/ miércoles 6 de noviembre de 2019

Un ejemplo de buen guión


La eterna polémica en el cine es si un buen guión hace, necesariamente, una buena cinta.

O si ,en su defecto, la mano de un mal director tiene que ver en el logro del filme si éste tiene un guión estupendo.

¿Qué hace que un guión sea bueno o malo? Hay varios factores: la destreza del director, las posibilidades de un reparto idóneo, la consecución del presupuesto requerido. Ejemplo de un buen guión es La pequeña Miss Sunshine/ EUA-2006, de Jonathan Dayton y Valerie Faris, esposos y directores de videoclips musicales, que debutaron –al igual que el guionista Michale Arndt- con este filme obteniendo espléndidos dividendos: Premios Spirit al Mejor Filme Independiente, Mejor Filme por Sindicato de Directores y dos Oscar: Mejor Guión y Mejor Actor de Reparto (Alan Arkin), así como la inesperada nominación al Oscar de la pequeña protagonista Abigail Breslin.

Insertada en el mismo estilo de cintas de familias disfuncionales (Los excéntricos Tenembaum) o de personajes que en medio de road trips (Entre copas, Y tu mamá también) confrontan sus desajustes con el mundo, la familia Hoover en La pequeña Sunshine pronto mostrará su disfuncionalidad: Richard Hoover (Greg Kinnear), fracasado padre que deposita todos sus esfuerzos –paradójicamente- a publicar con un editor esnobista un libro sobre cómo ser exitoso; Sheryl Hoover (Toni Collette), monótona madre que intenta unificar a los suyos; Frank Hoover (Steve Carell), el tío homosexual que intentó suicidarse por su amante; Dwayne Hoover (Paul Dano), joven irredento seguidor de Nietszche que hace un voto de silencio por 9 meses hasta que ingrese a las Fuerzas Armadas como piloto; el abuelo Hoover (Alan Arkin), heroinómano y mal hablado quien es el amor de su nieta Olive, y Olive Hoover (Abigail Breslin), pequeña de 9 años quien, algo obesa y con lentes, desea participar en un concurso de belleza.

Los elementos de la comedia con tintes de humor ácido están puestos para que los directores Jonathan Dayton y Valerie Faris cuenten un filme entrañable, entretenido y rico en lecturas antropológicas subyacentes. El viaje que realizan los Hoover en su emblemática combi amarilla hacia California para el concurso de belleza donde la pequeña Abigail tiene “todas las de ganar”, según su grosero abuelo, es una ensalada de conflictos emocionales y psicológicos: Dwayne descubrirá que es daltónico, el tío Frank (experto en Proust) se dará cuenta que no valió la pena intentar suicidarse por su amante, Richard descubrirá que su mentado sistema de nueve pasos hacia el éxito no se cumplen en él. Sólo la pequeña Abigail es la “más normal” del grupo (lo que le pasó al abuelo no le mencionaré para no delatar su destino sorpresivo).

Si bien subsisten elementos críticos hacia la sociedad americana (la falta de comunicación, la derogación de la moral, la feroz competencia empresarial), lo cierto es que lo valioso de La pequeña miss Sunshine radica en que no parece mostrarlos; es decir, el microcosmos de los Hoover pareciera que (dis)funciona de manera autónoma, como apartados Robinsons Crusoes que nos presentan tragicómicos, referenciales, dignos de mejor suerte…


La eterna polémica en el cine es si un buen guión hace, necesariamente, una buena cinta.

O si ,en su defecto, la mano de un mal director tiene que ver en el logro del filme si éste tiene un guión estupendo.

¿Qué hace que un guión sea bueno o malo? Hay varios factores: la destreza del director, las posibilidades de un reparto idóneo, la consecución del presupuesto requerido. Ejemplo de un buen guión es La pequeña Miss Sunshine/ EUA-2006, de Jonathan Dayton y Valerie Faris, esposos y directores de videoclips musicales, que debutaron –al igual que el guionista Michale Arndt- con este filme obteniendo espléndidos dividendos: Premios Spirit al Mejor Filme Independiente, Mejor Filme por Sindicato de Directores y dos Oscar: Mejor Guión y Mejor Actor de Reparto (Alan Arkin), así como la inesperada nominación al Oscar de la pequeña protagonista Abigail Breslin.

Insertada en el mismo estilo de cintas de familias disfuncionales (Los excéntricos Tenembaum) o de personajes que en medio de road trips (Entre copas, Y tu mamá también) confrontan sus desajustes con el mundo, la familia Hoover en La pequeña Sunshine pronto mostrará su disfuncionalidad: Richard Hoover (Greg Kinnear), fracasado padre que deposita todos sus esfuerzos –paradójicamente- a publicar con un editor esnobista un libro sobre cómo ser exitoso; Sheryl Hoover (Toni Collette), monótona madre que intenta unificar a los suyos; Frank Hoover (Steve Carell), el tío homosexual que intentó suicidarse por su amante; Dwayne Hoover (Paul Dano), joven irredento seguidor de Nietszche que hace un voto de silencio por 9 meses hasta que ingrese a las Fuerzas Armadas como piloto; el abuelo Hoover (Alan Arkin), heroinómano y mal hablado quien es el amor de su nieta Olive, y Olive Hoover (Abigail Breslin), pequeña de 9 años quien, algo obesa y con lentes, desea participar en un concurso de belleza.

Los elementos de la comedia con tintes de humor ácido están puestos para que los directores Jonathan Dayton y Valerie Faris cuenten un filme entrañable, entretenido y rico en lecturas antropológicas subyacentes. El viaje que realizan los Hoover en su emblemática combi amarilla hacia California para el concurso de belleza donde la pequeña Abigail tiene “todas las de ganar”, según su grosero abuelo, es una ensalada de conflictos emocionales y psicológicos: Dwayne descubrirá que es daltónico, el tío Frank (experto en Proust) se dará cuenta que no valió la pena intentar suicidarse por su amante, Richard descubrirá que su mentado sistema de nueve pasos hacia el éxito no se cumplen en él. Sólo la pequeña Abigail es la “más normal” del grupo (lo que le pasó al abuelo no le mencionaré para no delatar su destino sorpresivo).

Si bien subsisten elementos críticos hacia la sociedad americana (la falta de comunicación, la derogación de la moral, la feroz competencia empresarial), lo cierto es que lo valioso de La pequeña miss Sunshine radica en que no parece mostrarlos; es decir, el microcosmos de los Hoover pareciera que (dis)funciona de manera autónoma, como apartados Robinsons Crusoes que nos presentan tragicómicos, referenciales, dignos de mejor suerte…