/ domingo 10 de abril de 2022

Vanguardias

La marea de la modernidad azotó de manera semejante a la filosofía y las artes visuales, pintura y escultura.

La ilusión de alcanzar un saber de igual naturaleza al científico, pese a los tropiezos que en este sentido habían sufrido en el pasado Descartes y Spinoza, nunca había sido abandonada del todo, el fútil esfuerzo por dotar a la filosofía de este tipo de saber, con el avance de la ciencia, trajo como consecuencia su descrédito, ante sus pobres resultados.

Esta ilusión fue perseguida de igual forma, por las vanguardias estéticas de finales del siglo XIX y principios del XX, estas no buscaban un saber, pero sí el modo de reflejar con fidelidad la modernidad caracterizada por la máquina y la velocidad.

El espíritu que animó tanto a la filosofía, la pintura y la escultura en esos días, fue el mismo, revitalizar un tiempo que se experimentaba en decadencia.

En palabras del colectivo austriaco Sezeccion, la tarea del arte a partir de entonces se resumiría en la siguiente declaración “Der Zeit ihre Kunst, der Kunst ihre Freiheit”, (A cada época su arte, al arte su libertad), de ahí que en un tiempo marcado por los avances técnicos y científicos, si la pintura y la escultura querían igualar sus éxitos, tendrían que igualar también el ritmo de sus logros.

Expoliadas por la necesidad, de expresar de manera superior a lo acontecido anteriormente, las vanguardias estéticas iniciaron una carrera al abismo.

Si se trataba de reflejar el espíritu de los tiempos, y si ese tiempo se caracterizaba por la velocidad, el movimiento y la máquina, pese a los esfuerzos en este sentido de tendencias pictóricas como los futuristas de Marinetti, era imposible que llegaran a rivalizar en fidelidad, con la cámara fotográfica y el cine.

Constreñidas la pintura y la escultura a representar la realidad confinadas a los mismos primitivos rudimentos desde los tiempos del antiguo Egipto, la obsolescencia tecnológica marcó el derrotero que habrían de seguir, por ello, reivindicaron para sí, el dominio del color y las formas, cada vez más expresivas de las emociones, pero al precio de alejarse cada vez más de lo que veía el ojo humano.

Esto dio pie a que el gusto por la pintura fuera confinado en un grupo cada vez más selecto de expertos que podían entender el lenguaje abstracto del arte, lo que dio pábulo a la caída del mercado del arte con la llegada de la economía de masas, que dependía de un número cada vez mayor de consumidores, y no ya del patronazgo de un reducido número de personas.

El desplazamiento del lenguaje del arte no fue ostensible incluso con la ruptura de la tradición académica de Delacroix, después de todo, los motivos en la pintura siguieron siendo los mismos, es decir el mundo exterior, así como por esos años en la filosofía de Marx, Schopenhauer y Nietzsche, tenían algo que decir.

La verdadera ruptura de la filosofía y la pintura se produjo a comienzos del Siglo XX, por una parte la filosofía de Wittgenstein reducía los problemas de la filosofía a los del mero lenguaje, Heidegger a su vez, instituirá el gusto por un lenguaje para arcanos.

Las vanguardias estéticas se volvieron reflexivas, su mirada cambio de dirección, volviéndose a su vida interior, tratando de comunicar emociones, como fue el caso del expresionismo alemán.

No obstante, en el ansia desbocada de superar el pasado inmediato, las vanguardias fueron reduciendo cada vez más su expresión a la forma puramente significativa, volviéndose cada vez menos comunicativas.

Si de lo que se trataba era de expresar el espíritu de los tiempos, ahora se iban a necesitar subtítulos, tal es el caso de las obras de Mondrian y Kandinski.

La resaca conservadora a todo este espíritu revolucionario vanguardista llegó en la década de los 60 y 70, en filosofía con las corrientes postmodernistas y estructuralistas y en el arte, con el arte pop, una de las tantas tendencias deudoras de aquella vorágine vanguardista, estas expresiones ya no trataron de revolucionar nada, sino de acomodarse a las circunstancias de su tiempo.

Andy Warhol, por ejemplo, se percató de que en una economía de masas ya no había cabida por el artista en el sentido tradicional, a menos que quisiera vivir como pordiosero, de lo que se trataba ahora era de ganar dinero.

Así, la pintura y la filosofía se sumergieron en un marasmo del que hoy en día no ha sido del todo posible escapar.

