/ domingo 3 de noviembre de 2019

Y los que adoras, y los que desprecias, no serán más que una misma ceniza


La prodigalidad es el acto de derrochar, de malgastar, de desperdiciar. El pródigo asume esta conducta viciosa, de una falta total de respeto a la riqueza y a la sensata previsión (Cruz Azul, Monterrey y Toluca).

Y por su parte el avaro, que es lo opuesto del pródigo, tiene el vicio de un corazón que se afana en adquirir excesivamente; desea ardientemente poseer grandeza comprada. A pesar de que tanto el pródigo como el avaro asumen conductas viciosas, siempre, el pródigo despierta gusto, o lástima, cuando se queda en la miseria por tanto malgastar (Veracruz, Puebla, Chivas). En cambio el avaro provoca sentimientos de repugnancia y odio. Mientras el pródigo lo da todo, el avaro lo retiene todo.

Aristóteles en su obra cumbre Ética Nicomaquea, ha dejado siglos antes de Cristo una concepción magistral de la liberalidad, al haber escrito lo siguiente: “Las cosas útiles pueden ser usadas bien o mal; y la riqueza pertenece a las cosas útiles. Ahora bien, el que posee la virtud relativa a una cosa, usa mejor de ella; usará, pues, mejor de la riqueza el que posee la virtud relativa al dinero, y este es el hombre liberal. El uso del dinero parece consistir en gastarlo y darlo. En cambio la ganancia y la conservación son más bien posesiones. Por eso es más propio del hombre liberal dar a quien se debe, que recibir de donde debe y no recibir de donde no debe. Nada como un buen couchin para garantizar el equilibrio de un equipo para que no caiga en deuda de salarios.

Hace más de treinta años que he estado leyendo a Séneca permanentemente. De su abundante obra, he robado páginas incomparables por su alma y por el inmenso consuelo que nos dan, y hoy no he podido resistir el transcribir una de sus reflexiones llena de profunda sabiduría. Nos dice Séneca: “Cuando te quejas de la muerte de tu hijo, acusas al día de su nacimiento, porque al nacer se te notificó la muerte. Con esta condición se te dio y el destino le persigue desde que quedó concebido en tu seno. ¿Por qué llorar esta parte de la vida? Llorar se debe la vida entera. Nuevas desgracias caerán sobre ti antes de que hayas satisfecho a las antiguas. Moderad pues nuestra aflicción, mujeres agobiadas por tantos males; el pecho humano ha de repartirse entre muchos temores y muchos sufrimientos”.

“Y en último caso -sigue diciendo Séneca- ¿Por qué olvidar tanto tu condición personal como la general? Nacida mortal has concebido mortales: ser corruptible y perecedero, sujeto a tantos accidentes y enfermedades, ¿Esperabas que tu frágil materia engendrara la fuerza y la inmortalidad? Tu hijo ha muerto, es decir, ha llegado al término a que caminan todas las cosas, en tu opinión más dichosas que el fruto de tus entrañas. Allí se encamina con paso igual toda esa multitud que ves pleitar en el foro, sentarse en los teatros y orar en los templos. Y los que adoras y los que desprecias no serán más que una misma ceniza".

"Esto manda aquella voz que se atribuye al oráculo pitiano: Conócete, ¿Qué es el hombre? Vaso quebrantado, cosa frágil. No se necesita terrible tempestad, una ola basta para destruirlo; al primer choque quedará deshecho. ¿Qué es el hombre, un cuerpo endeble, débil, desnudo, sin defensa natural, que mendiga el auxilio ajeno, blanco de todos los ultrajes de la naturaleza; que a pesar de los esfuerzos de sus brazos, es pasto de la primera fiera, es víctima de cualquier enemigo; formado de materia blanda y fluida, que solamente tiene brillantez en el exterior; indefenso contra el frío, el calor, la fatiga y en quien la inercia engendra la corrupción; temiendo a sus alimentos, cuya falta o exceso lo matan; de ansiosa y aflictiva conservación, aliento precario, que no puede resistir, que se ahoga por repentino pavor o por inesperado miedo que hiere sus oídos; en fin, que para alimentarse se destruye, se devora a sí mismo. ¿Podrá extrañarnos la muerte de un hombre cuando todos necesariamente hemos de morir? ¿Acaso se necesita mucho para destruirlo? Un olor, un sabor, el cansancio, la vigilia, los humores, la comida, todo lo que necesita para vivir le es mortal. Cualquier movimiento le revela enseguida su debilidad: no puede soportar todos los climas: un cambio de aguas, un soplo desacostumbrado de aire, la cosa más pequeña basta para que enferme; ser de barro y corrupción, entra llorando en la vida y, sin embargo, ¿cuánto tumulto promueve este despreciable animal? ¿A cuántos ambiciosos pensamientos no le impulsa el olvido de su condición? Lo inmortal e infinito ocupan su mente, ordena el porvenir de sus nietos y bisnietos y, en medio de sus proyectos para la eternidad, le hiere la muerte, siendo carrera de muy pocos años lo que se llama Vejez”.

Deberíamos leer reflexiones de esta profunda sabiduría. Séneca es incomparable para dar consuelo a los dolientes y para enseñarnos en las virtudes de la moderación, la sensatez y la fortaleza para enfrentar todo tipo de adversidades... Quiero pensar que todo México ha leído las reflexiones de Séneca, ya que nos valemos de la muerte para organizar una gran fiesta en la que todo es alegría pensando que nuestros difuntos disfrutan de nuestras ofrendas.

