/ domingo 24 de noviembre de 2019

Un club muy singular


Una de estas tardes otoñales, sentado en una de las bancas del parque de mi colonia, fui testigo silente del espectáculo maravilloso antes quizás inadvertido, de las abuelitas jugando con paciencia y alegre desenfado con sus nietos. Y comprendí cabalmente lo que ellas significan para nuestra vida.

Al contemplar ese amoroso cuidado con el que, literalmente, andan en persecución de los renuevos de sus prístinos retoños, pude percibir con claridad como es que Dios nos muestra, a través de su incondicional cariño, cuán cierto es que el amor es más fuerte que la muerte. Y hablo de ellas sean ya personas maduras o incluso más jóvenes o de la tercera edad, al fin y al cabo todas igualmente abuelas.

Ellas no necesitaron que el vientre les creciera otra vez, ni tuvieron que dar a luz de nuevo, como con paradójico gozo y dolor antaño lo hicieron, para poder ver cómo en el silencio de su asombro, la vida las asaltó sorpresivamente en ese pequeño ser, que con solo verlas, las reconoció como si las hubiera visto antes, y con su mirada inocente se adueñó para siempre de su alma.

Algunas de ellas, que un día fueron lumbre esplendorosa, son ahora fuego sosegado en cuyo rescoldo sin embargo aún brilla la luz y a pesar del cansancio natural fruto de los años, no han sido aún vencidas por su paso inexorable. Pero todas ven regocijadas cómo sus nietos les invitan a participar de nuevo en la hermosa danza de la vida, al mismo tiempo que ellos inauguran la suya. Y aceptan la invitación con el inusitado entusiasmo que sólo puede darles ese amor del que aún está lleno su corazón.

Y sorprendidas tal vez, jubiladas en cierto modo por sus hijos, pero recontratadas por los nietos, con las solas prestaciones que dan los besos, las palabras dulces y el cariño con que les hablan esos pedazos de su ser; sin otras obligaciones que las de ser un colorido mosaico de afecto profundo y un torrente inagotable de ternura del que aún tienen las manos llenas, y con la plenitud que sólo otorga el aprendizaje real de la vida, pueden claramente vivenciar lo que el amor en verdad significa y en lo que son expertas porque lo han podido conocer por partida doble..y hasta más.

Porque estoy seguro que no hay quien no sea capaz de recordar, a partir de que tuvo memoria, cómo, mientras sus papás trabajaban, estuvo ahí la abuelita, que con solicitud curó el raspón de aquella rodilla lastimada por la caída del columpio y junto con el ungüento y el abrazo supo enjugar aquellas lágrimas primeras con amoroso cuidado. Es posible que muchos no recuerden las veces que fue ella quien les llevó a la guardería o fue por ellos, aunque lo podrá ver más tarde, enmarcado en aquella foto en la pared o en el álbum familiar cuando salían de su mano o en sus brazos. Y quizás, por la modernidad, esté en la pantalla de inicio de su celular, y lo muestre a sus amigas con esa presunción y vanidad que solo nace del amor real y sincero, junto con esa sonrisa feliz que brota de su henchido corazón

Hay sin duda algo indefinible y magnífico en la contemplación de las abuelitas, aun en aquellas que no lo parezcan, jugando con sus nietos. Hay en ellas un dejo de nostalgia cuando las vemos empujar esa carreola en la que duerme plácidamente su nieto o cuando le impulsan para que pedalee su bicicleta con energía o le animan para que empiece a dar sin miedo sus primeros pasos, esos que de ahí en adelante le llevarán a crecer. Y como en todas ellas está presente sin duda ese recuerdo emocionado de cuando, recién estrenadas como mamás, hicieron otro tanto con sus propios hijos, en una ya lejana y añorada tarde de abril.

Por eso permítame decirle que si usted hasta ahora no ha podido o no se ha ´permitido disfrutar, así sea sólo por una vez, el discreto encanto de esa acuarela maravillosa que es una abuelita en estrecha comunión con su nieto, se ha perdido de un episodio fundamental de la aventura humana. En la contemplación de edades sin dispares que sin embargo se conjugan, podemos aprender dos lecciones: la vida que se enseña y la vida que se aprende, igual que vemos, en una de ellas, un trecho ya recorrido de la vida, que maravillosa se recicla, mientras que en la otra vemos como empieza ya a perfilarse un nuevo amanecer, como una rosa que brillante nace por el rumbo de la aurora.. Pero en ambas lecciones se compendia plenamente el sueño por la trascendencia que todos abrigamos en nuestro interior como aspiración alucinada de nuestro corazón.

Sean bienaventuradas las mujeres, ayer madres, hoy abuelas, porque se les concedió -regalo de Dios Vivo- participar de nuevo en el incesante fluir de la vida, a través de su amor incondicional, su generosa entrega y su devoción sin límites. Y porque no importa la edad, ni el tiempo ni la distancia, las mujeres serán siempre la mejor parte de nuestras vidas porque a todos sin excepción nos dieron un pedazo de sí mismas, cuando se decidieron ser madres.

Y porque -parafraseando el verso de un bello poema de F.G. Lorca- porque ellas simplemente son “corazón de azúcar y yerbaluisa”.

PS. En Argentina se celebra en noviembre el día de la Abuelita. Una buena idea. ¿No cree?

