/ jueves 16 de mayo de 2019

Aquellos viejos maestros

Aquellos viejos maestros

Creo que aún puedo sentir el ardor en mi mano de uno que otro reglazo que mi profesor me daba por no poner atención en la primaria. ¡Dios, qué dolor! Recuerdo también lo que entre dientes dije en varias ocasiones cuando eso sucedía… pero prefiero recordar que gracias a esos reglazos culminé con éxito mi vida de estudiante.

¡Ah, qué tiempos aquellos! donde nuestra ley era nuestro maestro, donde nuestra preocupación principal era estudiar... pero vamos, no me dejen sola, recordemos a nuestros viejos profesores con una pequeña apología de mi inspiración.

Recorramos juntos las calles empolvadas de la memoria, aquellas con olor a viejos recuerdos de la infancia y de la escuela. De gises y libros, de amaneceres tempranos y tareas.

Recordemos al menos hoy a nuestros viejos maestros, de aquellas juventudes olvidadas, recordemos a los maestros de antaño, cabizbajos y callados, de salarios cortos e ideas largas, de compromiso y entrega y sobre todo, de paciencia abnegada.

¡Silencio compañeros! que ya escucho a lo lejos los lerdos pasos del profesor que retumban en el aula anunciando su llegada, siempre taciturno y despistado, siempre llegando a tiempo, siempre imponiendo el ejemplo.

Era mi viejo maestro, aquel que me sonreía cuando a la escuela llegaba, aquel que con su sapiencia a mi mente extasiaba.

Aquel mi viejo maestro que con gis y borrador me enseñó el ABC de la vida, el valor de la familia, la entrega y la disciplina.

Recordando hoy a mis viejos maestros, aquellos que todo sabían, aquellos cuya orden era ley, aquellos que imponían respeto pero no por miedo, antes bien por su saber.

Aquellos viejos maestros que guardo en mi memoria de una infancia dormida que entre anécdotas y frases aletaron mis sueños y cuyos consejos y guía formaron lo que soy hoy en día.

Aquellos viejos maestros

Creo que aún puedo sentir el ardor en mi mano de uno que otro reglazo que mi profesor me daba por no poner atención en la primaria. ¡Dios, qué dolor! Recuerdo también lo que entre dientes dije en varias ocasiones cuando eso sucedía… pero prefiero recordar que gracias a esos reglazos culminé con éxito mi vida de estudiante.

¡Ah, qué tiempos aquellos! donde nuestra ley era nuestro maestro, donde nuestra preocupación principal era estudiar... pero vamos, no me dejen sola, recordemos a nuestros viejos profesores con una pequeña apología de mi inspiración.

Recorramos juntos las calles empolvadas de la memoria, aquellas con olor a viejos recuerdos de la infancia y de la escuela. De gises y libros, de amaneceres tempranos y tareas.

Recordemos al menos hoy a nuestros viejos maestros, de aquellas juventudes olvidadas, recordemos a los maestros de antaño, cabizbajos y callados, de salarios cortos e ideas largas, de compromiso y entrega y sobre todo, de paciencia abnegada.

¡Silencio compañeros! que ya escucho a lo lejos los lerdos pasos del profesor que retumban en el aula anunciando su llegada, siempre taciturno y despistado, siempre llegando a tiempo, siempre imponiendo el ejemplo.

Era mi viejo maestro, aquel que me sonreía cuando a la escuela llegaba, aquel que con su sapiencia a mi mente extasiaba.

Aquel mi viejo maestro que con gis y borrador me enseñó el ABC de la vida, el valor de la familia, la entrega y la disciplina.

Recordando hoy a mis viejos maestros, aquellos que todo sabían, aquellos cuya orden era ley, aquellos que imponían respeto pero no por miedo, antes bien por su saber.

Aquellos viejos maestros que guardo en mi memoria de una infancia dormida que entre anécdotas y frases aletaron mis sueños y cuyos consejos y guía formaron lo que soy hoy en día.

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