Hasta pronto amigo.


La prodigalidad es el acto de derrochar, de malgastar, de desperdiciar. El pródigo asume esta conducta viciosa, de una falta total de respeto a la riqueza y a la sensata previsión (Cruz Azul, Monterrey y Toluca).

Y por su parte el avaro, que es lo opuesto del pródigo, tiene el vicio de un corazón que se afana en adquirir excesivamente; desea ardientemente poseer grandeza comprada. A pesar de que tanto el pródigo como el avaro asumen conductas viciosas, siempre, el pródigo despierta gusto, o lástima, cuando se queda en la miseria por tanto malgastar (Veracruz, Puebla, Chivas). En cambio el avaro provoca sentimientos de repugnancia y odio. Mientras el pródigo lo da todo, el avaro lo retiene todo.

Aristóteles en su obra cumbre Ética Nicomaquea, ha dejado siglos antes de Cristo una concepción magistral de la liberalidad, al haber escrito lo siguiente: “Las cosas útiles pueden ser usadas bien o mal; y la riqueza pertenece a las cosas útiles. Ahora bien, el que posee la virtud relativa a una cosa, usa mejor de ella; usará, pues, mejor de la riqueza el que posee la virtud relativa al dinero, y este es el hombre liberal. El uso del dinero parece consistir en gastarlo y darlo. En cambio la ganancia y la conservación son más bien posesiones. Por eso es más propio del hombre liberal dar a quien se debe, que recibir de donde debe y no recibir de donde no debe. Nada como un buen couchin para garantizar el equilibrio de un equipo para que no caiga en deuda de salarios.

Hace más de treinta años que he estado leyendo a Séneca permanentemente. De su abundante obra, he robado páginas incomparables por su alma y por el inmenso consuelo que nos dan, y hoy no he podido resistir el transcribir una de sus reflexiones llena de profunda sabiduría. Nos dice Séneca: “Cuando te quejas de la muerte de tu hijo, acusas al día de su nacimiento, porque al nacer se te notificó la muerte. Con esta condición se te dio y el destino le persigue desde que quedó concebido en tu seno. ¿Por qué llorar esta parte de la vida? Llorar se debe la vida entera. Nuevas desgracias caerán sobre ti antes de que hayas satisfecho a las antiguas. Moderad pues nuestra aflicción, mujeres agobiadas por tantos males; el pecho humano ha de repartirse entre muchos temores y muchos sufrimientos”.

“Y en último caso -sigue diciendo Séneca- ¿Por qué olvidar tanto tu condición personal como la general? Nacida mortal has concebido mortales: ser corruptible y perecedero, sujeto a tantos accidentes y enfermedades, ¿Esperabas que tu frágil materia engendrara la fuerza y la inmortalidad? Tu hijo ha muerto, es decir, ha llegado al término a que caminan todas las cosas, en tu opinión más dichosas que el fruto de tus entrañas. Allí se encamina con paso igual toda esa multitud que ves pleitar en el foro, sentarse en los teatros y orar en los templos. Y los que adoras y los que desprecias no serán más que una misma ceniza".

"Esto manda aquella voz que se atribuye al oráculo pitiano: Conócete, ¿Qué es el hombre? Vaso quebrantado, cosa frágil. No se necesita terrible tempestad, una ola basta para destruirlo; al primer choque quedará deshecho. ¿Qué es el hombre, un cuerpo endeble, débil, desnudo, sin defensa natural, que mendiga el auxilio ajeno, blanco de todos los ultrajes de la naturaleza; que a pesar de los esfuerzos de sus brazos, es pasto de la primera fiera, es víctima de cualquier enemigo; formado de materia blanda y fluida, que solamente tiene brillantez en el exterior; indefenso contra el frío, el calor, la fatiga y en quien la inercia engendra la corrupción; temiendo a sus alimentos, cuya falta o exceso lo matan; de ansiosa y aflictiva conservación, aliento precario, que no puede resistir, que se ahoga por repentino pavor o por inesperado miedo que hiere sus oídos; en fin, que para alimentarse se destruye, se devora a sí mismo. ¿Podrá extrañarnos la muerte de un hombre cuando todos necesariamente hemos de morir? ¿Acaso se necesita mucho para destruirlo? Un olor, un sabor, el cansancio, la vigilia, los humores, la comida, todo lo que necesita para vivir le es mortal. Cualquier movimiento le revela enseguida su debilidad: no puede soportar todos los climas: un cambio de aguas, un soplo desacostumbrado de aire, la cosa más pequeña basta para que enferme; ser de barro y corrupción, entra llorando en la vida y, sin embargo, ¿cuánto tumulto promueve este despreciable animal? ¿A cuántos ambiciosos pensamientos no le impulsa el olvido de su condición? Lo inmortal e infinito ocupan su mente, ordena el porvenir de sus nietos y bisnietos y, en medio de sus proyectos para la eternidad, le hiere la muerte, siendo carrera de muy pocos años lo que se llama Vejez”.

Deberíamos leer reflexiones de esta profunda sabiduría. Séneca es incomparable para dar consuelo a los dolientes y para enseñarnos en las virtudes de la moderación, la sensatez y la fortaleza para enfrentar todo tipo de adversidades... Quiero pensar que todo México ha leído las reflexiones de Séneca, ya que nos valemos de la muerte para organizar una gran fiesta en la que todo es alegría pensando que nuestros difuntos disfrutan de nuestras ofrendas.

Hasta pronto amigo.