/ miércoles 26 de diciembre de 2018

Con café y a media luz | ¿Y el "regale afecto..."?

Si usted tiene más de treinta años, querido amigo lector, seguramente recordará aquella campaña incesante de los 80 que se lanzaba a lo largo del año en vísperas de fechas especiales, ya sea en Navidad, Día del Padre, de la Madre, del Niño, etcétera, con un eslogan que, hasta este día, podemos mencionar a manera de chascarrillo: “¡Regale afecto, no lo compre!”

Si bien recuerdo, y eso que la memoria ya me falla un poco y, de vez en cuando, me juega bromas pesadas, estos mensajes eran patrocinados por la Procuraduría Federal del Consumidor, que en aquel tiempo llevaba por nombre “Instituto Nacional” y consistían en un grupo de marionetas que bailaban sobre un fondo negro y cantaban un estribillo relativo al tema.

El objetivo era evitar los gastos innecesarios haciendo regalos excesivos y costosos a familiares y amigos durante las festividades, a la par de volverse un sano contrapeso a la necesidad imperiosa del sector privado de hacerse de clientes para poder generar sus ganancias y así mantener una sana economía que diera empleo a una buena cantidad de mexicanos.

Los comerciales remataban con frases como “Abra su corazón y no su billetera” o “Si deja ir al dinero, éste no volverá” y más. Premisas que no siempre eran bien entendidas por los mexicanos quienes, seamos honestos, en los momentos de embriaguez monetaria, despilfarramos, compramos y compartimos cuanto tenemos y no guardamos algo para el futuro.

¿A qué viene el comentario que este servidor plantea este día?

Pues que el pasado 24 de diciembre se me ocurrió darme una vuelta por la zona dorada, el centro de Tampico y dos supermercados de la localidad y me quedé impresionado por la cantidad de personas que, perdone usted la expresión, “como hormigas”, acarreaban todo tipo de objetos, juguetes y aparatos electrónicos y hacían filas interminables en las cajas registradoras.

Me llamó la atención una dama que con su mano derecha empujaba uno de estos cochecitos, mientras que con la zurda jalaba otro y metros más atrás venía un caballero que, me supongo, era su marido, con otra unidad. En tanto que la mujer enumeraba a grito abierto la lista de presentes y cosas que restaban por adquirir, el amigo aquel elevaba los ojos al cielo. Aún no sé si en señal de fastidio, cansancio, súplica o nostalgia por el aguinaldo que ya veía irse de sus bolsillos.

En un instante se cruzaron nuestras miradas y yo, torpemente, le sonreí mientras que él, adivinando la razón de mi sorpresa que lo volvía protagonista involuntario de un espectáculo de consumismo, me correspondió el gesto y se encogió de hombros en claro indicio de resignación.

Debemos reconocer que la situación económica del mexicano común ya no es como antes y hoy, las familias, en lugar de dar un regalo para cada uno de sus miembros, optan por organizar intercambios de obsequios y hasta acuerdan un límite monetario para que sea equitativo el valor del objeto recibido y del entregado. Por tanto, todos los asistentes se llevan un presente a casa.

Una vez que salí del supermercado en cuestión, me dirigí al centro de la ciudad, el cual, reitero mis excusas por la siguiente comparativa, me hizo recordar la canción del cronista musical de México, “Chava” Flores: “Sábado Distrito Federal”, cuando cita la frase “Un hormiguero no tiene tanto animal”.

En el primer cuadro los sonidos de los cláxones de los vehículos, las vueltas incesantes buscando lugar para estacionarse, algunos recordatorios de maternal entusiasmo y la mezcla en el aire de música norteña, moderna, tradicional, cumbia y reguetón, proveniente de los diferentes almacenes, convertían aquello en un verdadero manicomio al que, curiosamente, todo mundo quería entrar.

De nuevo observé las filas de hombres y mujeres cargados de objetos para regalar. Lo que de verdad me sorprendió era el tipo de artefactos que obsequiarían, la gran mayoría de esos que se les dice “inteligentes”.

Pude contar teléfonos inteligentes, pantallas inteligentes, tabletas inteligentes, relojes inteligentes, bocinas inteligentes, pulseras inteligentes, audífonos inteligentes, miniteclados inteligentes y quién sabe qué otros objetos más que, de tan “inteligentes”, terminan por deteriorar la capacidad de razonamiento del usuario. Seguramente usted ya comprendió la frase.

Y, para rematar, la mayoría de los compradores, eran individuos de entre los 30 ó 40 años, en la plenitud de su capacidad financiera pero que han olvidado aquello de “Regale afecto, no lo compre”, como si la cuesta de enero de 2019 no vaya a existir o no se tenga que pagar el impuesto predial, o involucrarse nuevamente al rol de escuela que implica más gasolina, pasajes, renovar útiles que se consumieron en la primera mitad del ciclo y otros detalles parecidos.

Considero que, hoy más que nunca, debemos empezar a aplicar la vieja recomendación ochentera, no vaya a ser que la suerte nos juegue un revés económico para el que no estamos preparados.

¡Hasta la próxima!

