/ domingo 2 de agosto de 2020

Vida lograda

La tentación más recurrente que entre los miembros de las comunidades existe, es la de pensar que cada quien debe preocuparse tan solo por sí mismo y sus problemas y no darle importancia o dejarles a otros, los asuntos que son de todos. Paradójicamente el descuidar estos temas comunes, terminará también por incidir seriamente en la vida personal de los integrantes de esas comunidades. Y sin duda es en esto, en lo que se fundamenta el porqué de una ética cívica y un estado de Derecho.

El origen y la legitimación del poder del Estado, es la sociedad civil. No importa cuán eficiente sea aquél, si los ciudadanos no quieren respetar la ley, la realización plena de la sociedad como tal no se logrará, porque lo que todo el hombre hace en su comunidad, es irremplazable y único. Su vida no es una isla, y por ello todo lo que en esa sociedad sucede, le afectará. El estado de Derecho es necesario en la medida que todos deseamos una vida en armonía con los demás y en esto consiste su plena justificación. Por eso la negligencia del ciudadano respecto a las cuestiones públicas, influye negativamente en el propio Estado, pero a la larga significará también la ruina de todos los individuos.

Tal vez ningún discurso pueda explicar mejor la necesidad de una ética cívica y un estado de Derecho, como requisito de una vida plena dentro de los cauces de la libertad, que el maravilloso diálogo platónico llamado Criton. En él, Sócrates se ve tentado, por un amigo y discípulo, a huir de la cárcel para lo cual había sobornado a los guardias, que le permitirían huir de la cárcel y evitar su muerte.

La acusación que sobre Sócrates se había hecho era falsa y por tanto el castigo injusto. Sin embargo, en el diálogo estremecedor que tiene Sócrates con su querido amigo, le hace ver la diferencia que hay entre “la vida” y la “vida lograda”. La sola vida es un simple acontecimiento animal, una formulación orgánica que crece y se reproduce para luego morir. La vida lograda, en cambio, es aquella en la que prevalece la justicia, y se vive honorable y rectamente. Y es de acuerdo con esa definición que Sócrates ha vivido siempre, y por lo mismo es conforme a esa idea que prefiere morir.

Hasta aquí alguien pudiera pensar que Sócrates es un vanidoso o que está loco. La condena, ya dijimos, es injusta. ¿por qué entonces no huir? La respuesta es sencilla: si alguien como él, que siempre se ha preciado de seguir una conducta de acuerdo con las normas de la ciudad, lo que significa obedecer a las leyes, decide que hay justificación para violarlas, haría que la ciudad estuviera siempre en peligro, pues todos encontrarían razones para desobedecerlas también.

En toda esta especulación filosófica, que parecería más bien una novela heroica o una historia increíble, Sócrates narra cómo él mismo está en deuda con las leyes, pues por ellas sus padres se conocieron, se casaron, le dieron un nombre, lo alimentaron y le dieron educación. Por ello, aun reconociendo que son imperfectas y en su caso sin razón lo condenaron a muerte, violarlas haría que no valiera la pena que él viviera. Sólo las sociedades que tienen formas elevadas de socialización, procuran vivir en un estado de Derecho, y logran superar así sus problemas, a pesar de los errores y las injusticias que sin duda puede haber, y que sólo podrán corregirse respetando ese estado de derecho, condición fundamental de toda sana convivencia humana.

Es cierto que muchos de nosotros somos víctimas en nuestras sociedades, de personas que no respetan las leyes, siendo algunas veces las autoridades mismas quienes no lo hacen y nos convierten en rehenes del abuso y la injusticia. Pero eso sucede precisamente porque no hemos querido participar en los asuntos comunes que como sociedad tenemos y que incluyen el derecho a exigir que esas mismas leyes se cumplan. Al olvidar la posibilidad que tenemos de participar en la construcción de una sociedad que nos invita a vivir mejor, compartir metas y defender la validez del pluralismo social, hemos eliminado la única premisa válida que puede salvarnos de la barbarie.

En una magnífica película (“With honors”), un mendigo da una lección de jurisprudencia a un ilustre profesor de Derecho de la Universidad de Harvard. Cuando éste le pregunta cuál cree que es la característica fundamental y distintiva de la Constitución de los Estados Unidos, pensando que aquel mendigo ignorante jamás encontraría la respuesta, ese hombre sencillo le sorprende contestando que los padres de la nación, al igual que los padres de todas las naciones libres seguramente un día lo hicieron, idearon sus constituciones sobre la base de la perfectibilidad de las leyes, para que así pudieran irlas adecuando conforme el paso del tiempo lo exigiera. Así se explica y adquiere relevancia el sacrificio de Sócrates. Sólo con la ayuda de todos, la sociedad, las leyes y los sistemas de justicia pueden sobrevivir, ante sus propios paradigmas.

Es por eso que el estado de Derecho y la ética cívica no representan por sí mismos la solución a los problemas de cualquier sistema político por avanzado y conveniente que éste sea. Mientras la sociedad civil no se percate del papel fundamental que juega cuando participa activamente en las decisiones que a todos competen, sucederá aquello de lo que siempre nos quejamos: la ruina del estado y sus instituciones viene juntamente con la ruina de los individuos, como consecuencia de sus propios egoísmos.

Y lo vemos hoy, en medio de la pandemia que nos agobia. Individuos y hasta autoridades se niegan a acatar órdenes sencillas para evitar contagios, haciendo a un lado neciamente lo pueden ocasionar entre aquellos que sí las cumplen. La razón es el desdén y la autosuficiencia que sólo el fatuo e ignorante pueden dar como argumento.

