/ lunes 21 de febrero de 2022

Héctor Prahim dice “soy el contador de historias de mi aldea” | Pensando en Voz Alta

El escritor argentino ha ganado varios premios como el "Antonio Porcelli" en su país y el "Gabriel Aresti" en España, entre otros.

Primera parte

Héctor Prahim es un escritor argentino que colabora con las revistas Casa de las Américas (Cuba), Fundación La Balandra, Muu + Artes & Letras y Solo Tempestad (Argentina), Dos Disparos Magazine (Chile), Almiar y Margen Cero (España), y El Narratorio, narrativa hispanoamericana.

En 2014, su cuento “La luz plana de la radio”, bajo el título “Oscuridad líquida”, recibió el Premio Municipal de Relatos “Manuel Mujica Láinez”. En 2017, su cuento “El pabellón de los animales domésticos” recibió el Premio “Antonio Porcelli Concursos Participativos”.

Y, en 2017, su cuento “La densidad del agua”, bajo el título “Aflicción”, recibió el Premio XXXIV Concurso de Cuentos “Gabriel Aresti”, en España.

En 2018 recibió el Premio “Yo te cuento Buenos Aires Oro” de la Legislatura Porteña. Ese mismo año, su cuento “El rectángulo exacto donde estuvo mi cama matrimonial” recibió el Premio de Relatos “Barracas al Sud” de la Dirección General de Cultura, Arte y Espectáculos de la Municipalidad de Avellaneda, y el XXIX Premio de Narración Breve de la UNED, en España.

También en 2018, su libro El pabellón de los animales domésticos fue distinguido con una mención en la edición 59° del Premio Casa de las Américas.

En 2019, la editorial Indómita Luz publicó dicho volumen de cuentos que obtuvo una importante recepción en el público lector y la crítica, y llegó a ser nombrado entre los 10 mejores libros de narrativa breve publicados ese año.

¿Quién es Héctor Prahim?

Soy el nieto del guardián del puerto, del empleado ferroviario, de la trabajadora de la zafra, de la ama de casa, soy el cuarto hijo del bicicletero y la empleada doméstica, soy el padre de Paloma, Luciana y Matteo, soy compañero de Mirna. Soy hermano de mis hermanos, soy amigo. Soy mi literatura, los libros que he leído y los que voy a leer, soy el cine, la música y los cuadros que me cambiaron la vida para siempre. Soy el contador de historias de mi aldea.

Aseguró que viene de una tradición de narración oral por parte de sus padres | Héctor Prahim


¿Cómo supiste que serías escritor?

Fue a los 17 años, leyendo “El Coronel no tiene quien le escriba”, de García Márquez, yo venía de leer “El Juguete Rabioso” de Roberto Arlt y “La metamorfosis” de Kafka, pero con El Coronel, tuve ese momento fundacional, ese rayo epifánico hermoso del que bien habla el maestro Borges en el cuento “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz”, cuando dice que a Cruz “lo esperaba, secreta en el porvenir, una noche fundamental donde al fin oyó su nombre y vio su propia cara, y comprendió que cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es”.

La literatura me salió al encuentro entonces, en plena adolescencia, cuando todo era incertidumbre, y aún hoy ese incendio persiste.

¿Cuál es tu palabra favorita?

Por lo general, mi palabra favorita tiene que ver con la hallada después de trabajar toda una tarde o una noche el texto que estoy escribiendo. Es esa palabra justa que ilumina y oxigena la narración, y que quizás está ahí solo para termoregular la historia.

Y para eso se necesita tiempo, y no es como dicen por ahí, que el tiempo es dinero, el tiempo es vida, por eso no te puede dar lo mismo usar una palabra que otra, Cheever decía que las palabras contienen los colores de la tierra. Por lo tanto, no es solo llenar una hoja y otra hoja, eso lo hace cualquiera, la idea es plasmar algo que viene de adentro y que trae sus palabras justas.

¿Qué leías de niño?

Nunca faltaron las historias en mi infancia, aunque no hubo libros. En los largos veranos que pasábamos en Tucumán, siempre había algún familiar, como mi tío Julio, que venía de la comuna rural de La Cejas y nos contaba las historias de aparecidos de los pueblos por donde solía pasar con el tren carguero.

El primer registro de libros en mi casa fue recién a los 17 años, cuando mi hermana Silvia completó una colección de literatura universal que salía mensualmente en no sé qué revista. Vengo de una tradición de narración oral por parte de mi padre y mi madre, eso alimentaba mi curiosidad crónica y mi imaginación que después se potenció con el acceso a los libros.

