/ domingo 1 de marzo de 2020

Un secreto para vivir


Por razones que sólo Él conoce, Dios hizo al hombre como a la más frágil criatura del universo

No es necesario que la naturaleza entera se levante y conspire contra él para aplastarlo. Un leve vapor, una gota de agua, bastará para hacerlo. Su organismo es tan fino que cualquier desajuste lo aniquilará. Su aparente perfección, es también su evidente imperfección.

Cualquier animal lo aventaja en una buena cantidad de cualidades físicas. No tiene la agudeza visual que poseen algunos de ellos, ni su velocidad, ni la habilidad siquiera del escarabajo para asimilarse a su medio. Es endeble como el junco frente al viento y el frágil equilibrio de su vida está constantemente amenazado.

Sin embargo, tiene en sus manos la más formidable arma con que Dios lo privilegió: su inteligencia. Aun cuando el universo se levantara contra él para destruirlo, sabría que eso está pasando; lo que el universo no puede saber; y es capaz de poner en juego su razonamiento para enfrentar situaciones complicadas y resolverlas.

Pero, por alguna circunstancia, no usa de esa inteligencia para vivir mejor, sino que muchas veces lo hace tan sólo para lamentarse del vivir que tiene. Sus angustias existenciales le impiden ver el esplendor de la vida en su precisa dimensión. Y así vemos que muchas veces crea el arte no como regocijo, sino como catarsis. Cree en una religión con el temor insano a un Dios vengativo y cruel. Ama para angustiarse entre mil dudas por el amor que recibe y no por el sencillo placer de entregarse a quien ama; acepta con resignación, espera en lugar de actuar y al gozar de la primavera ya está pensando en el otoño, olvidándose que puede disfrutar de ambos.

Si la vida le sonríe, le asusta lo que puede venir después; si reza es siempre para pedir, nunca para alabar y agradecer; canta desesperaciones y traumas y lucha obstinadamente estoico contra las fantasmagorías que ha creado su mente, especialmente cuando no ha sido suficientemente alimentada con ideales que puedan darle sentido a su existencia.

El secreto de vivir debería estar en la profunda aceptación interior de que no somos perennes. En entender que la vida es sólo un instante que debemos hacer enriquecedor creando nuestros propios caminos. En saber que la vida es un espacio, ya sea corto o largo, en el que podemos dejar una huella, la nuestra, cuya trascendencia sea tal que los demás deseen seguirla. Y aceptar que si nos empeñamos en perseguir esa esquiva cuanto anhelada sombra que llamamos felicidad como medio y no como fin, sabremos enfrentar el reto que significa disfrutar la estupenda oportunidad de hacer algo por alguien, porque es sólo entonces que podremos decir que hemos vivido.

El secreto de vivir está, nada más, pero nada menos, que en eso. En entender la vida como un tiempo que nos fue dado para construir, no para destruir, para crear, no para imitar, para ser más y no sólo tener más. Sabemos vivir, dice Silvia Syms, “cuando somos conscientes de nuestras debilidades, pero ellas no nos paralizan; cuando comprendemos que tanto el éxito como el fracaso son sólo temporales y renunciamos con energía a la necedad de permanecer rumiando nuestro disgusto por lo que pudo ser, y nos empeñamos en cambio en hacer algo por alguien”, entonces y sólo entonces podemos afirmar que hemos sabido vivir.

Quizá por ello dice el filósofo que el secreto de vivir está en encontrar el nombre justo de la vida. Y esto es posible cuando aceptamos el destino, porque así lo hemos escogido y la fatalidad o la felicidad como parte de esa elección; cuando entendemos la perfección sólo como perfectibilidad y no culpamos a los demás por nuestras propias decepciones porque hemos sido nosotros mismos quienes las hemos diseñado; cuando creemos que no hemos sido arrojados a este mundo por una divinidad mezquina o un vulgar titiritero sino por un designio amoroso y que tenemos en nosotros la semilla de la inmortalidad.

Si dejamos este mundo un poco mejor de lo que lo encontramos, si supimos apreciar el atardecer, la suave dulzura de la poesía, la llovizna temprana y la magia de los girasoles; si cosechamos gozosos lo que sembramos, si podemos lanzar, como dice el poeta, “nuestra pobre e ignorada voz, al coro inmenso de los demás hombres” y nos asombramos ante el milagro mil veces repetido del nacimiento de la vida, o de una rosa que nace frente al alba, o ante el insondable misterio de la muerte como parte de esa misma vida, entonces hemos sabido vivir.

Sólo entonces ella nos descorrerá el velo de sus secretos. Vivir como si hoy fuera nuestro último día sobre la tierra, pensando sin embargo que es el primero. Y creer, con esa fe que sólo puede dar la certeza en nuestra propia trascendencia, que –como dijo nuestra insigne Emma Godoy- “aunque sólo vivamos una vez, si lo hacemos con maestría, con esa sola vez bastará”.

Porque será hasta que libre y gloriosamente decidamos hacer de “nuestra vida una obra de arte”, que ella, a pesar de nuestra contingencia, permanecerá para siempre.

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UN SECRETO PARA VIVIR.

“…antes que la rosa infiel asuma,

descoloridos síntomas extraños,

lo efimero gozad de sus engaños,

porque la rosa es nada más espuma…

Manuel Ponce

Para Rubén Rodriguez G,

Con inalterable afecto.

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Rubén Núñez de Cáceres V.