Sotelo27@me.com

La marea de la modernidad azotó de manera semejante a la filosofía y las artes visuales, pintura y escultura.

La ilusión de alcanzar un saber de igual naturaleza al científico, pese a los tropiezos que en este sentido habían sufrido en el pasado Descartes y Spinoza, nunca había sido abandonada del todo, el fútil esfuerzo por dotar a la filosofía de este tipo de saber, con el avance de la ciencia, trajo como consecuencia su descrédito, ante sus pobres resultados.

Esta ilusión fue perseguida de igual forma, por las vanguardias estéticas de finales del siglo XIX y principios del XX, estas no buscaban un saber, pero sí el modo de reflejar con fidelidad la modernidad caracterizada por la máquina y la velocidad.

El espíritu que animó tanto a la filosofía, la pintura y la escultura en esos días, fue el mismo, revitalizar un tiempo que se experimentaba en decadencia.

En palabras del colectivo austriaco Sezeccion, la tarea del arte a partir de entonces se resumiría en la siguiente declaración “Der Zeit ihre Kunst, der Kunst ihre Freiheit”, (A cada época su arte, al arte su libertad), de ahí que en un tiempo marcado por los avances técnicos y científicos, si la pintura y la escultura querían igualar sus éxitos, tendrían que igualar también el ritmo de sus logros.

Expoliadas por la necesidad, de expresar de manera superior a lo acontecido anteriormente, las vanguardias estéticas iniciaron una carrera al abismo.

Si se trataba de reflejar el espíritu de los tiempos, y si ese tiempo se caracterizaba por la velocidad, el movimiento y la máquina, pese a los esfuerzos en este sentido de tendencias pictóricas como los futuristas de Marinetti, era imposible que llegaran a rivalizar en fidelidad, con la cámara fotográfica y el cine.

Constreñidas la pintura y la escultura a representar la realidad confinadas a los mismos primitivos rudimentos desde los tiempos del antiguo Egipto, la obsolescencia tecnológica marcó el derrotero que habrían de seguir, por ello, reivindicaron para sí, el dominio del color y las formas, cada vez más expresivas de las emociones, pero al precio de alejarse cada vez más de lo que veía el ojo humano.

Esto dio pie a que el gusto por la pintura fuera confinado en un grupo cada vez más selecto de expertos que podían entender el lenguaje abstracto del arte, lo que dio pábulo a la caída del mercado del arte con la llegada de la economía de masas, que dependía de un número cada vez mayor de consumidores, y no ya del patronazgo de un reducido número de personas.

El desplazamiento del lenguaje del arte no fue ostensible incluso con la ruptura de la tradición académica de Delacroix, después de todo, los motivos en la pintura siguieron siendo los mismos, es decir el mundo exterior, así como por esos años en la filosofía de Marx, Schopenhauer y Nietzsche, tenían algo que decir.

La verdadera ruptura de la filosofía y la pintura se produjo a comienzos del Siglo XX, por una parte la filosofía de Wittgenstein reducía los problemas de la filosofía a los del mero lenguaje, Heidegger a su vez, instituirá el gusto por un lenguaje para arcanos.

Las vanguardias estéticas se volvieron reflexivas, su mirada cambio de dirección, volviéndose a su vida interior, tratando de comunicar emociones, como fue el caso del expresionismo alemán.

No obstante, en el ansia desbocada de superar el pasado inmediato, las vanguardias fueron reduciendo cada vez más su expresión a la forma puramente significativa, volviéndose cada vez menos comunicativas.

Si de lo que se trataba era de expresar el espíritu de los tiempos, ahora se iban a necesitar subtítulos, tal es el caso de las obras de Mondrian y Kandinski.

La resaca conservadora a todo este espíritu revolucionario vanguardista llegó en la década de los 60 y 70, en filosofía con las corrientes postmodernistas y estructuralistas y en el arte, con el arte pop, una de las tantas tendencias deudoras de aquella vorágine vanguardista, estas expresiones ya no trataron de revolucionar nada, sino de acomodarse a las circunstancias de su tiempo.

Andy Warhol, por ejemplo, se percató de que en una economía de masas ya no había cabida por el artista en el sentido tradicional, a menos que quisiera vivir como pordiosero, de lo que se trataba ahora era de ganar dinero.

Así, la pintura y la filosofía se sumergieron en un marasmo del que hoy en día no ha sido del todo posible escapar.

Sotelo27@me.com