/ domingo 16 de mayo de 2021

Héroes: Silencio & Rock narra la historia de los egos del silencio

El documental derriba algunos mitos acerca de la banda liderada por Enrique Bunbury

Lo dijeron cien veces: no queremos poner a bailar a nadie. Los Héroes del Silencio sólo querían ser escuchados. Tarea complicada para una banda de las provincias españolas, donde los cazatalentos no llegaban. A mediados de los ochenta, Europa, ni de chiste, cantaba en español.

España por entonces, era una caldera de frenesí juvenil. Los grupos de la llamada Movida Madrileña tenían enloquecidos a los adolescentes que se querían sacudir las sobras conservadoras del franquismo. Todo era furia primitiva que fluctuaba entre discotecas y subterráneos. La gente quería ser David Bowie: maquillarse de libertad y bailar hasta el amanecer. O Sex Pistols: romper todo sin razón alguna.

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Pero aquella España visceral no fue asimilada por todos de la misma manera. No es que Héroes no viviera su propia furia. Es que simplemente no querían bailarla. Ni tundirla en un slam. Lo que los Héroes buscaban era algo atípico en la mayoría de las bandas adolescentes: pensar.

Eso y más es lo que se puede encontrar en el documental Héroes: silencio & rock and roll, que ha sido todo un éxito en Netflix porque, además, derriba algunos mitos que se han gestado alrededor de la primera banda de rock iberoamericano que puso a gritar de euforia a media Europa, en un tiempo donde cantar en español no era sinónimo de glamur ni de candela.

Quizás hoy el español sea la lengua más cantada o bailada del mundo. La consultora Nielsen Music cataloga al reguetón, desde hace al menos cinco años, como el género más escuchado a nivel global. Pero hace tres décadas la situación era muy diferente.

“A Héroes del Silencio les toca surgir en un momento clave que no tuvo ninguna otra banda, al menos en el firmamento iberoamericano”, dice en entrevista David Cortés, crítico musical que tuvo la oportunidad de platicar con la banda zaragozana la primera vez que vinieron a México, en 1992.

“Era un grupo que despedía mucho magnetismo. Muy pocos lograron esa presencia escénica. Sin embargo, la soberbia y la arrogancia de su vocalista, Enrique Bunbury, provocó que mucha gente los viera con desprecio”, sostiene el autor del libro El otro rock mexicano.

El documental dirigido por Alexis Morante tampoco niega esa versión: que los Héroes eran un cúmulo de egos que resultaban insoportables. Incluso cuando el grupo no era medianamente famoso, Bunbury sostuvo ante la prensa que España no estaba preparada para entenderlos: “Quizás no esté clara la idea de lo que somos, todavía falta un poco de concientización nacional con respecto a nosotros”.

Del otro lado del Atlántico, Soda Stereo llenaba estadios en Argentina con un pop que recordaba a The Cure, Duran Duran o The Police. Una tendencia que marcó a todo el rock latinoamericano de la época —al menos el más comercial—, que después se conoció bajo la polémica etiqueta de Rock en Tu Idioma. Sin embargo, el rock en español seguía siendo muy provinciano, algo que sólo desataba locura en sus propias coordenadas. Que una agrupación de rock hispanoamericano lograra una gira internacional era, sencillamente, un sueño guajiro. 

En el documental de Netflix se recapitula a detalle —con videos tomados por el propio Juan Valdivia, guitarrista de la banda— el momento en que Héroes despega sin control. Fue en 1990, cuando lanzaron su segundo álbum, Senderos de traición, que los hizo girar por el mundo y vender, como ninguna otra agrupación de rock iberoamericano, millones de copias en países como Italia y Alemania. Tan sólo en las primeras semanas del lanzamiento, vendieron un cuarto de millón de discos en Berlín. Un par de años antes, la prensa española los había bautizado como ‘Los Héroes de Aburrimiento’. 

“De entrada eran de Zaragoza, entonces no podían inscribirse en la Movida por una cuestión geográfica y cultural. Además, fueron una banda con tintes hard rock, nada bailable, mucho más agresiva y enérgica que el resto de su generación. No tenían nada que ver con Duncan Dhu, Radio Futura, El último de la fila, Olé Olé o Alaska y Dinarama”, observa Cortés.

