Cuando se quedó viuda con cuatro hijos, Mary Ann Bevan supo que haría lo que fuera necesario para mantenerlos, incluso participar en un espectáculo donde sería señalada como la “mujer más fea del mundo”. Su historia adquiere gran fuerza, en tiempos donde la belleza pareciera el valor más importante.
Nacida en diciembre de 1874, las fotos de Mary Ann tomadas de joven muestran a una mujer guapa, morena, de rasgos delicados. Fue una de los ocho hijos de una familia pobre de Londres, pero eso no le impidió seguir su sueño de ser enfermera.
A los 29 años se casó con Thomas Bevan y la pareja tuvo cuatro hijos. Sin embargo, el aspecto de Mary Ann fue cambiando drásticamente debido a la acromegalia, un trastorno causado por la producción excesiva de la hormona del crecimiento por parte del cuerpo.
Suscríbete a la edición digital de El Sol de Tampico aquí
Hoy en día, la acromegalia es una enfermedad que puede tratarse y controlarse, pero en la época victoriana no se podía evitar que el trastorno alterara el aspecto de alguien hasta hacerlo irreconocible.
Y el físico de Mary Ann generaba comentarios desagradables en la calle, pero al menos estaba a salvo en casa con su cariñosa familia. Así fue hasta que Thomas murió.
“SE BUSCA A LA MUJER MÁS FEA”: ASÍ FUE LA VIDA DE MARY ANN
Con tal de no vivir en la indigencia, Mary Ann hizo todo lo posible para ganarse la vida, pero por su aspecto la rechazaban en cualquier lado. Entonces vio un anuncio en el periódico que cambiaría su vida.
“Se busca: La mujer más fea. Nada repulsivo, mutilado o desfigurado. Buena paga garantizada y mucho trabajo para la solicitante exitosa. Enviar fotografía reciente”. Lo puso Claude Bartram, que era el agente europeo del circo americano Barnum y Bailey.
Mary Ann inmediatamente captó la atención de Bartram. “No era repulsiva en absoluto. Tenía el tipo de rostro que se suele encontrar en un gigante, una mandíbula poderosa y masculina, pómulos, nariz y frente prominentes, pero no tenía manchas, era sana y fuerte”, dijo en su momento.
Mary Ann se volvió la nueva estrella del circo, eclipsando a mujeres barbudas, siameses, gente pequeña, gigantes y personas con discapacidades físicas.
La gente acudió en masa a verla. Ella tenía que llevar ropa que realzaba su físico masculino y la hacía parecer lo menos atractiva posible, lo que provocó horror entre las multitudes que pagaban por mirarla.
También ganó muchísimo dinero. Mandó a sus cuatro hijos a un internado y, aunque los echaba mucho de menos, les escribía con regularidad. Al final, consiguió lo que se había propuesto: ganar una fortuna que utilizó para dar a sus hijos una vida mejor. Murió en Londres, en 1933, a los 59 años.
