/ sábado 17 de agosto de 2019

Un antes y un después

Hay momentos en la vida que anticipan un antes y un después. La primera vez que nos dicen que tener una mascota es gran responsabilidad.

Cuando aprendemos a conducir un auto. La primera multa de tránsito. Cuando robamos el primer beso romántico (robado vale doble). Asistimos al primer examen de admisión. Cumplimos dieciocho años y tramitamos la credencial del INE, con éxito.

El momento que votamos en unas elecciones políticas y…ganamos.

El primer ascenso en el trabajo.

El primer cheque de nómina derrochado.

El primer despido. El instante en que finalmente nos enteramos de las posibles consecuencias del juego de las flores y las abejas.

Sin embargo, poco se asemeja, de veras, al momento en que nos percatamos que somos invisibles para cualquier chica guapa de menos de veinte años…o un poco mayor.

Sabemos que nos encontramos en la adultez honda y profunda, cuando nos dicen señor o “don”. Cuando uno de nuestros camaradas experimenta su primer divorcio, ingresa al buró de crédito, tiene un conato de infarto, reincide en segundo o tercer casamiento, y vemos que los números del reciente directorio telefónico parecen signos borrosos e ininteligibles.

Ya no nos cocemos al primer hervor, cuando extraviamos los anteojos ( señal de haber cruzado el precipicio generacional, y debemos rogar a alguien—que esté cerca-, para que como buen samaritano nos diga el número que deseamos leer.

Eres adulto muy mayor cuando consultas a un millennial acerca de para qué sirve una tecla del teléfono móvil, y este te mira como si fueras un ser alienígena que acaba de descender de su nave.

Nadie supera impunemente el paso de los años. El tiempo no respeta a nadie. Afirmar lo contrario, resulta harto sospechoso. Inspira desconfianza.

No es tan malo, después de todo. El llegar a la temida adultez significa que se pagó el precio y se sabe lo que es tropezar, levantarse y seguir, pese a todo. Supone despertar súbitamente a las tres de la mañana, escuchar en la oscuridad los acelerados latidos del corazón, enfrascarse en cuestiones filosóficas absurdas, y volverse a dormir.

Las cicatrices propias del paso del tiempo, de la “edad”, son como las medallas que los veteranos de guerra traen colgadas en el pecho y presumen con un orgullo mal disimulado. Esas marcas, son el mapa del alma.

NOTA DEL DÍA.- México entregará apoyos de 250 dólares en países centroamericanos, como parte de los programas Jóvenes Construyendo el Futuro, y Sembrando Vida en Centroamerica, cuyo objetivo es el desarrollo integral de esa región para generar empleos. La idea de proporcionar apoyos a El Salvador y Honduras por ser consideradas naciones expulsoras de migrantes es adecuada visto desde una visión humanitaria, pero también bajo el presupuesto de que México saldría beneficiado, porque eventualmente dejaríamos de ser un paso o corredor importante de migrantes hacia territorio estadounidense, en la afanosa búsqueda del “sueño americano”.

El fortalecimiento del otro lado de nuestra frontera sur podría ir más allá todavía. Permítame parafrasear al secretario de Estado del Presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson, el inefable Richard Lansing: “La solución necesita de más tiempo: debemos abrirle a los jóvenes centroamericanos ambiciosos las puertas de nuestras universidades y hacer el esfuerzo de educarlos en nuestro modo de vida, en nuestros valores y en el respeto al liderazgo de México. Los países de Centroamérica necesitaran de administradores competentes. Con el tiempo, esos jóvenes llegarán a ocupar cargos importantes y eventualmente se adueñarán de la presidencia en sus naciones. Sin necesidad de que México gaste un centavo, ni dispare un solo tiro, harán lo que queremos. Y lo harán mejor y más radicalmente que nosotros”.

Hay momentos en la vida que anticipan un antes y un después. La primera vez que nos dicen que tener una mascota es gran responsabilidad.

Cuando aprendemos a conducir un auto. La primera multa de tránsito. Cuando robamos el primer beso romántico (robado vale doble). Asistimos al primer examen de admisión. Cumplimos dieciocho años y tramitamos la credencial del INE, con éxito.

El momento que votamos en unas elecciones políticas y…ganamos.

El primer ascenso en el trabajo.

El primer cheque de nómina derrochado.

El primer despido. El instante en que finalmente nos enteramos de las posibles consecuencias del juego de las flores y las abejas.

Sin embargo, poco se asemeja, de veras, al momento en que nos percatamos que somos invisibles para cualquier chica guapa de menos de veinte años…o un poco mayor.

Sabemos que nos encontramos en la adultez honda y profunda, cuando nos dicen señor o “don”. Cuando uno de nuestros camaradas experimenta su primer divorcio, ingresa al buró de crédito, tiene un conato de infarto, reincide en segundo o tercer casamiento, y vemos que los números del reciente directorio telefónico parecen signos borrosos e ininteligibles.

Ya no nos cocemos al primer hervor, cuando extraviamos los anteojos ( señal de haber cruzado el precipicio generacional, y debemos rogar a alguien—que esté cerca-, para que como buen samaritano nos diga el número que deseamos leer.

Eres adulto muy mayor cuando consultas a un millennial acerca de para qué sirve una tecla del teléfono móvil, y este te mira como si fueras un ser alienígena que acaba de descender de su nave.

Nadie supera impunemente el paso de los años. El tiempo no respeta a nadie. Afirmar lo contrario, resulta harto sospechoso. Inspira desconfianza.

No es tan malo, después de todo. El llegar a la temida adultez significa que se pagó el precio y se sabe lo que es tropezar, levantarse y seguir, pese a todo. Supone despertar súbitamente a las tres de la mañana, escuchar en la oscuridad los acelerados latidos del corazón, enfrascarse en cuestiones filosóficas absurdas, y volverse a dormir.

Las cicatrices propias del paso del tiempo, de la “edad”, son como las medallas que los veteranos de guerra traen colgadas en el pecho y presumen con un orgullo mal disimulado. Esas marcas, son el mapa del alma.

NOTA DEL DÍA.- México entregará apoyos de 250 dólares en países centroamericanos, como parte de los programas Jóvenes Construyendo el Futuro, y Sembrando Vida en Centroamerica, cuyo objetivo es el desarrollo integral de esa región para generar empleos. La idea de proporcionar apoyos a El Salvador y Honduras por ser consideradas naciones expulsoras de migrantes es adecuada visto desde una visión humanitaria, pero también bajo el presupuesto de que México saldría beneficiado, porque eventualmente dejaríamos de ser un paso o corredor importante de migrantes hacia territorio estadounidense, en la afanosa búsqueda del “sueño americano”.

El fortalecimiento del otro lado de nuestra frontera sur podría ir más allá todavía. Permítame parafrasear al secretario de Estado del Presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson, el inefable Richard Lansing: “La solución necesita de más tiempo: debemos abrirle a los jóvenes centroamericanos ambiciosos las puertas de nuestras universidades y hacer el esfuerzo de educarlos en nuestro modo de vida, en nuestros valores y en el respeto al liderazgo de México. Los países de Centroamérica necesitaran de administradores competentes. Con el tiempo, esos jóvenes llegarán a ocupar cargos importantes y eventualmente se adueñarán de la presidencia en sus naciones. Sin necesidad de que México gaste un centavo, ni dispare un solo tiro, harán lo que queremos. Y lo harán mejor y más radicalmente que nosotros”.