Piaget decía que los chicos aprenden jugando, y yo de chico jugaba a imaginarlo todo. Hubo un cierto revuelo cuando Steve Jobs reveló que a sus hijos no les permitía usar el iPad por el peligro que representaba para el desarrollo imaginativo y otras consecuencias, pero bueno, eso pasó justo después que él mismo lo presentó al mundo como la última maravilla que aportaba herramientas educativas y bla, bla, bla.

Algo similar hizo Bill Gates con sus hijos que no les permitió tener teléfonos inteligentes hasta que cumplieron 14 años, y con un cierto límite frente a la pantalla. Pero claro, no te iban a decir esto de sus productos, y el problema estaba y está en que los grandes CEOs de Silicon Valley te pueden envenenar a tus hijos, pero ellos no le dan el veneno a los suyos.

¿Qué personaje de la literatura te hubiera gustado ser?

Me quedo con el formidable personaje de Melquíades, el gitano corpulento, de mejillas flácidas, labios marchitos, manos de gorrión y una barba montaraz, amigo de Don José Arcadio Buendía, el fundador de Macondo en la novela “100 años de soledad”.

Me quedo con ese chaleco de terciopelo que usaba y ese sombrero grande y negro, como las alas extendidas de un cuervo. Ese Melquíades que conocía el otro lado de las cosas, aunque tenía “un peso humano, una condición terrestre que lo mantenía enredado en los minúsculos problemas de la vida cotidiana”.

¿Tiene alguna manía o fobia al escribir?

Es que no sé si califica como manía, pero sí la mayoría de las veces antes de escribir, que no es todo los días, necesito ponerme en movimiento, y ahí voy en busca de un teatro de operaciones, una geografía para los personajes, entonces hago largas caminatas por barrios fabriles o residenciales, o voy al puerto a ver los barcos pasar, o me tomo un micro a alguna parte.

Es la búsqueda de una experiencia sensitiva y emocional, y es la posibilidad de captar lo latente, lo no dicho en la historia que estoy contando o que voy a contar.

¿Para inspirarte qué prefieres beber, café o alcohol?

Busco la inspiración en el momento de la corrección, no antes, y entonces una buena taza de café es suficiente, a la tarde, con música tranquila, esto se puede repetir bien entrada la noche, cuando los chicos duermen y alguna frase o imagen ronda en mi cabeza.

En cambio el vino, tinto para mi gusto, cabernet sauvignon, lo prefiero cuando hago algún asado para la familia o para los amigos.

¿Alguna vez te has arrepentido de leer un libro?

No sé si la palabra sea “arrepentido”, me gusta pensar más en un redireccionamiento del impulso lector, algo que encontré al entrar en el taller literario de Vicente Battista, porque el maestro sacaba libros de su biblioteca y me los daba, yo se los traía leídos y comentados en una semana o dos. Lo mismo pasaba con alguna película o con cierta muestra de arte que él me indicaba, había un anhelo de crecer y de descubrir nuevos mundos.

De alguna manera, todos los libros que pasaron por mí me fueron formando, y es porque quería formarme, lo buscaba, y cuando pasa eso, hasta los malos libros también te enseñan.

Fue a los 17 años, leyendo “El Coronel no tiene quien le escriba”, de García Márquez que descubrió su pasión | Héctor Prahim

Eres un escritor que ha ganado diversos premios a nivel internacional, ¿te ha servido para tener un mayor acceso a los lectores?

Los premios sirven para la visualización del autor, y para darle un mayor recorrido al libro. Aunque es importante que ese libro esté a la altura del premio que ostenta, porque si no se produce un efecto contrario y eso es negativo desde cualquier punto de vista. Ahí se hace patente lo verdadero y lo sobrevalorado.

No hay nada mejor para un autor, que su libro, con el cual pasó tiempo de trabajo y soledad, con el cual se obsesionó y soñó, esté a la altura de las circunstancias.

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Porque en definitiva, es el lector el primero que tiene que verse beneficiado en un premio que fue dado en buena ley. No hay nada peor que un lector que se siente defraudado y con justa razón, el segundo es el escritor, las bolsas de los concursos sirven para pagar las cuentas y seguir escribiendo, y el tercer eslabón es la editorial y los libreros que se benefician con la publicación del libro, hay varios aspectos, pero cuando alguno de estos se altera, es que la cadena está rota, o lo que peor, siempre estuvo rota.