Escríbame y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!

licajimenezmcc@hotmail.com

Si usted tiene más de treinta años, querido amigo lector, seguramente recordará aquella campaña incesante de los 80 que se lanzaba a lo largo del año en vísperas de fechas especiales, ya sea en Navidad, Día del Padre, de la Madre, del Niño, etcétera, con un eslogan que, hasta este día, podemos mencionar a manera de chascarrillo: “¡Regale afecto, no lo compre!”

Si bien recuerdo, y eso que la memoria ya me falla un poco y, de vez en cuando, me juega bromas pesadas, estos mensajes eran patrocinados por la Procuraduría Federal del Consumidor, que en aquel tiempo llevaba por nombre “Instituto Nacional” y consistían en un grupo de marionetas que bailaban sobre un fondo negro y cantaban un estribillo relativo al tema.

El objetivo era evitar los gastos innecesarios haciendo regalos excesivos y costosos a familiares y amigos durante las festividades, a la par de volverse un sano contrapeso a la necesidad imperiosa del sector privado de hacerse de clientes para poder generar sus ganancias y así mantener una sana economía que diera empleo a una buena cantidad de mexicanos.

Los comerciales remataban con frases como “Abra su corazón y no su billetera” o “Si deja ir al dinero, éste no volverá” y más. Premisas que no siempre eran bien entendidas por los mexicanos quienes, seamos honestos, en los momentos de embriaguez monetaria, despilfarramos, compramos y compartimos cuanto tenemos y no guardamos algo para el futuro.

¿A qué viene el comentario que este servidor plantea este día?

Pues que el pasado 24 de diciembre se me ocurrió darme una vuelta por la zona dorada, el centro de Tampico y dos supermercados de la localidad y me quedé impresionado por la cantidad de personas que, perdone usted la expresión, “como hormigas”, acarreaban todo tipo de objetos, juguetes y aparatos electrónicos y hacían filas interminables en las cajas registradoras.

Me llamó la atención una dama que con su mano derecha empujaba uno de estos cochecitos, mientras que con la zurda jalaba otro y metros más atrás venía un caballero que, me supongo, era su marido, con otra unidad. En tanto que la mujer enumeraba a grito abierto la lista de presentes y cosas que restaban por adquirir, el amigo aquel elevaba los ojos al cielo. Aún no sé si en señal de fastidio, cansancio, súplica o nostalgia por el aguinaldo que ya veía irse de sus bolsillos.

En un instante se cruzaron nuestras miradas y yo, torpemente, le sonreí mientras que él, adivinando la razón de mi sorpresa que lo volvía protagonista involuntario de un espectáculo de consumismo, me correspondió el gesto y se encogió de hombros en claro indicio de resignación.

Debemos reconocer que la situación económica del mexicano común ya no es como antes y hoy, las familias, en lugar de dar un regalo para cada uno de sus miembros, optan por organizar intercambios de obsequios y hasta acuerdan un límite monetario para que sea equitativo el valor del objeto recibido y del entregado. Por tanto, todos los asistentes se llevan un presente a casa.

Una vez que salí del supermercado en cuestión, me dirigí al centro de la ciudad, el cual, reitero mis excusas por la siguiente comparativa, me hizo recordar la canción del cronista musical de México, “Chava” Flores: “Sábado Distrito Federal”, cuando cita la frase “Un hormiguero no tiene tanto animal”.

En el primer cuadro los sonidos de los cláxones de los vehículos, las vueltas incesantes buscando lugar para estacionarse, algunos recordatorios de maternal entusiasmo y la mezcla en el aire de música norteña, moderna, tradicional, cumbia y reguetón, proveniente de los diferentes almacenes, convertían aquello en un verdadero manicomio al que, curiosamente, todo mundo quería entrar.

De nuevo observé las filas de hombres y mujeres cargados de objetos para regalar. Lo que de verdad me sorprendió era el tipo de artefactos que obsequiarían, la gran mayoría de esos que se les dice “inteligentes”.

Pude contar teléfonos inteligentes, pantallas inteligentes, tabletas inteligentes, relojes inteligentes, bocinas inteligentes, pulseras inteligentes, audífonos inteligentes, miniteclados inteligentes y quién sabe qué otros objetos más que, de tan “inteligentes”, terminan por deteriorar la capacidad de razonamiento del usuario. Seguramente usted ya comprendió la frase.

Y, para rematar, la mayoría de los compradores, eran individuos de entre los 30 ó 40 años, en la plenitud de su capacidad financiera pero que han olvidado aquello de “Regale afecto, no lo compre”, como si la cuesta de enero de 2019 no vaya a existir o no se tenga que pagar el impuesto predial, o involucrarse nuevamente al rol de escuela que implica más gasolina, pasajes, renovar útiles que se consumieron en la primera mitad del ciclo y otros detalles parecidos.

Considero que, hoy más que nunca, debemos empezar a aplicar la vieja recomendación ochentera, no vaya a ser que la suerte nos juegue un revés económico para el que no estamos preparados.

¡Hasta la próxima!

Escríbame y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!

licajimenezmcc@hotmail.com