De hecho, cuando aparecieron en los primeros programas de televisión, luchaban para que las producciones no les pusieran bailarinas o coreografías. 

Hubo una declaración de Bunbury que dejó fuera a Héroes del Silencio de prácticamente cualquier escena artística (comercial o independiente): “A nosotros nos gustaría que cualquier persona pudiera ser público de Héroes del Silencio. Odiaríamos ser un grupo de quinceañeras, odiaríamos ser un grupo de cuarentones o de underground y de gente vanguardista y todas esas cosas… Queremos abarcar todo. Lo que más odiaríamos sería encasillarnos”.

Aquella opinión fue una declaratoria de guerra contra los movimientos punk y post punk que buscaban la originalidad mediante expresiones contemporáneas, pero también lo fue contra las disqueras que pretendían posicionar al rock en español como el nuevo género bailable de moda entre los jóvenes.

"SON INSOPORTABLES"

Hay quien cree que Bunbury nunca fue original. En el documental no son pocos quienes lo tildan de haber querido imitar a Jim Morrison. Un tema recurrente entre sus hordas de fans y detractores. Francisco Granada, contador de 49 años, se mueve entre esos dos grupos. Los vio por primera vez en México cuando tenía 19 años y muy pronto desarrolló un sentimiento dual: amaba su música, pero odiaba su actitud. “Creo que la figura tan ególatra de Bunbury arruina toda la buena música que tienen, como aquel día que fingió no saber quién era Jim Morrison”, dice.

Marco Appel también fue de esa generación. Él cree, del mismo modo, que la arrogancia de los integrantes jugó en su contra del grupo. En el reciente documental, Rompan todo: la historia del Rock en América Latina, no hubo ni una sola mención sobre la banda española. Muchos los tomaron como un desaire.

“Me parece que (el rechazo) es por su actitud, que chocaba con el espíritu desmadroso de aquellos años. He escuchado una historia que no sé si sea cierta, de que una vez los de Tijuana No! se los madrearon porque los Héroes dejaron de tocar a causa del slam que se armó. Yo creo que por eso mi generación tiene cierta repulsión por los Héroes, es algo que va más allá de lo musical”, señala Appel, quien hoy se dedica al periodismo independiente desde Bruselas.

El crítico David Cortés recuerda que, cuando los entrevistó, Enrique Bunbury era “insoportable”. Cuenta que el vocalista zaragozano se aislaba y no quería que nadie lo tocara. Incluso, dice, era hermético con los fans, a quienes levantaba la ceja si le pedían un autógrafo o una fotografía.

“Esa arrogancia no se olvida fácilmente…  Sobre todo de Bunbury, a quien la soberbia se le borró cuando se convirtió en solista, ahí sí necesitó de la prensa, porque era volver a comenzar desde cero. Entonces hasta te decía: ‘pregúntame lo que quieras’”, recuerda Cortés.

Héroes del Silencio no se conformó con conquistar Europa. Desde inicios de los noventa emprendió giras monstruosas por Latinoamérica. Y fue en México donde añadieron a otro integrante: Alan Boguslavsky, un guitarrista con poca experiencia que en realidad se ganó su lugar en Héroes porque logró seguirle la borrachera a todo el grupo, sobre todo al gran bebedor que era Juan Valdivia.

Boguslavsky inyectó sangre nueva a la banda pero no fue suficiente. Tantas horas juntos acabaron por sumirlos en silencios confusos. Cada uno quería su propio rumbo para el grupo. Sobre todo Bunbury, quien quería dejar el rock crudo para meterse en sonidos más electrónicos. Sus egos, al final, coludieron. Y eso, aunado a los excesos y a la trágica muerte de Martin Druille, su road manager, marcó el principio de la decadencia.

Druille era una especie de bisagra de Héroes del Silencio. Por él era que todos convivían. Cuando murió en un accidente automovilístico —en el mismo camión en que iban los integrantes de la banda—, la agrupación se quedó sin rumbo.