Primera parte

Héctor Prahim es un escritor argentino que colabora con las revistas Casa de las Américas (Cuba), Fundación La Balandra, Muu + Artes & Letras y Solo Tempestad (Argentina), Dos Disparos Magazine (Chile), Almiar y Margen Cero (España), y El Narratorio, narrativa hispanoamericana.

En 2014, su cuento “La luz plana de la radio”, bajo el título “Oscuridad líquida”, recibió el Premio Municipal de Relatos “Manuel Mujica Láinez”. En 2017, su cuento “El pabellón de los animales domésticos” recibió el Premio “Antonio Porcelli Concursos Participativos”.

Y, en 2017, su cuento “La densidad del agua”, bajo el título “Aflicción”, recibió el Premio XXXIV Concurso de Cuentos “Gabriel Aresti”, en España.

En 2018 recibió el Premio “Yo te cuento Buenos Aires Oro” de la Legislatura Porteña. Ese mismo año, su cuento “El rectángulo exacto donde estuvo mi cama matrimonial” recibió el Premio de Relatos “Barracas al Sud” de la Dirección General de Cultura, Arte y Espectáculos de la Municipalidad de Avellaneda, y el XXIX Premio de Narración Breve de la UNED, en España.

También en 2018, su libro El pabellón de los animales domésticos fue distinguido con una mención en la edición 59° del Premio Casa de las Américas.

En 2019, la editorial Indómita Luz publicó dicho volumen de cuentos que obtuvo una importante recepción en el público lector y la crítica, y llegó a ser nombrado entre los 10 mejores libros de narrativa breve publicados ese año.

¿Quién es Héctor Prahim?

Soy el nieto del guardián del puerto, del empleado ferroviario, de la trabajadora de la zafra, de la ama de casa, soy el cuarto hijo del bicicletero y la empleada doméstica, soy el padre de Paloma, Luciana y Matteo, soy compañero de Mirna. Soy hermano de mis hermanos, soy amigo. Soy mi literatura, los libros que he leído y los que voy a leer, soy el cine, la música y los cuadros que me cambiaron la vida para siempre. Soy el contador de historias de mi aldea.

Aseguró que viene de una tradición de narración oral por parte de sus padres | Héctor Prahim


¿Cómo supiste que serías escritor?

Fue a los 17 años, leyendo “El Coronel no tiene quien le escriba”, de García Márquez, yo venía de leer “El Juguete Rabioso” de Roberto Arlt y “La metamorfosis” de Kafka, pero con El Coronel, tuve ese momento fundacional, ese rayo epifánico hermoso del que bien habla el maestro Borges en el cuento “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz”, cuando dice que a Cruz “lo esperaba, secreta en el porvenir, una noche fundamental donde al fin oyó su nombre y vio su propia cara, y comprendió que cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es”.

La literatura me salió al encuentro entonces, en plena adolescencia, cuando todo era incertidumbre, y aún hoy ese incendio persiste.

¿Cuál es tu palabra favorita?

Por lo general, mi palabra favorita tiene que ver con la hallada después de trabajar toda una tarde o una noche el texto que estoy escribiendo. Es esa palabra justa que ilumina y oxigena la narración, y que quizás está ahí solo para termoregular la historia.

Y para eso se necesita tiempo, y no es como dicen por ahí, que el tiempo es dinero, el tiempo es vida, por eso no te puede dar lo mismo usar una palabra que otra, Cheever decía que las palabras contienen los colores de la tierra. Por lo tanto, no es solo llenar una hoja y otra hoja, eso lo hace cualquiera, la idea es plasmar algo que viene de adentro y que trae sus palabras justas.

¿Qué leías de niño?

Nunca faltaron las historias en mi infancia, aunque no hubo libros. En los largos veranos que pasábamos en Tucumán, siempre había algún familiar, como mi tío Julio, que venía de la comuna rural de La Cejas y nos contaba las historias de aparecidos de los pueblos por donde solía pasar con el tren carguero.

El primer registro de libros en mi casa fue recién a los 17 años, cuando mi hermana Silvia completó una colección de literatura universal que salía mensualmente en no sé qué revista. Vengo de una tradición de narración oral por parte de mi padre y mi madre, eso alimentaba mi curiosidad crónica y mi imaginación que después se potenció con el acceso a los libros.

