/ domingo 2 de junio de 2019

Un juego de suposiciones

Con relativa periodicidad me ha tocado escuchar que en Tampico se está despertando a la cultura. Apenas lo pienso y ya me pregunto qué encierra esa expresión.

Ciertamente se han dado en nuestro puerto multiplicidad de eventos. Algunas personas asisten con auténtico interés, en tanto otras encuentran propicia la ocasión para “dejarse ver” o para convivir, actitud también muy auténtica. Luego el léxico deviene en una especie de modalidad en la que se disciernen las barreras culturales, los programas o políticas culturales, los viajes culturales y hasta las deficiencias culturales, expresiones entre otras que parecen mantenerse dentro de los cánones.

La interpretación de la palabra cultura nos ha llevado a diversas vertientes. Sin mayor introito se habría de concluir que la cultura es la identificación con los rasgos esenciales de la historia de nuestra civilización; es la familiaridad con el lenguaje, con las grandes teorías filosóficas y científicas, y con las obras más importantes del arte.

Pocos ignoran que una persona culta será aquella cuya capacidad le permita mantener en “buenos términos” una conversación con personas cultivadas. Así como observamos a los demás somos observados. En ese orden de ideas no me es difícil comentar lo divertido que resulta participar en ese juego de suposiciones llamado cultura, en el que todos sabemos lo que tenemos que saber. Estas suposiciones nos dan certidumbre de que la persona observa y escucha con gran interés porque “domina” el tema. Asimismo se piensa de nosotros, por tal motivo nadie pregunta a nadie y todos estamos muy contentos. Este juego social cobra verdadera relevancia entre los artistas e intelectuales. Algunos arriban a los recintos envueltos en su fase áurea, pero a muy pocas personas interesa si la máscara que pudieran estar representando oculta una realidad tras de ella. Por alguna razón alguien ha dicho que este juego se compone en buena medida de bellos idiotas y lunáticos brillantes. Paradoja en la esfera del entendimiento...

Cuando se ingresa a un museo se experimenta a veces la sensación de estar ingresando a un templo. La emoción ante una obra excelsa provoca recogimiento y nos hace callar. Esta contemplación conlleva esfuerzo: “La pupila se dilata, la mirada se pierde en los cuadros, intentamos fijarla; nos mareamos, buscamos un lugar para sentarnos, pero no vemos ninguno, sólo vemos cuadros por todas partes; tenemos la visión de un par de sillas; en ese momento el cuadro de Rembrandt, La ronda de noche, se pierde en la oscuridad y la imagen de la cafetería se apodera de nosotros. Mareados, decimos a nuestro acompañante: “¿Te apetece una taza de café?”. Y éste responde: “¿Ya? Si apenas hace cinco minutos que hemos llegado”.

Existe la certidumbre de que para apreciar el arte se requiere cierta dosis de libertad. Si olvidamos por un instante su densidad y nos dejamos llevar por su encanto secreto, estaremos accediendo a un derecho propio: liberarnos del mirar mediativo del museo y seguir la percepción cotidiana y gozosa.

Es innegable, sin embargo, que algunas personas en extremo honestas no se atreven a mirar con valentía una obra de arte porque temen a su propia ignorancia, porque saben que mirar un cuadro es una responsabilidad personal. El conocimiento nos debe venir del exterior a través de la lectura, de la escucha, del observar: si sabemos que sabemos nos atreveremos a mirar. Se ha dicho siempre que el amor y el conocimiento van unidos: cuando se ama se quiere saber más de la esencia amada. Quizá parezca demasiado cursi aseverar que quien se encamina por la senda de la historia, de la lectura, además de adquirir conocimiento es más feliz. Si lo cotidiano forma o destruye el carácter, en términos de compromiso subjetivo se deberá orientar la cotidianidad a alimentar el intelecto: poner riqueza en el entendimiento y no el entendimiento en la riqueza, dijo la Décima Musa.

El juego de la cultura es una paradoja para quienes osan irrumpir en él ignorando su máxima. Sólo se “admitirá” en el club de la cultura a quien empieza casi desde la infancia a conocer las reglas. Pudiera parecer paradójico que aquí y sólo aquí se aprende a jugar...

Abordar el tema de la cultura es acaso intrincarse en lo inacabado. Tan es así que los conocedores juran que en la cultura como en el amor, las expectativas son irreales pues no pueden comprobarse...

correo: amparo.gberumen@ gmail.com

Con relativa periodicidad me ha tocado escuchar que en Tampico se está despertando a la cultura. Apenas lo pienso y ya me pregunto qué encierra esa expresión.

