/ miércoles 7 de marzo de 2018

Un minuto de gloria

Pocas oportunidades hay de ver en nuestro país cine búlgaro, que es un cine comprometido -al igual que el rumano- con la revisión de su pasado exsocialista.

La corrupción, las libertades soterradas, la agria división de clases, las inercias de un incompetente aparato burocrático son abordados tanto por el cine como la literatura búlgaros de manera crítica e inteligente. Es el caso del filme Un minuto de gloria (Slava) / Bulgaria- Grecia- 2016, dirigidp por Kristina Grozeva y Petar Valchanov.

El destino le tiene una jugada extraña al honrado y rutinario guardavías Tzanko Petrov/ Stefan Denolyubov cuando cierto día encuentra billetes a un lado de los rieles. En vez de quedarse con esa cantidad importante de dinero, Petrov decide reportarlo a las autoridades del Ministerio del Transporte.

Y es entonces que se activa el mecanismo kafkiano para este simple y tartamudo empleado de ferrocarriles que lleva 25 años en una labor humilde y mal pagada.

Petrov es tomado como conejillo de indias por la burocracia búlgara de la mano de la abusada jefa de relaciones del ministerio, Julia/ Margita Gosheva (quien a la vez es conejillo de indias en un tratamiento hormonal), y es mostrado mediáticamente por el Estado como un héroe, no tanto para ensalzarlo o enmendar políticas de injusticas salariales o remediosantihuachicoleros, sino para tapar corruptelas de desvíos de fondos públicos.

Kristina Grozeva y Petar Valchanov urden una fábula al borde del paroxismo del absurdo burdo, irónico, demencial, inaudito sobre lo anormal que resulta ser honrado en un país exsocialista que busca insertarse en el hálito accidental con enormes fardos de ineficiencias y desigualdades. Petrov será una especie de piedra en el zapato que desde su hábitat de proletariado sólo querrá su viejo reloj que heredó de su padre y que el Estado le sustituyó por otro que no funciona.

Un minuto de gloria es un poderoso alegato contra la inercia social y afectiva en una Bulgaria que intenta demostrar ser un país de avanzada y cuyos lastres, ridiculizados en este filme, son patéticos. De allí el delicioso contraste de la tartamudez de Petrov con el anacrónico y facilista discurso de los empoderados que están para cuidar los intereses de los de abajo...

Pocas oportunidades hay de ver en nuestro país cine búlgaro, que es un cine comprometido -al igual que el rumano- con la revisión de su pasado exsocialista.

La corrupción, las libertades soterradas, la agria división de clases, las inercias de un incompetente aparato burocrático son abordados tanto por el cine como la literatura búlgaros de manera crítica e inteligente. Es el caso del filme Un minuto de gloria (Slava) / Bulgaria- Grecia- 2016, dirigidp por Kristina Grozeva y Petar Valchanov.

El destino le tiene una jugada extraña al honrado y rutinario guardavías Tzanko Petrov/ Stefan Denolyubov cuando cierto día encuentra billetes a un lado de los rieles. En vez de quedarse con esa cantidad importante de dinero, Petrov decide reportarlo a las autoridades del Ministerio del Transporte.

Y es entonces que se activa el mecanismo kafkiano para este simple y tartamudo empleado de ferrocarriles que lleva 25 años en una labor humilde y mal pagada.

Petrov es tomado como conejillo de indias por la burocracia búlgara de la mano de la abusada jefa de relaciones del ministerio, Julia/ Margita Gosheva (quien a la vez es conejillo de indias en un tratamiento hormonal), y es mostrado mediáticamente por el Estado como un héroe, no tanto para ensalzarlo o enmendar políticas de injusticas salariales o remediosantihuachicoleros, sino para tapar corruptelas de desvíos de fondos públicos.

Kristina Grozeva y Petar Valchanov urden una fábula al borde del paroxismo del absurdo burdo, irónico, demencial, inaudito sobre lo anormal que resulta ser honrado en un país exsocialista que busca insertarse en el hálito accidental con enormes fardos de ineficiencias y desigualdades. Petrov será una especie de piedra en el zapato que desde su hábitat de proletariado sólo querrá su viejo reloj que heredó de su padre y que el Estado le sustituyó por otro que no funciona.

Un minuto de gloria es un poderoso alegato contra la inercia social y afectiva en una Bulgaria que intenta demostrar ser un país de avanzada y cuyos lastres, ridiculizados en este filme, son patéticos. De allí el delicioso contraste de la tartamudez de Petrov con el anacrónico y facilista discurso de los empoderados que están para cuidar los intereses de los de abajo...