Piaget decía que los chicos aprenden jugando, y yo de chico jugaba a imaginarlo todo. Hubo un cierto revuelo cuando Steve Jobs reveló que a sus hijos no les permitía usar el iPad por el peligro que representaba para el desarrollo imaginativo y otras consecuencias, pero bueno, eso pasó justo después que él mismo lo presentó al mundo como la última maravilla que aportaba herramientas educativas y bla, bla, bla.

Algo similar hizo Bill Gates con sus hijos que no les permitió tener teléfonos inteligentes hasta que cumplieron 14 años, y con un cierto límite frente a la pantalla. Pero claro, no te iban a decir esto de sus productos, y el problema estaba y está en que los grandes CEOs de Silicon Valley te pueden envenenar a tus hijos, pero ellos no le dan el veneno a los suyos.

¿Qué personaje de la literatura te hubiera gustado ser?

Me quedo con el formidable personaje de Melquíades, el gitano corpulento, de mejillas flácidas, labios marchitos, manos de gorrión y una barba montaraz, amigo de Don José Arcadio Buendía, el fundador de Macondo en la novela “100 años de soledad”.

Me quedo con ese chaleco de terciopelo que usaba y ese sombrero grande y negro, como las alas extendidas de un cuervo. Ese Melquíades que conocía el otro lado de las cosas, aunque tenía “un peso humano, una condición terrestre que lo mantenía enredado en los minúsculos problemas de la vida cotidiana”.

¿Tiene alguna manía o fobia al escribir?

Es que no sé si califica como manía, pero sí la mayoría de las veces antes de escribir, que no es todo los días, necesito ponerme en movimiento, y ahí voy en busca de un teatro de operaciones, una geografía para los personajes, entonces hago largas caminatas por barrios fabriles o residenciales, o voy al puerto a ver los barcos pasar, o me tomo un micro a alguna parte.

Es la búsqueda de una experiencia sensitiva y emocional, y es la posibilidad de captar lo latente, lo no dicho en la historia que estoy contando o que voy a contar.

¿Para inspirarte qué prefieres beber, café o alcohol?

Busco la inspiración en el momento de la corrección, no antes, y entonces una buena taza de café es suficiente, a la tarde, con música tranquila, esto se puede repetir bien entrada la noche, cuando los chicos duermen y alguna frase o imagen ronda en mi cabeza.

En cambio el vino, tinto para mi gusto, cabernet sauvignon, lo prefiero cuando hago algún asado para la familia o para los amigos.

¿Alguna vez te has arrepentido de leer un libro?

No sé si la palabra sea “arrepentido”, me gusta pensar más en un redireccionamiento del impulso lector, algo que encontré al entrar en el taller literario de Vicente Battista, porque el maestro sacaba libros de su biblioteca y me los daba, yo se los traía leídos y comentados en una semana o dos. Lo mismo pasaba con alguna película o con cierta muestra de arte que él me indicaba, había un anhelo de crecer y de descubrir nuevos mundos.

De alguna manera, todos los libros que pasaron por mí me fueron formando, y es porque quería formarme, lo buscaba, y cuando pasa eso, hasta los malos libros también te enseñan.

Fue a los 17 años, leyendo “El Coronel no tiene quien le escriba”, de García Márquez que descubrió su pasión | Héctor Prahim

Eres un escritor que ha ganado diversos premios a nivel internacional, ¿te ha servido para tener un mayor acceso a los lectores?

Los premios sirven para la visualización del autor, y para darle un mayor recorrido al libro. Aunque es importante que ese libro esté a la altura del premio que ostenta, porque si no se produce un efecto contrario y eso es negativo desde cualquier punto de vista. Ahí se hace patente lo verdadero y lo sobrevalorado.

No hay nada mejor para un autor, que su libro, con el cual pasó tiempo de trabajo y soledad, con el cual se obsesionó y soñó, esté a la altura de las circunstancias.

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Porque en definitiva, es el lector el primero que tiene que verse beneficiado en un premio que fue dado en buena ley. No hay nada peor que un lector que se siente defraudado y con justa razón, el segundo es el escritor, las bolsas de los concursos sirven para pagar las cuentas y seguir escribiendo, y el tercer eslabón es la editorial y los libreros que se benefician con la publicación del libro, hay varios aspectos, pero cuando alguno de estos se altera, es que la cadena está rota, o lo que peor, siempre estuvo rota.

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