/ jueves 7 de noviembre de 2019

Un buen hombre

Recién se han ido de vuelta al recuerdo nuestros muertos, en el ambiente aún se respira su calidez. Mi madre solía decir que uno no se va para siempre, que cuando un buen hombre muere dejando algo por cumplir siempre regresa para llevarlo a cabo

Sea verdad o no, pensando en ello me inspiré para escribir este pequeño cuento ambientado en la Revolución Mexicana, próxima a conmemorarse, como siempre espero les agrade.

El aire caliente abrasaba la curtida piel de los alzados en cuyos labios secos se dibujaban fisuras que sangraban tal como sangraba el alma de aquellos hombres y mujeres apostados en un montón de piedras y polvo que esperaban no sabían exactamente que pero esperaban lo mismo una orden, que una retirada o al menos, un mendrugo de pan.

Pero siempre proveniente de sus caudillos, morirían en la raya antes de retirarse por hambre o sed. Carne de cañón que sacrificaba su vida para irónicamente vivir mejor.

“A mí se me hace que no vendrá”, decía Lupe, la mujer de Chano, una soldadera que más que ser fiel a la causa lo era a su hombre, “Tú siempre tan desconfiada mujer, ya te dije que mi general mandará por nosotros, ¿a poco creíbas que nos iba a dejar? ¡Ay, mujer!”

En el apostado hombres heridos guardaban reposo en medio del mezcal mientras sus mujeres a su lado molían en el metate el poco maíz que quedaba para las tortillas. Lupe era una mujer recia, de carácter fuerte y tan leal que seguiría a Chano hasta la muerte, pero era lista y sagaz y ella presentía que aquel día algo no se estaba del todo bien.

Esa noche le tocó hacer guardia a Chano que tenía fe ciega en su general que durante casi dos meses no se había aparecido por el apostado y los víveres escaseaban. Lupe, como buena mexicana, le hacía caso a las corazonadas y esa noche estuvo despierta a unos cuantos metros de su hombre. El viento helado alborotaba el largo pelo de Lupe cuyo color negro azabache recordaba la belleza de la crin de los caballos que tanto amaba Chano.

Pasada la medianoche Chano se quedó dormido en la guardia, Lupe no lo quiso despertar por lo que se colocó la carrillera y con fusil en mano montó guardia en espera del alba, pero el sueño rezagado le jugaba malas pasadas sintiendo a ratos que los ojos se le cerraban y en uno de esos parpadeos, vio aproximarse a un hombre muy parecido al general; a punto estuvo de despertar a Chano, cuando el hombre llegó hasta donde estaba ella y le dijo: “No lo despiertes, déjalo dormir, mañana temprano despiértalos y diles que jalen pa’ el sur, allá los estarán esperando. Yo no había podido venir porque tuve un problema, diles que no me olvidé de ellos. Allá en el sur encontrarán harta comida y cobijo”.

“Así lo haré mi general, pero descanse un rato”, contestó Lupe, “No puedo, debo irme, recuerda al amanecer haz lo que te dije”, replicó el general y se marchó perdiéndose en la penumbra de la noche.

En cuanto cantó el gallo, Lupe transmitió el mensaje y Chano y los demás llegaron al sur donde los esperaban, sin embargo, ya entrada la tarde preguntaron por el general y los de ahí les contestaron que lo habían matado cuando iba en camino al campamento donde estaban apostados Chano y compañía para avisarles que un grupo de pelones tomaría muy pronto el lugar, por lo cual no se explicaban cómo habían logrado llegar hasta el campamento, Chano y Lupe sólo se miraron el uno al otro y contestaron: “Gracias a un buen hombre”.

Recién se han ido de vuelta al recuerdo nuestros muertos, en el ambiente aún se respira su calidez. Mi madre solía decir que uno no se va para siempre, que cuando un buen hombre muere dejando algo por cumplir siempre regresa para llevarlo a cabo

Sea verdad o no, pensando en ello me inspiré para escribir este pequeño cuento ambientado en la Revolución Mexicana, próxima a conmemorarse, como siempre espero les agrade.

El aire caliente abrasaba la curtida piel de los alzados en cuyos labios secos se dibujaban fisuras que sangraban tal como sangraba el alma de aquellos hombres y mujeres apostados en un montón de piedras y polvo que esperaban no sabían exactamente que pero esperaban lo mismo una orden, que una retirada o al menos, un mendrugo de pan.

Pero siempre proveniente de sus caudillos, morirían en la raya antes de retirarse por hambre o sed. Carne de cañón que sacrificaba su vida para irónicamente vivir mejor.

“A mí se me hace que no vendrá”, decía Lupe, la mujer de Chano, una soldadera que más que ser fiel a la causa lo era a su hombre, “Tú siempre tan desconfiada mujer, ya te dije que mi general mandará por nosotros, ¿a poco creíbas que nos iba a dejar? ¡Ay, mujer!”

En el apostado hombres heridos guardaban reposo en medio del mezcal mientras sus mujeres a su lado molían en el metate el poco maíz que quedaba para las tortillas. Lupe era una mujer recia, de carácter fuerte y tan leal que seguiría a Chano hasta la muerte, pero era lista y sagaz y ella presentía que aquel día algo no se estaba del todo bien.

Esa noche le tocó hacer guardia a Chano que tenía fe ciega en su general que durante casi dos meses no se había aparecido por el apostado y los víveres escaseaban. Lupe, como buena mexicana, le hacía caso a las corazonadas y esa noche estuvo despierta a unos cuantos metros de su hombre. El viento helado alborotaba el largo pelo de Lupe cuyo color negro azabache recordaba la belleza de la crin de los caballos que tanto amaba Chano.

Pasada la medianoche Chano se quedó dormido en la guardia, Lupe no lo quiso despertar por lo que se colocó la carrillera y con fusil en mano montó guardia en espera del alba, pero el sueño rezagado le jugaba malas pasadas sintiendo a ratos que los ojos se le cerraban y en uno de esos parpadeos, vio aproximarse a un hombre muy parecido al general; a punto estuvo de despertar a Chano, cuando el hombre llegó hasta donde estaba ella y le dijo: “No lo despiertes, déjalo dormir, mañana temprano despiértalos y diles que jalen pa’ el sur, allá los estarán esperando. Yo no había podido venir porque tuve un problema, diles que no me olvidé de ellos. Allá en el sur encontrarán harta comida y cobijo”.

“Así lo haré mi general, pero descanse un rato”, contestó Lupe, “No puedo, debo irme, recuerda al amanecer haz lo que te dije”, replicó el general y se marchó perdiéndose en la penumbra de la noche.

En cuanto cantó el gallo, Lupe transmitió el mensaje y Chano y los demás llegaron al sur donde los esperaban, sin embargo, ya entrada la tarde preguntaron por el general y los de ahí les contestaron que lo habían matado cuando iba en camino al campamento donde estaban apostados Chano y compañía para avisarles que un grupo de pelones tomaría muy pronto el lugar, por lo cual no se explicaban cómo habían logrado llegar hasta el campamento, Chano y Lupe sólo se miraron el uno al otro y contestaron: “Gracias a un buen hombre”.