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“…antes que la rosa infiel asuma,

descoloridos síntomas extraños,

lo efímero gozad de sus engaños,

porque la rosa es nada más espuma…

Manuel Ponce

Para Rubén Rodríguez G,

Con inalterable afecto


Por razones que sólo Él conoce, Dios hizo al hombre como a la más frágil criatura del universo

No es necesario que la naturaleza entera se levante y conspire contra él para aplastarlo. Un leve vapor, una gota de agua, bastará para hacerlo. Su organismo es tan fino que cualquier desajuste lo aniquilará. Su aparente perfección, es también su evidente imperfección.

Cualquier animal lo aventaja en una buena cantidad de cualidades físicas. No tiene la agudeza visual que poseen algunos de ellos, ni su velocidad, ni la habilidad siquiera del escarabajo para asimilarse a su medio. Es endeble como el junco frente al viento y el frágil equilibrio de su vida está constantemente amenazado.

Sin embargo, tiene en sus manos la más formidable arma con que Dios lo privilegió: su inteligencia. Aun cuando el universo se levantara contra él para destruirlo, sabría que eso está pasando; lo que el universo no puede saber; y es capaz de poner en juego su razonamiento para enfrentar situaciones complicadas y resolverlas.

Pero, por alguna circunstancia, no usa de esa inteligencia para vivir mejor, sino que muchas veces lo hace tan sólo para lamentarse del vivir que tiene. Sus angustias existenciales le impiden ver el esplendor de la vida en su precisa dimensión. Y así vemos que muchas veces crea el arte no como regocijo, sino como catarsis. Cree en una religión con el temor insano a un Dios vengativo y cruel. Ama para angustiarse entre mil dudas por el amor que recibe y no por el sencillo placer de entregarse a quien ama; acepta con resignación, espera en lugar de actuar y al gozar de la primavera ya está pensando en el otoño, olvidándose que puede disfrutar de ambos.

Si la vida le sonríe, le asusta lo que puede venir después; si reza es siempre para pedir, nunca para alabar y agradecer; canta desesperaciones y traumas y lucha obstinadamente estoico contra las fantasmagorías que ha creado su mente, especialmente cuando no ha sido suficientemente alimentada con ideales que puedan darle sentido a su existencia.

El secreto de vivir debería estar en la profunda aceptación interior de que no somos perennes. En entender que la vida es sólo un instante que debemos hacer enriquecedor creando nuestros propios caminos. En saber que la vida es un espacio, ya sea corto o largo, en el que podemos dejar una huella, la nuestra, cuya trascendencia sea tal que los demás deseen seguirla. Y aceptar que si nos empeñamos en perseguir esa esquiva cuanto anhelada sombra que llamamos felicidad como medio y no como fin, sabremos enfrentar el reto que significa disfrutar la estupenda oportunidad de hacer algo por alguien, porque es sólo entonces que podremos decir que hemos vivido.

El secreto de vivir está, nada más, pero nada menos, que en eso. En entender la vida como un tiempo que nos fue dado para construir, no para destruir, para crear, no para imitar, para ser más y no sólo tener más. Sabemos vivir, dice Silvia Syms, “cuando somos conscientes de nuestras debilidades, pero ellas no nos paralizan; cuando comprendemos que tanto el éxito como el fracaso son sólo temporales y renunciamos con energía a la necedad de permanecer rumiando nuestro disgusto por lo que pudo ser, y nos empeñamos en cambio en hacer algo por alguien”, entonces y sólo entonces podemos afirmar que hemos sabido vivir.

Quizá por ello dice el filósofo que el secreto de vivir está en encontrar el nombre justo de la vida. Y esto es posible cuando aceptamos el destino, porque así lo hemos escogido y la fatalidad o la felicidad como parte de esa elección; cuando entendemos la perfección sólo como perfectibilidad y no culpamos a los demás por nuestras propias decepciones porque hemos sido nosotros mismos quienes las hemos diseñado; cuando creemos que no hemos sido arrojados a este mundo por una divinidad mezquina o un vulgar titiritero sino por un designio amoroso y que tenemos en nosotros la semilla de la inmortalidad.

Si dejamos este mundo un poco mejor de lo que lo encontramos, si supimos apreciar el atardecer, la suave dulzura de la poesía, la llovizna temprana y la magia de los girasoles; si cosechamos gozosos lo que sembramos, si podemos lanzar, como dice el poeta, “nuestra pobre e ignorada voz, al coro inmenso de los demás hombres” y nos asombramos ante el milagro mil veces repetido del nacimiento de la vida, o de una rosa que nace frente al alba, o ante el insondable misterio de la muerte como parte de esa misma vida, entonces hemos sabido vivir.

Sólo entonces ella nos descorrerá el velo de sus secretos. Vivir como si hoy fuera nuestro último día sobre la tierra, pensando sin embargo que es el primero. Y creer, con esa fe que sólo puede dar la certeza en nuestra propia trascendencia, que –como dijo nuestra insigne Emma Godoy- “aunque sólo vivamos una vez, si lo hacemos con maestría, con esa sola vez bastará”.

Porque será hasta que libre y gloriosamente decidamos hacer de “nuestra vida una obra de arte”, que ella, a pesar de nuestra contingencia, permanecerá para siempre.

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UN SECRETO PARA VIVIR.

“…antes que la rosa infiel asuma,

descoloridos síntomas extraños,

lo efimero gozad de sus engaños,

porque la rosa es nada más espuma…

Manuel Ponce

Para Rubén Rodriguez G,

Con inalterable afecto.

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Rubén Núñez de Cáceres V.

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“…antes que la rosa infiel asuma,

descoloridos síntomas extraños,

lo efímero gozad de sus engaños,

porque la rosa es nada más espuma…

Manuel Ponce

Para Rubén Rodríguez G,

Con inalterable afecto