/ lunes 12 de marzo de 2018

Western, de Valeska Grisebach

Imaginemos que un grupo de trabajadores estadounidenses vienen a un punto de la geografía mexicana a contruir una hidroeléctrica.

Imaginemos, también, el cómo sería su interrelación de superioridad con los moradores del lugar; ellos tan de primer mundo con gente inferior en lo económico.

En esa línea se dirime Western/ Alemania- Austria- 2017, de Valeska Grisebach.

Obreros alemanes viajan a una población de Bulgaria para realizar obras hidroeléctricas en un río. Del próspero país teutón a la empobrecida república ex socialista el viraje melodramático resulta en un principio irónico, pero de la mano de Grisebach, apoyada por la productora Maren Ade, directora y guionista de la delirante y sardónica Toni Erdmann/2016, se torna en una lectura necesaria de la Europa actual.

Con el hálito del género western, Grisebach elabora una alegoría efectiva del encuentro moderno de dos mundos.

Por una parte, la europea que en la cima de la pujanza concatena cosmovisiones de avanzada, sin espacio para la auscultación de los demás. Y, por otro lado, la recepción del atrasado no de los bárbaros sino de los iguales en términos de las relaciones humanas. Y es aquí que funciona la óptica toral del filme: plantear el encuentro de dos extraños que se han asumido como los vencidos y los victoriosos.

Los trabajadores alemanes vivirán la desolación, la rudeza del lugar y sus habitantes no como un accidente racial, sino como una frontera antropológica donde el idioma, la idiosincrasia estalla en una palabra implosiva: desconocimiento.

Western no tiene héroes ni villanos. Tiene personajes que al límite de sus exigencias (como el lamado “viejo oeste”) no tendrán más opciones que la tolerancia o la confrontación. o Pese a diálogos inquietantes (“setenta años nos ha llevado ha a estar de vuelta”), el filme no se perfila por la ingratitud de la parcialidad deológica (Kaurismáki, en su más reciente filme da en el clavo: El otro lado de la esperanza), más bien por los peligrosos del regreso a cánones políticos que se creían superados y que, precisamente como lo plantea Western, en el día a día, en el encuentro físico de las personas es que se llevan al cabo los verdaderos duelos entre dos bandos: los oriundos y los conquistadores, ingredientes solipsistas de la globalización…





Imaginemos que un grupo de trabajadores estadounidenses vienen a un punto de la geografía mexicana a contruir una hidroeléctrica.

Imaginemos, también, el cómo sería su interrelación de superioridad con los moradores del lugar; ellos tan de primer mundo con gente inferior en lo económico.

En esa línea se dirime Western/ Alemania- Austria- 2017, de Valeska Grisebach.

Obreros alemanes viajan a una población de Bulgaria para realizar obras hidroeléctricas en un río. Del próspero país teutón a la empobrecida república ex socialista el viraje melodramático resulta en un principio irónico, pero de la mano de Grisebach, apoyada por la productora Maren Ade, directora y guionista de la delirante y sardónica Toni Erdmann/2016, se torna en una lectura necesaria de la Europa actual.

Con el hálito del género western, Grisebach elabora una alegoría efectiva del encuentro moderno de dos mundos.

Por una parte, la europea que en la cima de la pujanza concatena cosmovisiones de avanzada, sin espacio para la auscultación de los demás. Y, por otro lado, la recepción del atrasado no de los bárbaros sino de los iguales en términos de las relaciones humanas. Y es aquí que funciona la óptica toral del filme: plantear el encuentro de dos extraños que se han asumido como los vencidos y los victoriosos.

Los trabajadores alemanes vivirán la desolación, la rudeza del lugar y sus habitantes no como un accidente racial, sino como una frontera antropológica donde el idioma, la idiosincrasia estalla en una palabra implosiva: desconocimiento.

Western no tiene héroes ni villanos. Tiene personajes que al límite de sus exigencias (como el lamado “viejo oeste”) no tendrán más opciones que la tolerancia o la confrontación. o Pese a diálogos inquietantes (“setenta años nos ha llevado ha a estar de vuelta”), el filme no se perfila por la ingratitud de la parcialidad deológica (Kaurismáki, en su más reciente filme da en el clavo: El otro lado de la esperanza), más bien por los peligrosos del regreso a cánones políticos que se creían superados y que, precisamente como lo plantea Western, en el día a día, en el encuentro físico de las personas es que se llevan al cabo los verdaderos duelos entre dos bandos: los oriundos y los conquistadores, ingredientes solipsistas de la globalización…