Ciertamente se han dado en nuestro puerto multiplicidad de eventos. Algunas personas asisten con auténtico interés, en tanto otras encuentran propicia la ocasión para “dejarse ver” o para convivir, actitud también muy auténtica. Luego el léxico deviene en una especie de modalidad en la que se disciernen las barreras culturales, los programas o políticas culturales, los viajes culturales y hasta las deficiencias culturales, expresiones entre otras que parecen mantenerse dentro de los cánones.

La interpretación de la palabra cultura nos ha llevado a diversas vertientes. Sin mayor introito se habría de concluir que la cultura es la identificación con los rasgos esenciales de la historia de nuestra civilización; es la familiaridad con el lenguaje, con las grandes teorías filosóficas y científicas, y con las obras más importantes del arte.

Pocos ignoran que una persona culta será aquella cuya capacidad le permita mantener en “buenos términos” una conversación con personas cultivadas. Así como observamos a los demás somos observados. En ese orden de ideas no me es difícil comentar lo divertido que resulta participar en ese juego de suposiciones llamado cultura, en el que todos sabemos lo que tenemos que saber. Estas suposiciones nos dan certidumbre de que la persona observa y escucha con gran interés porque “domina” el tema. Asimismo se piensa de nosotros, por tal motivo nadie pregunta a nadie y todos estamos muy contentos. Este juego social cobra verdadera relevancia entre los artistas e intelectuales. Algunos arriban a los recintos envueltos en su fase áurea, pero a muy pocas personas interesa si la máscara que pudieran estar representando oculta una realidad tras de ella. Por alguna razón alguien ha dicho que este juego se compone en buena medida de bellos idiotas y lunáticos brillantes. Paradoja en la esfera del entendimiento...

Cuando se ingresa a un museo se experimenta a veces la sensación de estar ingresando a un templo. La emoción ante una obra excelsa provoca recogimiento y nos hace callar. Esta contemplación conlleva esfuerzo: “La pupila se dilata, la mirada se pierde en los cuadros, intentamos fijarla; nos mareamos, buscamos un lugar para sentarnos, pero no vemos ninguno, sólo vemos cuadros por todas partes; tenemos la visión de un par de sillas; en ese momento el cuadro de Rembrandt, La ronda de noche, se pierde en la oscuridad y la imagen de la cafetería se apodera de nosotros. Mareados, decimos a nuestro acompañante: “¿Te apetece una taza de café?”. Y éste responde: “¿Ya? Si apenas hace cinco minutos que hemos llegado”.

Existe la certidumbre de que para apreciar el arte se requiere cierta dosis de libertad. Si olvidamos por un instante su densidad y nos dejamos llevar por su encanto secreto, estaremos accediendo a un derecho propio: liberarnos del mirar mediativo del museo y seguir la percepción cotidiana y gozosa.

Es innegable, sin embargo, que algunas personas en extremo honestas no se atreven a mirar con valentía una obra de arte porque temen a su propia ignorancia, porque saben que mirar un cuadro es una responsabilidad personal. El conocimiento nos debe venir del exterior a través de la lectura, de la escucha, del observar: si sabemos que sabemos nos atreveremos a mirar. Se ha dicho siempre que el amor y el conocimiento van unidos: cuando se ama se quiere saber más de la esencia amada. Quizá parezca demasiado cursi aseverar que quien se encamina por la senda de la historia, de la lectura, además de adquirir conocimiento es más feliz. Si lo cotidiano forma o destruye el carácter, en términos de compromiso subjetivo se deberá orientar la cotidianidad a alimentar el intelecto: poner riqueza en el entendimiento y no el entendimiento en la riqueza, dijo la Décima Musa.

El juego de la cultura es una paradoja para quienes osan irrumpir en él ignorando su máxima. Sólo se “admitirá” en el club de la cultura a quien empieza casi desde la infancia a conocer las reglas. Pudiera parecer paradójico que aquí y sólo aquí se aprende a jugar...

Abordar el tema de la cultura es acaso intrincarse en lo inacabado. Tan es así que los conocedores juran que en la cultura como en el amor, las expectativas son irreales pues no pueden comprobarse...

correo: amparo.gberumen@ gmail.com