/ domingo 27 de marzo de 2022

Yo soy tú…

¿Qué es lo que hace que la conducta de los seres humanos pueda ser llamada buena o mala, por los integrantes de la comunidad donde viven? ¿De qué o de quién depende que nuestras acciones sean consideradas correctas o incorrectas y cuáles son los parámetros que deben ser tomados en cuenta para que sean juzgadas así?

¿Existe acaso un Censor Máximo, un Dictador Moralista o un Supremo Juzgador, y es Él quien determina cuáles son los actos humanos buenos, y los discrimina de los malos, reglamentando así nuestra vida y decretando, de acuerdo con sus designios, quién es moral o inmoral?

Más allá de las sutiles interpretaciones de los filósofos, de las explicaciones y los argumentos de psicólogos y teólogos eruditos acerca de la complejidad del comportamiento humano, enfrentar el dilema de lo bueno y lo malo es semejante a andar sobre el filo de una navaja: desde cualquier ángulo que pretendamos hacer su abordaje, en un punto sin duda podremos sangrar.

Tomemos las religiones, por ejemplo. Para todas ellas lo bueno y lo malo están directamente relacionados con lo que cada una establece, ya que Dios les indica la frontera entre ambos. Y, en ese sentido, nada es negociable so pena de ir, según sus doctrinas, en contra de la voluntad misma del Dios en el que creen.

Pero aquí nos encontramos con verdaderos problemas de interpretación y de validez objetiva. Todas las religiones afirman tener la verdad, revelada por la misma divinidad a sus fieles a través de sus jerarcas. El conflicto que de aquí se deriva es evidente: si Dios es el mismo para todos, ¿por qué les manda cosas tan dispares a unas y a otras? ¿Por qué para unos comer carne de cerdo es malo y para otros no? La respuesta parece simple: La religión establece normas para quienes sean sus seguidores, pero que no son igualmente válidas para quienes no profesan otra religión. Pero hay algunas básicas en las que necesariamente todas ellas coinciden y son resultado de intersecciones con aquellos preceptos superiores que finalmente nacen de la misma esencia de la persona humana y su dignidad. Y son válidas aún para aquellos que dicen no creer en Dios.

Lo mismo podemos decir de quienes creen que la ley y el derecho positivo son las fuentes que determinan las normas morales originales por las que las personas son definidas como buenas o malas. Pero lo bueno y lo malo son previos a toda especulación legal y las normas jurídicas necesariamente se basan en las exigencias de la naturaleza humana, fundamento del derecho mismo. “Antes de que tú dieras leyes -dice Antígona a Creonte, rey de Tebas-, yo tengo otras en mi interior, que son primero que las tuyas”. La ley por lo tanto, tampoco es la que determina la bondad o la malicia de los actos humanos en primera instancia, sino que sólo reglamenta lo que a juicio del legislador, es mejor para que las personas vivan armónica y racionalmente en una sociedad.

Y están finalmente quienes afirman que el verdadero problema para distinguir entre lo bueno y lo malo en las acciones de las personas se encuentra en la naturaleza misma de la dignidad que todo ser humano posee y que por esencia le corresponde, cualquiera que sea su religión, su constitución política o sus normas legales y sociales. La conducta buena o mala es un problema de justicia y de civismo que, bien entendida, representa el deseo que tenemos todos de comprendernos como ciudadanos del mundo, con los mismos derechos, obligaciones y horizontes que los demás, sean ricos o pobres, indígenas o citadinos, ignorantes o intelectales, prominentes o ignorados miembros de la sociedad. Es la determinación cotidiana y constante que nos hace ver en los demás nuestro propio reflejo, y nos impedirá lastimarnos, porque sabemos bien que no debemos hacer a otros lo que no quisiéramos para nosotros mismos.

El real dilema que existe en el análisis sobre lo que es bueno o malo está en saber encontrar en él su sentido humanista, ese que nos impide pensar en nuestro hermano como alguien que podemos devorar, porque somos más fuertes; la que nos permite vernos en el otro sabiendo que somos nosotros y que por ello debemos respetarlos y valorarlos; y nos hace ver claramente que sin perder nuestra libertad personal, podamos con nuestra conducta conquistar la libertad común, que es la verdadera fuente de la felicidad humana. Es actuar de tal forma con los demás, que a través de nuestra conducta entiendan que son tan especiales, como creemos serlo nosotros.

John Donne escribió: “Toda muerte de hombre me disminuye, porque yo también soy hombre. Por eso cuando una campana toca a duelo nunca me pregunto por quién dobla. En realidad está doblando por mí…”

Por eso, todo “yo” debería tener siempre incluido un “tú” como respuesta. Y esa será sin duda la razón final que explique toda conducta buena, que presuma de ser auténtica.

Dedicado con respeto a nuestros hermanos de Ucrania en sus horas de dolor.

YO SOY TÚ…

“… La gente buena sabe

tanto del bien, como del mal.

