/ domingo 14 de junio de 2020

Tramoya | Una existencia de luz

La mayor aventura que existe en esta tierra es la vida. Me di cuenta de esto cuando una amiga, por el otro lado del auricular, me confesaba haberse separado de su pareja: -“No lo puedo olvidar- me comentó-, su recuerdo llega a mi cabeza como un mazo que me golpea fuertemente. Pienso que puedo morir de amor en cualquier instante”.

Aunque mi amiga mencionaba llevar días en la cama viendo películas de desamor y escuchando canciones melancólicas, yo recordé mis años de adolescencia cuando sufría esta forma de infortunios cuando no era aceptado por la chica a la que dirigía mis flirteos amorosos, quien me mandaba a navegar por noches de dolor, donde quizás hubieran florecido más las penas si no hubiera tomado un libro de la biblioteca de mi padre, para refugiarme en la lectura.

De ese libro recuerdo el caso de un hombre que había perdido a su querida madre a quien adoraba encarecidamente. El hombre cayó en depresión, pues no vislumbraba que, a pesar de la oscuridad, aún podía haber una luz que emerge por la claraboya. Un día su hijo de sólo diez años le solicitó ayuda para armar un avión a escala. Durante un par de horas padre e hijo se enfrascaron en montar el aeroplano. Al concluir la maniobra, el sujeto recapacitó que esas horas de trabajo habían sido las únicas de paz que había tenido en semanas.

Dice el escritor Jonathan Swift (1667-1745): “Los mejores doctores del mundo son: el doctor dieta, el doctor tranquilidad y el doctor alegría”. Y estoy totalmente de acuerdo en esta aseveración. La alegría es un factor importante para llevar una existencia de luz. Esta sólo se halla en el desarrollo de nuestros dones; por eso, he descubierto que quienes se hayan ocupados en planear, desarrollar las acciones de su pasión son almas felices y joviales. Nunca les afectan tanto los infortunios, pues son personas animosas que se embarcan en proyectos luminosos, que los hace autorrealizarse y, por ende, derramar su felicidad por todos los puertos del mundo.

A mi amiga sólo le puedo decir que todo lo bueno y lo malo pasa tarde que temprano. Por más dolor que sienta en estos momentos, nadie muere de amor, yo también en algún instante tuve descalabros que me hicieron desfallecer, aunque el padre tiempo me arropó. Hoy, a la distancia de aquellas desventuras, me encuentro como los árboles: de pie, comprendiendo que no todo lo que solicitamos se nos concede. Mi amiga al final de la conversación me solicitó un consejo; yo sólo le manifesté que debía salir de la cama y brincar a la vida. Existen tantas situaciones que realizar, sólo hay que izar las velas de tu embarcación y dirigirte hacia el puerto que tú requieras. En la vida se sube y se baja, se cae y se levanta; sólo recuerda que al final del ocaso, cuando sobreviene la oscuridad, existe todavía la luz que emiten las estrellas.

De ese libro recuerdo el caso de un hombre que había perdido a su querida madre a quien adoraba encarecidamente.

La mayor aventura que existe en esta tierra es la vida. Me di cuenta de esto cuando una amiga, por el otro lado del auricular, me confesaba haberse separado de su pareja: -“No lo puedo olvidar- me comentó-, su recuerdo llega a mi cabeza como un mazo que me golpea fuertemente. Pienso que puedo morir de amor en cualquier instante”.

Aunque mi amiga mencionaba llevar días en la cama viendo películas de desamor y escuchando canciones melancólicas, yo recordé mis años de adolescencia cuando sufría esta forma de infortunios cuando no era aceptado por la chica a la que dirigía mis flirteos amorosos, quien me mandaba a navegar por noches de dolor, donde quizás hubieran florecido más las penas si no hubiera tomado un libro de la biblioteca de mi padre, para refugiarme en la lectura.

De ese libro recuerdo el caso de un hombre que había perdido a su querida madre a quien adoraba encarecidamente. El hombre cayó en depresión, pues no vislumbraba que, a pesar de la oscuridad, aún podía haber una luz que emerge por la claraboya. Un día su hijo de sólo diez años le solicitó ayuda para armar un avión a escala. Durante un par de horas padre e hijo se enfrascaron en montar el aeroplano. Al concluir la maniobra, el sujeto recapacitó que esas horas de trabajo habían sido las únicas de paz que había tenido en semanas.

Dice el escritor Jonathan Swift (1667-1745): “Los mejores doctores del mundo son: el doctor dieta, el doctor tranquilidad y el doctor alegría”. Y estoy totalmente de acuerdo en esta aseveración. La alegría es un factor importante para llevar una existencia de luz. Esta sólo se halla en el desarrollo de nuestros dones; por eso, he descubierto que quienes se hayan ocupados en planear, desarrollar las acciones de su pasión son almas felices y joviales. Nunca les afectan tanto los infortunios, pues son personas animosas que se embarcan en proyectos luminosos, que los hace autorrealizarse y, por ende, derramar su felicidad por todos los puertos del mundo.

A mi amiga sólo le puedo decir que todo lo bueno y lo malo pasa tarde que temprano. Por más dolor que sienta en estos momentos, nadie muere de amor, yo también en algún instante tuve descalabros que me hicieron desfallecer, aunque el padre tiempo me arropó. Hoy, a la distancia de aquellas desventuras, me encuentro como los árboles: de pie, comprendiendo que no todo lo que solicitamos se nos concede. Mi amiga al final de la conversación me solicitó un consejo; yo sólo le manifesté que debía salir de la cama y brincar a la vida. Existen tantas situaciones que realizar, sólo hay que izar las velas de tu embarcación y dirigirte hacia el puerto que tú requieras. En la vida se sube y se baja, se cae y se levanta; sólo recuerda que al final del ocaso, cuando sobreviene la oscuridad, existe todavía la luz que emiten las estrellas.

De ese libro recuerdo el caso de un hombre que había perdido a su querida madre a quien adoraba encarecidamente.