/ domingo 26 de junio de 2022

Vivencias | Menos humanos

En un país como el nuestro, donde se han registrado más de 121 mil homicidios en tres años y medio, donde a diario nos enteramos de balaceras, de muertos, de heridos, de desaparecidos, de secuestrados, ya es difícil que algo nos asombre, lo cual es una desgracia.

Pero el martes nos enteramos de un hecho inaudito, por lo sobrecogedor, por las circunstancias, por los personajes, por el entorno.

Tres personas, dos de ellas sacerdotes Jesuitas, en la alejada región de la Tarahumara, en Chihuahua, fueron asesinadas. Uno de los sacerdotes daba los santos óleos a un moribundo que cayó a las puertas de la pequeña iglesia y otro que trató de calmar al asesino. Los tres cuerpos aventados a la caja de una camioneta. No solo los mataron, se llevaron sus cuerpos.

Mi familia tuvo la fortuna de conocer al Padre Mora, muchos tampiqueños tuvimos el privilegio de estar cerca de él y de dar fe de su bondad y de su entrega a los que menos tienen. Su labor en la Colonia Pescadores, fue por mucho tiempo, parte de la historia de muchos de nosotros.

Los Jesuitas, esa orden a la que pertenece nuestro Papa Francisco, son “llamados”, y cito al Padre Luis Arriaga, a “ser personas de frontera. Es decir, a ir a donde nadie más quiere ir.” Tienen más de un siglo de trabajo de apostolado en esa región tan alejada y tan abandonada. El Padre Mora fue de la Colonia Pescadores a la Sierra Tarahumara, a Cerocahui, a vivir entre los pobres y a morir con ellos.

No he conocido aún a un cura tan silencioso, tan en paz consigo mismo, tan fiel a sus votos como el Padre Mora. Y a muy pocos humanos tan decididos como él, a vivir y a ayudar a los pobres, viviendo su vida como otro más de ellos. Eso sólo lo hacen los muy valientes.

Cada muerte violenta nos disminuye como humanos, dijo alguna vez el Papa Francisco, pero estos muertos, nos restan más.

Si no nos impresiona, no nos cimbra oír un hecho como éste, si mueren los que no deben, los más valientes y no hacemos nada más que lamentarlo, ¿en qué clase de sociedad nos estamos convirtiendo?

Si no importa que siga pasando a diario, más de 121 mil en tres años y medio, y antes muchos más, sin que importen sus historias, sin que ni siquiera nos enteremos de sus nombres, sin saber quienes eran, cual era su pasión, que libro leían. Que sueños perseguían, entonces creo que no hemos entendido nada. Algo en nosotros está condenadamente mal.

La impunidad hace que esta pesadilla continúe. Debemos exigir que se castigue a los responsables, debemos pedir que se proteja a los indefensos, que se atienda a las víctimas, que busquemos un modelo de justicia que garantice la vida y la tranquilidad de todos.

Quizás ir más allá, quizás tengan razón los curas. Solo en el perdón y en la misericordia está la redención de todos.

Hoy, no lo entiendo, hoy somos de nuevo, menos humanos.

En un país como el nuestro, donde se han registrado más de 121 mil homicidios en tres años y medio, donde a diario nos enteramos de balaceras, de muertos, de heridos, de desaparecidos, de secuestrados, ya es difícil que algo nos asombre, lo cual es una desgracia.

Pero el martes nos enteramos de un hecho inaudito, por lo sobrecogedor, por las circunstancias, por los personajes, por el entorno.

Tres personas, dos de ellas sacerdotes Jesuitas, en la alejada región de la Tarahumara, en Chihuahua, fueron asesinadas. Uno de los sacerdotes daba los santos óleos a un moribundo que cayó a las puertas de la pequeña iglesia y otro que trató de calmar al asesino. Los tres cuerpos aventados a la caja de una camioneta. No solo los mataron, se llevaron sus cuerpos.

Mi familia tuvo la fortuna de conocer al Padre Mora, muchos tampiqueños tuvimos el privilegio de estar cerca de él y de dar fe de su bondad y de su entrega a los que menos tienen. Su labor en la Colonia Pescadores, fue por mucho tiempo, parte de la historia de muchos de nosotros.

Los Jesuitas, esa orden a la que pertenece nuestro Papa Francisco, son “llamados”, y cito al Padre Luis Arriaga, a “ser personas de frontera. Es decir, a ir a donde nadie más quiere ir.” Tienen más de un siglo de trabajo de apostolado en esa región tan alejada y tan abandonada. El Padre Mora fue de la Colonia Pescadores a la Sierra Tarahumara, a Cerocahui, a vivir entre los pobres y a morir con ellos.

No he conocido aún a un cura tan silencioso, tan en paz consigo mismo, tan fiel a sus votos como el Padre Mora. Y a muy pocos humanos tan decididos como él, a vivir y a ayudar a los pobres, viviendo su vida como otro más de ellos. Eso sólo lo hacen los muy valientes.

Cada muerte violenta nos disminuye como humanos, dijo alguna vez el Papa Francisco, pero estos muertos, nos restan más.

Si no nos impresiona, no nos cimbra oír un hecho como éste, si mueren los que no deben, los más valientes y no hacemos nada más que lamentarlo, ¿en qué clase de sociedad nos estamos convirtiendo?

Si no importa que siga pasando a diario, más de 121 mil en tres años y medio, y antes muchos más, sin que importen sus historias, sin que ni siquiera nos enteremos de sus nombres, sin saber quienes eran, cual era su pasión, que libro leían. Que sueños perseguían, entonces creo que no hemos entendido nada. Algo en nosotros está condenadamente mal.

La impunidad hace que esta pesadilla continúe. Debemos exigir que se castigue a los responsables, debemos pedir que se proteja a los indefensos, que se atienda a las víctimas, que busquemos un modelo de justicia que garantice la vida y la tranquilidad de todos.

Quizás ir más allá, quizás tengan razón los curas. Solo en el perdón y en la misericordia está la redención de todos.

Hoy, no lo entiendo, hoy somos de nuevo, menos humanos.