/ miércoles 14 de junio de 2017

La sal, símbolo de poder en la época Prehispánica

Para los antiguos pobladores de Mesoamérica, la sal era mucho más que un complemento alimenticio, representaba un símbolo de poder político e intercambio económico. El arqueólogo Blas Castellón Huerta dedicó 10 años a investigar los procesos de producción y la cultura en torno de esta sustancia, lo que dio como resultado el libro Cuando la sal era una joya. Antropología, arqueología y tecnología de la sal durante el Posclásico en Zapotitlán Salinas, Puebla.

El volumen, editado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), surgió a partir de su proyecto doctoral en el sitio arqueológico de Cuthá, al sur de Puebla. “Desde que inicié el trabajo en el yacimiento en lo alto del Cerro de la Máscara, llamaba mi atención cómo los pobladores de Zapotitlán de Salinas movían el agua para que la sal cuajara en los grandes patios, así, poco a poco me fui involucrando en su producción”.

El investigador de la Dirección de Estudios Arqueológicos del INAH, refirió que era evidente la relación entre el sitio arqueológico y las salinas al menos desde el periodo Posclásico (900 al 1521 d.C.). “En Zapotitlán no había mucha producción agrícola, ya que es un sitio desértico, por lo que sus pobladores se servían de la sal para obtener productos naturales y manufacturados a través del intercambio”.

La base de producción de este condimento es el agua salada que sale de la tierra a través de los manantiales, comunes en toda la zona de Tehuacán.

Las fuentes históricas señalan que en el siglo XVI los parajes salinos fueron objeto de conflicto entre Zapotitlán y el señorío de Tepexi, que buscaba apoderarse de ellos, eran una especie de “mina de oro” que alimentaba las redes de intercambio y fueron esenciales para la expansión de los estados políticos dominantes en el periodo Posclásico.

“La sal se convirtió en un bien de prestigio que se entregaba como tributo, como regalo en alianzas matrimoniales y como elemento de tipo medicinal y ritual, no necesariamente para consumo”.

En Mesoamérica, en la época anterior al contacto europeo, los antiguos pobladores de Zapotitlán de las Salinas utilizaban una gran cantidad de moldes de cerámica para producir bloques de sal, dato que se corroboró con la gran cantidad de tiestos localizados en el lugar. Además de los moldes, el arqueólogo descubrió al interior de las barrancas numerosas cajas estucadas rectangulares con canales internos que permitían el movimiento de líquido hasta llegar a cierta concentración y posteriormente se pasaba a las vasijas o moldes, que eran sometidas a fuego controlado para provocar la evaporación del agua y lograr la producción de los piloncillos o “panes de sal”.

Añadió que a partir de la gran cantidad de restos arqueológicos localizados se deduce que el auge de la producción de sal fue a partir del siglo XIII (1200 d.C.) y posiblemente desde la época del poderío de Tula. Posteriormente, con los señoríos de la Cuenca de México hasta la llegada de los mexicas, quienes controlaron la región y exigieron tributo.

Con la conquista española —prosiguió el investigador—se dio un cambio tecnológico: los europeos necesitaban la sal en grandes cantidades para el ganado y la separación o beneficio de la plata en las minas de Taxco y Pachuca, para lo cual se adaptó el método de patios de evaporación solar donde la producción era a granel”.

Blas Castellón sostuvo que en la antigüedad, el origen de la sal estuvo relacionado con el pecado, se dice que una deidad del agua llamada Uixtocíhuatl cometió una transgresión agraviando a sus hermanos los tlaloques (ayudantes de Tláloc, dios de la lluvia), por lo que fue confinada a las aguas saladas.

Se creía que la sal, al igual que las piedras, los metales y las arcillas, eran excrecencias de los dioses, que al principio de los tiempos quedaron incrustadas en la tierra y en el agua, de donde los humanos tenían que extraerlas.

En la época prehispánica, dijo, y aún hoy en día, se acostumbraba colocar un trozo de sal en la boca de los niños para que adquirieran la calidad humana y no se les confundiera con seres del monte o tlaloques quienes no soportan la sal. Otro ritual consistía en lanzar este elemento a los cuatro rumbos cardinales para conjurar algunos seres malignos que pudieran dañar a la gente cuando empezaba el cultivo de las milpas.

Este último rito sigue vigente entre los salineros, quienes afirman que deben ofrendar sal, comida e incienso a seres como La llorona (dueña de las salinas) para que no les haga daño, ya que son sitios peligrosos, tradicionalmente relacionados con el pecado y la muerte.

