/ viernes 9 de marzo de 2018

Zama, de Lucrecia Martel

La argentina Lucrecia Martel/ 1966 es una cineasta de atmósferas donde la mirada femenina de sus personajes estalla y se refocila en letargos de introspección y concatenaciones sociopolíticas bajo una premisa constante: la decadencia moral como ingrediente principal.

De la cuasi coral La ciénaga/ 2000, la distópica amorosa La niña santa/ 2004 a la culpabilidad hibridada de La mujer sin cabeza/ 2007-08, Lucrecia Martel arma sus andamiajes narrativos colindantes con la poesía visual donde el hálito existencial está en el desasosiego y los cánones sociales que se confrontan – y se bifurcan ásperamente – con la ruptura de una moral sometida constantemente a prueba.

Y en Zama/Argentina -México-España- 2017, su cuarto largometraje, Martel reúne su pulso poético con parsimonia y rigor tanto visual como de diseño de sonido para narrar la espera prolongada de Diego de Zama/ Daniel Giménez Cacho, enviado de la Corona española en el siglo XVIII en Paraguay.

Las semanas y los años en el ansia de ser trasladado a España para reunirse con su esposa juegan en Zama un escarnio más que físico, emocional. Martel ha dicho que Diego de Zama tiene una “perspectiva existencial”. Así es, de hecho Zama es un prisionero más que de una época o un entorno, de un deseo. El regreso de Zama a España se troca en dolor, castigo y posposición irónica.

Adaptando la novela homónima de Antonio di Benedetto, Martel discurre la historia en tono de atmósfera asfixiante, desde el lacónico e impreciso período de acción hasta la ausencia de mayores comentarios políticos del trato hacia los aborígenes por parte del conquistador.

Zama es un Robinson Crusoe con una isla moral insondable. Es el coronel no tiene quién le escriba. Es la mirada hacia el horizonte en espera del barco salvador. Es un aborigen de la desesperanza. Es el rezagado sin dialéctica ni futuro.

Lucrecia Martel revitaliza en el personaje su carta mayor como cineasta: el deseo, no como tránsfuga de la carne solamente, sino como elemento de condena y sumisión, de combustible del alma aunque el destino (el gobernador) le diga siempre que “no falta mucho para su partida…

La argentina Lucrecia Martel/ 1966 es una cineasta de atmósferas donde la mirada femenina de sus personajes estalla y se refocila en letargos de introspección y concatenaciones sociopolíticas bajo una premisa constante: la decadencia moral como ingrediente principal.

De la cuasi coral La ciénaga/ 2000, la distópica amorosa La niña santa/ 2004 a la culpabilidad hibridada de La mujer sin cabeza/ 2007-08, Lucrecia Martel arma sus andamiajes narrativos colindantes con la poesía visual donde el hálito existencial está en el desasosiego y los cánones sociales que se confrontan – y se bifurcan ásperamente – con la ruptura de una moral sometida constantemente a prueba.

Y en Zama/Argentina -México-España- 2017, su cuarto largometraje, Martel reúne su pulso poético con parsimonia y rigor tanto visual como de diseño de sonido para narrar la espera prolongada de Diego de Zama/ Daniel Giménez Cacho, enviado de la Corona española en el siglo XVIII en Paraguay.

Las semanas y los años en el ansia de ser trasladado a España para reunirse con su esposa juegan en Zama un escarnio más que físico, emocional. Martel ha dicho que Diego de Zama tiene una “perspectiva existencial”. Así es, de hecho Zama es un prisionero más que de una época o un entorno, de un deseo. El regreso de Zama a España se troca en dolor, castigo y posposición irónica.

Adaptando la novela homónima de Antonio di Benedetto, Martel discurre la historia en tono de atmósfera asfixiante, desde el lacónico e impreciso período de acción hasta la ausencia de mayores comentarios políticos del trato hacia los aborígenes por parte del conquistador.

Zama es un Robinson Crusoe con una isla moral insondable. Es el coronel no tiene quién le escriba. Es la mirada hacia el horizonte en espera del barco salvador. Es un aborigen de la desesperanza. Es el rezagado sin dialéctica ni futuro.

Lucrecia Martel revitaliza en el personaje su carta mayor como cineasta: el deseo, no como tránsfuga de la carne solamente, sino como elemento de condena y sumisión, de combustible del alma aunque el destino (el gobernador) le diga siempre que “no falta mucho para su partida…