…Las abuelas son madres maravillosas…pero con mucha experiencia…Jay Hardgrove



Una de estas tardes otoñales, sentado en una de las bancas del parque de mi colonia, fui testigo silente del espectáculo maravilloso antes quizás inadvertido, de las abuelitas jugando con paciencia y alegre desenfado con sus nietos. Y comprendí cabalmente lo que ellas significan para nuestra vida.

Al contemplar ese amoroso cuidado con el que, literalmente, andan en persecución de los renuevos de sus prístinos retoños, pude percibir con claridad como es que Dios nos muestra, a través de su incondicional cariño, cuán cierto es que el amor es más fuerte que la muerte. Y hablo de ellas sean ya personas maduras o incluso más jóvenes o de la tercera edad, al fin y al cabo todas igualmente abuelas.

Ellas no necesitaron que el vientre les creciera otra vez, ni tuvieron que dar a luz de nuevo, como con paradójico gozo y dolor antaño lo hicieron, para poder ver cómo en el silencio de su asombro, la vida las asaltó sorpresivamente en ese pequeño ser, que con solo verlas, las reconoció como si las hubiera visto antes, y con su mirada inocente se adueñó para siempre de su alma.

Algunas de ellas, que un día fueron lumbre esplendorosa, son ahora fuego sosegado en cuyo rescoldo sin embargo aún brilla la luz y a pesar del cansancio natural fruto de los años, no han sido aún vencidas por su paso inexorable. Pero todas ven regocijadas cómo sus nietos les invitan a participar de nuevo en la hermosa danza de la vida, al mismo tiempo que ellos inauguran la suya. Y aceptan la invitación con el inusitado entusiasmo que sólo puede darles ese amor del que aún está lleno su corazón.

Y sorprendidas tal vez, jubiladas en cierto modo por sus hijos, pero recontratadas por los nietos, con las solas prestaciones que dan los besos, las palabras dulces y el cariño con que les hablan esos pedazos de su ser; sin otras obligaciones que las de ser un colorido mosaico de afecto profundo y un torrente inagotable de ternura del que aún tienen las manos llenas, y con la plenitud que sólo otorga el aprendizaje real de la vida, pueden claramente vivenciar lo que el amor en verdad significa y en lo que son expertas porque lo han podido conocer por partida doble..y hasta más.

Porque estoy seguro que no hay quien no sea capaz de recordar, a partir de que tuvo memoria, cómo, mientras sus papás trabajaban, estuvo ahí la abuelita, que con solicitud curó el raspón de aquella rodilla lastimada por la caída del columpio y junto con el ungüento y el abrazo supo enjugar aquellas lágrimas primeras con amoroso cuidado. Es posible que muchos no recuerden las veces que fue ella quien les llevó a la guardería o fue por ellos, aunque lo podrá ver más tarde, enmarcado en aquella foto en la pared o en el álbum familiar cuando salían de su mano o en sus brazos. Y quizás, por la modernidad, esté en la pantalla de inicio de su celular, y lo muestre a sus amigas con esa presunción y vanidad que solo nace del amor real y sincero, junto con esa sonrisa feliz que brota de su henchido corazón

Hay sin duda algo indefinible y magnífico en la contemplación de las abuelitas, aun en aquellas que no lo parezcan, jugando con sus nietos. Hay en ellas un dejo de nostalgia cuando las vemos empujar esa carreola en la que duerme plácidamente su nieto o cuando le impulsan para que pedalee su bicicleta con energía o le animan para que empiece a dar sin miedo sus primeros pasos, esos que de ahí en adelante le llevarán a crecer. Y como en todas ellas está presente sin duda ese recuerdo emocionado de cuando, recién estrenadas como mamás, hicieron otro tanto con sus propios hijos, en una ya lejana y añorada tarde de abril.

Por eso permítame decirle que si usted hasta ahora no ha podido o no se ha ´permitido disfrutar, así sea sólo por una vez, el discreto encanto de esa acuarela maravillosa que es una abuelita en estrecha comunión con su nieto, se ha perdido de un episodio fundamental de la aventura humana. En la contemplación de edades sin dispares que sin embargo se conjugan, podemos aprender dos lecciones: la vida que se enseña y la vida que se aprende, igual que vemos, en una de ellas, un trecho ya recorrido de la vida, que maravillosa se recicla, mientras que en la otra vemos como empieza ya a perfilarse un nuevo amanecer, como una rosa que brillante nace por el rumbo de la aurora.. Pero en ambas lecciones se compendia plenamente el sueño por la trascendencia que todos abrigamos en nuestro interior como aspiración alucinada de nuestro corazón.

Sean bienaventuradas las mujeres, ayer madres, hoy abuelas, porque se les concedió -regalo de Dios Vivo- participar de nuevo en el incesante fluir de la vida, a través de su amor incondicional, su generosa entrega y su devoción sin límites. Y porque no importa la edad, ni el tiempo ni la distancia, las mujeres serán siempre la mejor parte de nuestras vidas porque a todos sin excepción nos dieron un pedazo de sí mismas, cuando se decidieron ser madres.

Y porque -parafraseando el verso de un bello poema de F.G. Lorca- porque ellas simplemente son “corazón de azúcar y yerbaluisa”.

PS. En Argentina se celebra en noviembre el día de la Abuelita. Una buena idea. ¿No cree?

…Las abuelas son madres maravillosas…pero con mucha experiencia…Jay Hardgrove