/ miércoles 14 de agosto de 2019

Cuando era niña...

Cuando era niña pensaba que los besos en las películas duraban toda la vida...que cuando me comía una semilla de una fruta me crecería un árbol en el estómago...que para tener dinero bastaba con ir al banco y que ahí lo regalaban...que mi mamá era capaz de leer mi pensamiento....y que ir de vuelta al colegio era lo mejor del mundo...

No sé qué recuerdo con más pavor de cuando era el tiempo de volver a clases...si la sombrilla que mi mamá me hacía en medio de la cabeza con la liga de bolitas en forma de tréboles y que cuando se le zafaba a mi mamá me daba unos buenos coscorrones y ya no necesitaba sombrilla por el chichón que me salía...o el tener que soportar los lastres, que eran mis zapatos Dingo, o tener que cargar la mochilota que debía llevar a espaldas como el Pípila.

Ahora que recuerdo, lo más estresante del temible regreso a clases no era todo eso sino tener que ir a comprar la lista de los útiles escolares, si la odisea de “Las de globo” les pareció temible, esta era mucho peor, pues una vez entregada la lista a mi madre comenzaba el suplicio... Me recuerdo caminando tomada de la mano de mi madre por el centro de Tampico y recorrer aquellas viejas papelerías que ya no están y con lista en mano buscar: un cuaderno de rayas y otro de doble raya, uno de cuadros chicos y otro de cuadros grandes, uno de dibujo y otro para tareas... ¡uff! la lista era interminable.

Sin embargo, tenía sus gratificaciones pues me gustaban los colores que me compraba mi mamá que eran de madera, se llamaban “Jungla”, era divertido ver chimuelo al león que estaba en la caja cuando sacaba uno de los colores, también recuerdo con cariño el pegamento del “elefantito” en forma de un elefante blanco pero a veces mi mamá lo encontraba de colores bonitos como el azul, y qué decir de mi cuaderno preferido “Polito”, era delgadito y de forma italiana, tenía bonitos dibujos en la parte de enfrente y en la parte posterior tenía las tablas de multiplicar; recuerdo también los sacapuntas con formas de animales que mi madre me compraba y los lapiceros en forma de lapices grandotes y qué decir de un lápiz gigante que mi mamá me compró y el cual era imposible meter en la mochila... Algunas cosas eran divertidas cuando mi madre y yo comprábamos los útiles, sin embargo lo más pesado de todo era forrar los libros, pues yo no sé porqué a mi mamá siempre se le pasaba comprar el plástico adherente que pedían, por lo que terminaba cortando el hule de la mesa para forrarlos, claro está, no sin antes pegar el correspondiente papel lustrina que era todo un show porque mi madre me sentaba en la mesa para sostener las pastas de los cuadernos y poder pegar el papel, pero siempre pasaba algo, que se movía el papel y mi madre además de ocupar mis dos manos también ocupaba mis dos pies para que no se moviera el papel lustrina con el ventilador...total, que terminaba hincada arriba de la mesa y sin poder moverme como cuando juegas el Twister y, peor tantito, cuando se le acababa el pegamento porque había que hacer engrudo con harina y agua, y mientras yo ahí como estatua de marfil.

Sin embargo, a pesar de todo ese show, de todo ese cansancio, disfrutaba esas mariposas en el estómago que te dan cuando debes regresar a clases. Ese nerviosismo por llegar a tiempo, por ir con el uniforme planchado, con los dedos cruzados para que pasen la inspección tus cuadernos, era fantástico porque me recordaba que aún era tiempo de aprender, que aún había oportunidad de crecer e imaginar mundos...

Volver a la escuela en mis tiempos de niña creaba ansiedad pero a la vez era volver a un mundo donde descubriría cosas nuevas, donde mi mente se volvería a expander a horizontes inimaginables y donde la convivencia con mi madre era estrecha, quizá más que nunca, pues la odisea que pasábamos juntas era divertida porque si bien era estresante, también reíamos cuando el corte del papel lustrina quedaba chueco o cuando el engrudo no pegaba o el plástico del mantel estaba sucio o roto...cuando era niña pensaba que los forros que mi madre colocaba en mis cuadernos, aunque chuecos y todo, eran los mejores del mundo....y al día de hoy aún lo sigo pensando.

