/ domingo 20 de marzo de 2022

Vivencias | Blanco o negro

En los últimos tiempos y cada vez más, notamos que cualquier tema que se aborde, en cualquier lugar del mundo es motivo de discusiones y sin información suficiente, nos apresuramos a tomar una decisión sobre quien tiene la razón. No conocemos los hechos, no averiguamos, pero sí opinamos.

Todos somos especialistas o así lo aparentamos de cualquier tema de actualidad, así sea médico, de derecho, de ingeniería, de relaciones internacionales etc. Y prácticamente hacemos a un lado la información proveniente de fuentes autorizadas. Parece ser que despreciamos la preparación, los años de estudio, la formación, la experiencia y los datos ciertos.

Ya sea si es entre republicanos y demócratas en el país vecino, ya sea sobre migración o integración en Europa o en América, entre la sinrazón o razón de la guerra entre Rusia y Ucrania, de futbol, de gobiernos, de aeropuertos, lo cierto es que día a día nos definimos como “los buenos” y a los que no están de acuerdo como “los malos”.

No importa el lugar del mundo, ni el evento, ni si es un tema trascendente, o si lo conocemos o no, solo importa de que lado de la cancha estamos: blancos o negros, a favor o en contra. No hay lugar para ningún otro color, ni espacios para buscar alguna coincidencia que contribuya.

Las redes sociales están inundadas de ejemplos; se insulta, se ofende, se amenaza a quienes no piensan como el que responde, llegando a extremos inconcebibles para quien, estoy cierta, no lo haría si saliera del anonimato. Basta que alguien externe una opinión, ya sea por el contenido o por el personaje que la expone y se desata una auténtica guerra digital que no tiene fin hasta que emerge algún otro comentario que reinicia la pelea.

Los humanos somos seres sociales y como tales nos reunimos en grupos que piensan o sienten y ahora opinan como nosotros, donde, desgraciadamente hoy por hoy, no caben los argumentos ni la información, ni los datos duros y esas opiniones las llevamos hasta nuestras familias, donde ahora también hay: buenos y malos, liberales y conservadores, de derecha y de izquierda, fifís o chairos.

Ya no existe el centro, lo desaparecimos, ya no hay lugar de encuentro y preferimos entonces o no opinar o de plano entrar a una discusión que solo lleva al distanciamiento entre gente que se quiere.

Sin puentes, sin acercamiento entre opuestos, sin diálogo, sin tolerancia nos quedaremos sin caminos para mejorar el mundo. Necesitamos escuchar más a los demás y oírnos a nosotros mismos, menos.

Quizá sin menos discusiones inútiles y más disposición a encontrarnos en alguna parte del camino podremos contribuir a vivir en paz.

Debemos seguir insistiendo, aunque parezca imposible, desde nuestra casa, con los amigos, en la comunidad que no somos enemigos, aunque pensemos diferente, que no debemos ni podemos serlo en un mundo que convulsiona y que con la historia nos ha enseñado una y otra vez, que solo unidos, que solo con educación, con preparación, con respeto podemos crecer.

En los últimos tiempos y cada vez más, notamos que cualquier tema que se aborde, en cualquier lugar del mundo es motivo de discusiones y sin información suficiente, nos apresuramos a tomar una decisión sobre quien tiene la razón. No conocemos los hechos, no averiguamos, pero sí opinamos.

Todos somos especialistas o así lo aparentamos de cualquier tema de actualidad, así sea médico, de derecho, de ingeniería, de relaciones internacionales etc. Y prácticamente hacemos a un lado la información proveniente de fuentes autorizadas. Parece ser que despreciamos la preparación, los años de estudio, la formación, la experiencia y los datos ciertos.

Ya sea si es entre republicanos y demócratas en el país vecino, ya sea sobre migración o integración en Europa o en América, entre la sinrazón o razón de la guerra entre Rusia y Ucrania, de futbol, de gobiernos, de aeropuertos, lo cierto es que día a día nos definimos como “los buenos” y a los que no están de acuerdo como “los malos”.

No importa el lugar del mundo, ni el evento, ni si es un tema trascendente, o si lo conocemos o no, solo importa de que lado de la cancha estamos: blancos o negros, a favor o en contra. No hay lugar para ningún otro color, ni espacios para buscar alguna coincidencia que contribuya.

Las redes sociales están inundadas de ejemplos; se insulta, se ofende, se amenaza a quienes no piensan como el que responde, llegando a extremos inconcebibles para quien, estoy cierta, no lo haría si saliera del anonimato. Basta que alguien externe una opinión, ya sea por el contenido o por el personaje que la expone y se desata una auténtica guerra digital que no tiene fin hasta que emerge algún otro comentario que reinicia la pelea.

Los humanos somos seres sociales y como tales nos reunimos en grupos que piensan o sienten y ahora opinan como nosotros, donde, desgraciadamente hoy por hoy, no caben los argumentos ni la información, ni los datos duros y esas opiniones las llevamos hasta nuestras familias, donde ahora también hay: buenos y malos, liberales y conservadores, de derecha y de izquierda, fifís o chairos.

Ya no existe el centro, lo desaparecimos, ya no hay lugar de encuentro y preferimos entonces o no opinar o de plano entrar a una discusión que solo lleva al distanciamiento entre gente que se quiere.

Sin puentes, sin acercamiento entre opuestos, sin diálogo, sin tolerancia nos quedaremos sin caminos para mejorar el mundo. Necesitamos escuchar más a los demás y oírnos a nosotros mismos, menos.

Quizá sin menos discusiones inútiles y más disposición a encontrarnos en alguna parte del camino podremos contribuir a vivir en paz.

Debemos seguir insistiendo, aunque parezca imposible, desde nuestra casa, con los amigos, en la comunidad que no somos enemigos, aunque pensemos diferente, que no debemos ni podemos serlo en un mundo que convulsiona y que con la historia nos ha enseñado una y otra vez, que solo unidos, que solo con educación, con preparación, con respeto podemos crecer.