/ miércoles 22 de mayo de 2019

Vacaciones Permanentes, ópera prima de Jim Jarmusch

El saber que Jim Jarmusch/ Ohio- 1953 sigue filmando es un enorme regocijo para los innumerables devotos de su cine.

De hecho, su más reciente trabajo The dead don’t die, una historia sobre zombies, se encuentra participando en el Festival de Cannes, Francia por la Palma de Oro.

Su filme-debut, Vacaciones permanentes/ 1980, insufló al cine independiente de una mirada renovada, honesta, que le otorgó al sistema de filmación (con crew reducido, formatos primitivas/ 16 mm, presupuestos casi inexistentes) nuevos bríos.

Realizada con el poderío de sus 27 años, Vacaciones permanentes es la película de un joven estudiante de cine en Nueva York que destina el dinero obtenido por una beca (que cubriría su colegiatura) para producir el que sería su trabajo de titulación. La historia es casi leyenda para los seguidores de este cineasta de culto: la escuela lo corrió y, años después hasta que fue famoso, le mandó el mentado diploma.

En Vacaciones permanentes está todo Jarmusch. La parsimonia de su narración, el desmenuzamiento de los personajes con la paciencia del cirujano que extrae sus miserias internas más evidentes.

El joven Allie/ Chris Parker es una especie de moderno nini, si cabe el término, que mantiene una relación con una chica al borde del hastío. Su madre, loca, internada en un hospital, le manifiesta que oye ruidos de bombardeos (que el propio Allie también escucha).

La vida de Allie (fanático del célebre Charlie Parker) es un viaje hacia la nada en medio de la Manhattan absorbente, sólo que de la mano de Jarmusch se convierte en una especie de microcosmos inhabitable, minimalista, con callejones mugrientos y personajes en los límites de la locura literal.

Jarmusch aprovecha la textura visual del 16 mm para desgranar esta historia sin aparente guión donde la atmósfera, el azar con tufos bastados y la rémora de un capitalismo excluyente arman un mosaico de ruina moral donde Allie es un duende nihilista que (sobre)vive sin rumbo, de allí que la secuencia donde baila un jazz es soberbia y definitoria.

Para Jarmusch la esperanza recae en las contradicciones y en las digresiones del destino. Los personajes de Vacaciones permanentes (especialmente el hombre que le narra a Allie en un cine la anécdota del efecto doppler mientras oímos la música que no corresponde al filme que se está exhibiendo) se reconstruyen bajo la lógica inconexa de un cineasta que pareciera decirnos que el cine puede tal vez ser una moderna caja de Pandora…

El saber que Jim Jarmusch/ Ohio- 1953 sigue filmando es un enorme regocijo para los innumerables devotos de su cine.

De hecho, su más reciente trabajo The dead don’t die, una historia sobre zombies, se encuentra participando en el Festival de Cannes, Francia por la Palma de Oro.

Su filme-debut, Vacaciones permanentes/ 1980, insufló al cine independiente de una mirada renovada, honesta, que le otorgó al sistema de filmación (con crew reducido, formatos primitivas/ 16 mm, presupuestos casi inexistentes) nuevos bríos.

Realizada con el poderío de sus 27 años, Vacaciones permanentes es la película de un joven estudiante de cine en Nueva York que destina el dinero obtenido por una beca (que cubriría su colegiatura) para producir el que sería su trabajo de titulación. La historia es casi leyenda para los seguidores de este cineasta de culto: la escuela lo corrió y, años después hasta que fue famoso, le mandó el mentado diploma.

En Vacaciones permanentes está todo Jarmusch. La parsimonia de su narración, el desmenuzamiento de los personajes con la paciencia del cirujano que extrae sus miserias internas más evidentes.

El joven Allie/ Chris Parker es una especie de moderno nini, si cabe el término, que mantiene una relación con una chica al borde del hastío. Su madre, loca, internada en un hospital, le manifiesta que oye ruidos de bombardeos (que el propio Allie también escucha).

La vida de Allie (fanático del célebre Charlie Parker) es un viaje hacia la nada en medio de la Manhattan absorbente, sólo que de la mano de Jarmusch se convierte en una especie de microcosmos inhabitable, minimalista, con callejones mugrientos y personajes en los límites de la locura literal.

Jarmusch aprovecha la textura visual del 16 mm para desgranar esta historia sin aparente guión donde la atmósfera, el azar con tufos bastados y la rémora de un capitalismo excluyente arman un mosaico de ruina moral donde Allie es un duende nihilista que (sobre)vive sin rumbo, de allí que la secuencia donde baila un jazz es soberbia y definitoria.

Para Jarmusch la esperanza recae en las contradicciones y en las digresiones del destino. Los personajes de Vacaciones permanentes (especialmente el hombre que le narra a Allie en un cine la anécdota del efecto doppler mientras oímos la música que no corresponde al filme que se está exhibiendo) se reconstruyen bajo la lógica inconexa de un cineasta que pareciera decirnos que el cine puede tal vez ser una moderna caja de Pandora…