Cuando era niña pensaba que los besos en las películas duraban toda la vida...que cuando me comía una semilla de una fruta me crecería un árbol en el estómago...que para tener dinero bastaba con ir al banco y que ahí lo regalaban...que mi mamá era capaz de leer mi pensamiento....y que ir de vuelta al colegio era lo mejor del mundo...

No sé qué recuerdo con más pavor de cuando era el tiempo de volver a clases...si la sombrilla que mi mamá me hacía en medio de la cabeza con la liga de bolitas en forma de tréboles y que cuando se le zafaba a mi mamá me daba unos buenos coscorrones y ya no necesitaba sombrilla por el chichón que me salía...o el tener que soportar los lastres, que eran mis zapatos Dingo, o tener que cargar la mochilota que debía llevar a espaldas como el Pípila.

Ahora que recuerdo, lo más estresante del temible regreso a clases no era todo eso sino tener que ir a comprar la lista de los útiles escolares, si la odisea de “Las de globo” les pareció temible, esta era mucho peor, pues una vez entregada la lista a mi madre comenzaba el suplicio... Me recuerdo caminando tomada de la mano de mi madre por el centro de Tampico y recorrer aquellas viejas papelerías que ya no están y con lista en mano buscar: un cuaderno de rayas y otro de doble raya, uno de cuadros chicos y otro de cuadros grandes, uno de dibujo y otro para tareas... ¡uff! la lista era interminable.

Sin embargo, tenía sus gratificaciones pues me gustaban los colores que me compraba mi mamá que eran de madera, se llamaban “Jungla”, era divertido ver chimuelo al león que estaba en la caja cuando sacaba uno de los colores, también recuerdo con cariño el pegamento del “elefantito” en forma de un elefante blanco pero a veces mi mamá lo encontraba de colores bonitos como el azul, y qué decir de mi cuaderno preferido “Polito”, era delgadito y de forma italiana, tenía bonitos dibujos en la parte de enfrente y en la parte posterior tenía las tablas de multiplicar; recuerdo también los sacapuntas con formas de animales que mi madre me compraba y los lapiceros en forma de lapices grandotes y qué decir de un lápiz gigante que mi mamá me compró y el cual era imposible meter en la mochila... Algunas cosas eran divertidas cuando mi madre y yo comprábamos los útiles, sin embargo lo más pesado de todo era forrar los libros, pues yo no sé porqué a mi mamá siempre se le pasaba comprar el plástico adherente que pedían, por lo que terminaba cortando el hule de la mesa para forrarlos, claro está, no sin antes pegar el correspondiente papel lustrina que era todo un show porque mi madre me sentaba en la mesa para sostener las pastas de los cuadernos y poder pegar el papel, pero siempre pasaba algo, que se movía el papel y mi madre además de ocupar mis dos manos también ocupaba mis dos pies para que no se moviera el papel lustrina con el ventilador...total, que terminaba hincada arriba de la mesa y sin poder moverme como cuando juegas el Twister y, peor tantito, cuando se le acababa el pegamento porque había que hacer engrudo con harina y agua, y mientras yo ahí como estatua de marfil.

Sin embargo, a pesar de todo ese show, de todo ese cansancio, disfrutaba esas mariposas en el estómago que te dan cuando debes regresar a clases. Ese nerviosismo por llegar a tiempo, por ir con el uniforme planchado, con los dedos cruzados para que pasen la inspección tus cuadernos, era fantástico porque me recordaba que aún era tiempo de aprender, que aún había oportunidad de crecer e imaginar mundos...

Volver a la escuela en mis tiempos de niña creaba ansiedad pero a la vez era volver a un mundo donde descubriría cosas nuevas, donde mi mente se volvería a expander a horizontes inimaginables y donde la convivencia con mi madre era estrecha, quizá más que nunca, pues la odisea que pasábamos juntas era divertida porque si bien era estresante, también reíamos cuando el corte del papel lustrina quedaba chueco o cuando el engrudo no pegaba o el plástico del mantel estaba sucio o roto...cuando era niña pensaba que los forros que mi madre colocaba en mis cuadernos, aunque chuecos y todo, eran los mejores del mundo....y al día de hoy aún lo sigo pensando.

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