad! No me molestéis, dejadme investigar qué es la muerte. Podéis llorar luego, cuando haya partido”. Entonces comenzó a narrar: “Mis pies se están entumiendo, pero sigo siendo como era antes. Mis pies se han ido, mis piernas se han ido, mi estómago se está entumiendo, mis manos se están entumeciendo, no se me ha quitado nada, ahora mi lengua se está entumiendo. Pero os digo estas últimas palabras: nada puede tomarme a mí, aún soy el mismo, total”.

Entrégate ante la vida, por más que a tu sendero lo invada la oscuridad, vida y mundo se nos fue obsequiado; afróntalos con valentía, que todo suceso feliz o desdichado se convertirán en sólo momentos, pues alegría y dolor son pasajeros, lo único perenne es lo que aprendes en este lugar, la enseñanza máxima, que el hombre es uno con la vida, es uno con aquel que formó la vida, los dos son uno. La energía del más grande está en el más pequeño, su voz inmersa en las montañas, en los ríos y valles que no se cansan de murmurar en los instantes de desaliento: “Levántate, resplandece, porque ha llegado tu luz y la gloria del Señor ha amanecido sobre ti" (Isaías 60:1)

La vida nos enseña que ante la más grande adversidad siempre existe la oportunidad de resurgir el espíritu

Hay momentos en que la existencia brinda sus mejores galas, rojos atardeceres, cielos sembrados de estrellas, gaviotas que juegan con la espuma del mar, intensos verdes que llenan de vida la pupila, instantes mágicos, coloridos, majestuosos. Nada pareciera ensombrecer la alegría, derribar la grandeza, cuando de pronto una noticia, un hecho trágico, cimbra nuestra piel.

Cómo enfrentar estas vueltas que derrama la vida que, de segundos de felicidad, se convierten en periodos de verdadera agonía, donde pareciera que el espíritu no puede soportar el dolor, eclipsando nuestro mundo personal. A quién recurrir en estos momentos de desesperación, quién puede socorrernos ante la angustia, la vida, sólo la vida, es la respuesta, porque la vida no lacera nuestra existencia, sino que nos enseña que muchas de las preocupaciones y miedos son fruto de las malas decisiones que tomamos.

La vida nos enseña que ante la más grande adversidad siempre existe la oportunidad de resurgir el espíritu, de despertar lo mejor en nosotros, encontrar un lugar en el corazón donde el hombre puede hallar la paz; aunque por instantes una noticia como la pérdida de un ser querido pueda devastar nuestra humanidad, siempre en la quietud del espíritu, en la aceptación de las situaciones, en el conocimiento de las emociones se puede regresar al camino de la esperanza.

Un gran hombre, Sócrates (Atenas, 470 a.C.-399 a.C), empezó a morir por verse obligado a beber la cicuta, ante este hecho sus alumnos empezaron a conmoverse, pero él exclamó: “¡Parad! No me molestéis, dejadme investigar qué es la muerte. Podéis llorar luego, cuando haya partido”. Entonces comenzó a narrar: “Mis pies se están entumiendo, pero sigo siendo como era antes. Mis pies se han ido, mis piernas se han ido, mi estómago se está entumiendo, mis manos se están entumeciendo, no se me ha quitado nada, ahora mi lengua se está entumiendo. Pero os digo estas últimas palabras: nada puede tomarme a mí, aún soy el mismo, total”.

Entrégate ante la vida, por más que a tu sendero lo invada la oscuridad, vida y mundo se nos fue obsequiado; afróntalos con valentía, que todo suceso feliz o desdichado se convertirán en sólo momentos, pues alegría y dolor son pasajeros, lo único perenne es lo que aprendes en este lugar, la enseñanza máxima, que el hombre es uno con la vida, es uno con aquel que formó la vida, los dos son uno. La energía del más grande está en el más pequeño, su voz inmersa en las montañas, en los ríos y valles que no se cansan de murmurar en los instantes de desaliento: “Levántate, resplandece, porque ha llegado tu luz y la gloria del Señor ha amanecido sobre ti" (Isaías 60:1)

La vida nos enseña que ante la más grande adversidad siempre existe la oportunidad de resurgir el espíritu