Para los antiguos pobladores de Mesoamérica, la sal era mucho más que un complemento alimenticio, representaba un símbolo de poder político e intercambio económico. El arqueólogo Blas Castellón Huerta dedicó 10 años a investigar los procesos de producción y la cultura en torno de esta sustancia, lo que dio como resultado el libro Cuando la sal era una joya. Antropología, arqueología y tecnología de la sal durante el Posclásico en Zapotitlán Salinas, Puebla.

El volumen, editado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), surgió a partir de su proyecto doctoral en el sitio arqueológico de Cuthá, al sur de Puebla. “Desde que inicié el trabajo en el yacimiento en lo alto del Cerro de la Máscara, llamaba mi atención cómo los pobladores de Zapotitlán de Salinas movían el agua para que la sal cuajara en los grandes patios, así, poco a poco me fui involucrando en su producción”.

El investigador de la Dirección de Estudios Arqueológicos del INAH, refirió que era evidente la relación entre el sitio arqueológico y las salinas al menos desde el periodo Posclásico (900 al 1521 d.C.). “En Zapotitlán no había mucha producción agrícola, ya que es un sitio desértico, por lo que sus pobladores se servían de la sal para obtener productos naturales y manufacturados a través del intercambio”.

La base de producción de este condimento es el agua salada que sale de la tierra a través de los manantiales, comunes en toda la zona de Tehuacán.

Las fuentes históricas señalan que en el siglo XVI los parajes salinos fueron objeto de conflicto entre Zapotitlán y el señorío de Tepexi, que buscaba apoderarse de ellos, eran una especie de “mina de oro” que alimentaba las redes de intercambio y fueron esenciales para la expansión de los estados políticos dominantes en el periodo Posclásico.

“La sal se convirtió en un bien de prestigio que se entregaba como tributo, como regalo en alianzas matrimoniales y como elemento de tipo medicinal y ritual, no necesariamente para consumo”.

En Mesoamérica, en la época anterior al contacto europeo, los antiguos pobladores de Zapotitlán de las Salinas utilizaban una gran cantidad de moldes de cerámica para producir bloques de sal, dato que se corroboró con la gran cantidad de tiestos localizados en el lugar. Además de los moldes, el arqueólogo descubrió al interior de las barrancas numerosas cajas estucadas rectangulares con canales internos que permitían el movimiento de líquido hasta llegar a cierta concentración y posteriormente se pasaba a las vasijas o moldes, que eran sometidas a fuego controlado para provocar la evaporación del agua y lograr la producción de los piloncillos o “panes de sal”.

Añadió que a partir de la gran cantidad de restos arqueológicos localizados se deduce que el auge de la producción de sal fue a partir del siglo XIII (1200 d.C.) y posiblemente desde la época del poderío de Tula. Posteriormente, con los señoríos de la Cuenca de México hasta la llegada de los mexicas, quienes controlaron la región y exigieron tributo.

Con la conquista española —prosiguió el investigador—se dio un cambio tecnológico: los europeos necesitaban la sal en grandes cantidades para el ganado y la separación o beneficio de la plata en las minas de Taxco y Pachuca, para lo cual se adaptó el método de patios de evaporación solar donde la producción era a granel”.

Blas Castellón sostuvo que en la antigüedad, el origen de la sal estuvo relacionado con el pecado, se dice que una deidad del agua llamada Uixtocíhuatl cometió una transgresión agraviando a sus hermanos los tlaloques (ayudantes de Tláloc, dios de la lluvia), por lo que fue confinada a las aguas saladas.

Se creía que la sal, al igual que las piedras, los metales y las arcillas, eran excrecencias de los dioses, que al principio de los tiempos quedaron incrustadas en la tierra y en el agua, de donde los humanos tenían que extraerlas.

En la época prehispánica, dijo, y aún hoy en día, se acostumbraba colocar un trozo de sal en la boca de los niños para que adquirieran la calidad humana y no se les confundiera con seres del monte o tlaloques quienes no soportan la sal. Otro ritual consistía en lanzar este elemento a los cuatro rumbos cardinales para conjurar algunos seres malignos que pudieran dañar a la gente cuando empezaba el cultivo de las milpas.

Este último rito sigue vigente entre los salineros, quienes afirman que deben ofrendar sal, comida e incienso a seres como La llorona (dueña de las salinas) para que no les haga daño, ya que son sitios peligrosos, tradicionalmente relacionados con el pecado y la muerte.

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