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“Hallé mi vida digna de ser vivida,

y si pudiera vivirla otra vez,

lo haría de nuevo igual…”

Bertrand Rusell

La tentación más recurrente que entre los miembros de las comunidades existe, es la de pensar que cada quien debe preocuparse tan solo por sí mismo y sus problemas y no darle importancia o dejarles a otros, los asuntos que son de todos. Paradójicamente el descuidar estos temas comunes, terminará también por incidir seriamente en la vida personal de los integrantes de esas comunidades. Y sin duda es en esto, en lo que se fundamenta el porqué de una ética cívica y un estado de Derecho.

El origen y la legitimación del poder del Estado, es la sociedad civil. No importa cuán eficiente sea aquél, si los ciudadanos no quieren respetar la ley, la realización plena de la sociedad como tal no se logrará, porque lo que todo el hombre hace en su comunidad, es irremplazable y único. Su vida no es una isla, y por ello todo lo que en esa sociedad sucede, le afectará. El estado de Derecho es necesario en la medida que todos deseamos una vida en armonía con los demás y en esto consiste su plena justificación. Por eso la negligencia del ciudadano respecto a las cuestiones públicas, influye negativamente en el propio Estado, pero a la larga significará también la ruina de todos los individuos.

Tal vez ningún discurso pueda explicar mejor la necesidad de una ética cívica y un estado de Derecho, como requisito de una vida plena dentro de los cauces de la libertad, que el maravilloso diálogo platónico llamado Criton. En él, Sócrates se ve tentado, por un amigo y discípulo, a huir de la cárcel para lo cual había sobornado a los guardias, que le permitirían huir de la cárcel y evitar su muerte.

La acusación que sobre Sócrates se había hecho era falsa y por tanto el castigo injusto. Sin embargo, en el diálogo estremecedor que tiene Sócrates con su querido amigo, le hace ver la diferencia que hay entre “la vida” y la “vida lograda”. La sola vida es un simple acontecimiento animal, una formulación orgánica que crece y se reproduce para luego morir. La vida lograda, en cambio, es aquella en la que prevalece la justicia, y se vive honorable y rectamente. Y es de acuerdo con esa definición que Sócrates ha vivido siempre, y por lo mismo es conforme a esa idea que prefiere morir.

Hasta aquí alguien pudiera pensar que Sócrates es un vanidoso o que está loco. La condena, ya dijimos, es injusta. ¿por qué entonces no huir? La respuesta es sencilla: si alguien como él, que siempre se ha preciado de seguir una conducta de acuerdo con las normas de la ciudad, lo que significa obedecer a las leyes, decide que hay justificación para violarlas, haría que la ciudad estuviera siempre en peligro, pues todos encontrarían razones para desobedecerlas también.

En toda esta especulación filosófica, que parecería más bien una novela heroica o una historia increíble, Sócrates narra cómo él mismo está en deuda con las leyes, pues por ellas sus padres se conocieron, se casaron, le dieron un nombre, lo alimentaron y le dieron educación. Por ello, aun reconociendo que son imperfectas y en su caso sin razón lo condenaron a muerte, violarlas haría que no valiera la pena que él viviera. Sólo las sociedades que tienen formas elevadas de socialización, procuran vivir en un estado de Derecho, y logran superar así sus problemas, a pesar de los errores y las injusticias que sin duda puede haber, y que sólo podrán corregirse respetando ese estado de derecho, condición fundamental de toda sana convivencia humana.

Es cierto que muchos de nosotros somos víctimas en nuestras sociedades, de personas que no respetan las leyes, siendo algunas veces las autoridades mismas quienes no lo hacen y nos convierten en rehenes del abuso y la injusticia. Pero eso sucede precisamente porque no hemos querido participar en los asuntos comunes que como sociedad tenemos y que incluyen el derecho a exigir que esas mismas leyes se cumplan. Al olvidar la posibilidad que tenemos de participar en la construcción de una sociedad que nos invita a vivir mejor, compartir metas y defender la validez del pluralismo social, hemos eliminado la única premisa válida que puede salvarnos de la barbarie.

En una magnífica película (“With honors”), un mendigo da una lección de jurisprudencia a un ilustre profesor de Derecho de la Universidad de Harvard. Cuando éste le pregunta cuál cree que es la característica fundamental y distintiva de la Constitución de los Estados Unidos, pensando que aquel mendigo ignorante jamás encontraría la respuesta, ese hombre sencillo le sorprende contestando que los padres de la nación, al igual que los padres de todas las naciones libres seguramente un día lo hicieron, idearon sus constituciones sobre la base de la perfectibilidad de las leyes, para que así pudieran irlas adecuando conforme el paso del tiempo lo exigiera. Así se explica y adquiere relevancia el sacrificio de Sócrates. Sólo con la ayuda de todos, la sociedad, las leyes y los sistemas de justicia pueden sobrevivir, ante sus propios paradigmas.

Es por eso que el estado de Derecho y la ética cívica no representan por sí mismos la solución a los problemas de cualquier sistema político por avanzado y conveniente que éste sea. Mientras la sociedad civil no se percate del papel fundamental que juega cuando participa activamente en las decisiones que a todos competen, sucederá aquello de lo que siempre nos quejamos: la ruina del estado y sus instituciones viene juntamente con la ruina de los individuos, como consecuencia de sus propios egoísmos.

Y lo vemos hoy, en medio de la pandemia que nos agobia. Individuos y hasta autoridades se niegan a acatar órdenes sencillas para evitar contagios, haciendo a un lado neciamente lo pueden ocasionar entre aquellos que sí las cumplen. La razón es el desdén y la autosuficiencia que sólo el fatuo e ignorante pueden dar como argumento.

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“Hallé mi vida digna de ser vivida,

y si pudiera vivirla otra vez,

lo haría de nuevo igual…”

Bertrand Rusell