La gente mala no lo sabe…”

C. L. Lewis

¿Qué es lo que hace que la conducta de los seres humanos pueda ser llamada buena o mala, por los integrantes de la comunidad donde viven? ¿De qué o de quién depende que nuestras acciones sean consideradas correctas o incorrectas y cuáles son los parámetros que deben ser tomados en cuenta para que sean juzgadas así?

¿Existe acaso un Censor Máximo, un Dictador Moralista o un Supremo Juzgador, y es Él quien determina cuáles son los actos humanos buenos, y los discrimina de los malos, reglamentando así nuestra vida y decretando, de acuerdo con sus designios, quién es moral o inmoral?

Más allá de las sutiles interpretaciones de los filósofos, de las explicaciones y los argumentos de psicólogos y teólogos eruditos acerca de la complejidad del comportamiento humano, enfrentar el dilema de lo bueno y lo malo es semejante a andar sobre el filo de una navaja: desde cualquier ángulo que pretendamos hacer su abordaje, en un punto sin duda podremos sangrar.

Tomemos las religiones, por ejemplo. Para todas ellas lo bueno y lo malo están directamente relacionados con lo que cada una establece, ya que Dios les indica la frontera entre ambos. Y, en ese sentido, nada es negociable so pena de ir, según sus doctrinas, en contra de la voluntad misma del Dios en el que creen.

Pero aquí nos encontramos con verdaderos problemas de interpretación y de validez objetiva. Todas las religiones afirman tener la verdad, revelada por la misma divinidad a sus fieles a través de sus jerarcas. El conflicto que de aquí se deriva es evidente: si Dios es el mismo para todos, ¿por qué les manda cosas tan dispares a unas y a otras? ¿Por qué para unos comer carne de cerdo es malo y para otros no? La respuesta parece simple: La religión establece normas para quienes sean sus seguidores, pero que no son igualmente válidas para quienes no profesan otra religión. Pero hay algunas básicas en las que necesariamente todas ellas coinciden y son resultado de intersecciones con aquellos preceptos superiores que finalmente nacen de la misma esencia de la persona humana y su dignidad. Y son válidas aún para aquellos que dicen no creer en Dios.

Lo mismo podemos decir de quienes creen que la ley y el derecho positivo son las fuentes que determinan las normas morales originales por las que las personas son definidas como buenas o malas. Pero lo bueno y lo malo son previos a toda especulación legal y las normas jurídicas necesariamente se basan en las exigencias de la naturaleza humana, fundamento del derecho mismo. “Antes de que tú dieras leyes -dice Antígona a Creonte, rey de Tebas-, yo tengo otras en mi interior, que son primero que las tuyas”. La ley por lo tanto, tampoco es la que determina la bondad o la malicia de los actos humanos en primera instancia, sino que sólo reglamenta lo que a juicio del legislador, es mejor para que las personas vivan armónica y racionalmente en una sociedad.

Y están finalmente quienes afirman que el verdadero problema para distinguir entre lo bueno y lo malo en las acciones de las personas se encuentra en la naturaleza misma de la dignidad que todo ser humano posee y que por esencia le corresponde, cualquiera que sea su religión, su constitución política o sus normas legales y sociales. La conducta buena o mala es un problema de justicia y de civismo que, bien entendida, representa el deseo que tenemos todos de comprendernos como ciudadanos del mundo, con los mismos derechos, obligaciones y horizontes que los demás, sean ricos o pobres, indígenas o citadinos, ignorantes o intelectales, prominentes o ignorados miembros de la sociedad. Es la determinación cotidiana y constante que nos hace ver en los demás nuestro propio reflejo, y nos impedirá lastimarnos, porque sabemos bien que no debemos hacer a otros lo que no quisiéramos para nosotros mismos.

El real dilema que existe en el análisis sobre lo que es bueno o malo está en saber encontrar en él su sentido humanista, ese que nos impide pensar en nuestro hermano como alguien que podemos devorar, porque somos más fuertes; la que nos permite vernos en el otro sabiendo que somos nosotros y que por ello debemos respetarlos y valorarlos; y nos hace ver claramente que sin perder nuestra libertad personal, podamos con nuestra conducta conquistar la libertad común, que es la verdadera fuente de la felicidad humana. Es actuar de tal forma con los demás, que a través de nuestra conducta entiendan que son tan especiales, como creemos serlo nosotros.

John Donne escribió: “Toda muerte de hombre me disminuye, porque yo también soy hombre. Por eso cuando una campana toca a duelo nunca me pregunto por quién dobla. En realidad está doblando por mí…”

Por eso, todo “yo” debería tener siempre incluido un “tú” como respuesta. Y esa será sin duda la razón final que explique toda conducta buena, que presuma de ser auténtica.

Dedicado con respeto a nuestros hermanos de Ucrania en sus horas de dolor.

YO SOY TÚ…

“… La gente buena sabe

tanto del bien, como del mal.

La gente mala no lo sabe…”

C. L. Lewis