Su último álbum, Avalancha (1995), fue una estampida de dinero. Todo lo que tocaba el grupo se convertía en oro. Pero dentro de esa alquimia se escondía la maldición del silencio. Un silencio que sólo fue interrumpido por un Bunbury sobrado de sí mismo poniendo un papel con cláusulas sobre la mesa: “El rumbo de Héroes es éste, firme quien esté de acuerdo”. 

Nadie firmó.

Hoy, Héroes del Silencio no existe. Nadie había contado la historia del grupo antes de este documental. Sólo había fragmentos de fans, que son legión en todo el mundo. La de Héroes no es una historia feliz. Y su documental no tiene los tintes épicos de Rompan todo. Bunbury sigue en lo suyo. Joaquín Cardiel, el bajista, quiere regresar, pero nadie le hace caso. Pedro Andreu vive casi en el anonimato; ni siquiera se enteró del final del grupo porque lo estaban operando del corazón. Y Juan Valdivia, el guitarrista, ya no puede tocar: la distonía focal lo tiene sumido en el silencio.

Lo dijeron cien veces: no queremos poner a bailar a nadie. Los Héroes del Silencio sólo querían ser escuchados. Tarea complicada para una banda de las provincias españolas, donde los cazatalentos no llegaban. A mediados de los ochenta, Europa, ni de chiste, cantaba en español.

España por entonces, era una caldera de frenesí juvenil. Los grupos de la llamada Movida Madrileña tenían enloquecidos a los adolescentes que se querían sacudir las sobras conservadoras del franquismo. Todo era furia primitiva que fluctuaba entre discotecas y subterráneos. La gente quería ser David Bowie: maquillarse de libertad y bailar hasta el amanecer. O Sex Pistols: romper todo sin razón alguna.

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Pero aquella España visceral no fue asimilada por todos de la misma manera. No es que Héroes no viviera su propia furia. Es que simplemente no querían bailarla. Ni tundirla en un slam. Lo que los Héroes buscaban era algo atípico en la mayoría de las bandas adolescentes: pensar.

Eso y más es lo que se puede encontrar en el documental Héroes: silencio & rock and roll, que ha sido todo un éxito en Netflix porque, además, derriba algunos mitos que se han gestado alrededor de la primera banda de rock iberoamericano que puso a gritar de euforia a media Europa, en un tiempo donde cantar en español no era sinónimo de glamur ni de candela.

Quizás hoy el español sea la lengua más cantada o bailada del mundo. La consultora Nielsen Music cataloga al reguetón, desde hace al menos cinco años, como el género más escuchado a nivel global. Pero hace tres décadas la situación era muy diferente.

“A Héroes del Silencio les toca surgir en un momento clave que no tuvo ninguna otra banda, al menos en el firmamento iberoamericano”, dice en entrevista David Cortés, crítico musical que tuvo la oportunidad de platicar con la banda zaragozana la primera vez que vinieron a México, en 1992.

“Era un grupo que despedía mucho magnetismo. Muy pocos lograron esa presencia escénica. Sin embargo, la soberbia y la arrogancia de su vocalista, Enrique Bunbury, provocó que mucha gente los viera con desprecio”, sostiene el autor del libro El otro rock mexicano.

El documental dirigido por Alexis Morante tampoco niega esa versión: que los Héroes eran un cúmulo de egos que resultaban insoportables. Incluso cuando el grupo no era medianamente famoso, Bunbury sostuvo ante la prensa que España no estaba preparada para entenderlos: “Quizás no esté clara la idea de lo que somos, todavía falta un poco de concientización nacional con respecto a nosotros”.

Del otro lado del Atlántico, Soda Stereo llenaba estadios en Argentina con un pop que recordaba a The Cure, Duran Duran o The Police. Una tendencia que marcó a todo el rock latinoamericano de la época —al menos el más comercial—, que después se conoció bajo la polémica etiqueta de Rock en Tu Idioma. Sin embargo, el rock en español seguía siendo muy provinciano, algo que sólo desataba locura en sus propias coordenadas. Que una agrupación de rock hispanoamericano lograra una gira internacional era, sencillamente, un sueño guajiro. 

En el documental de Netflix se recapitula a detalle —con videos tomados por el propio Juan Valdivia, guitarrista de la banda— el momento en que Héroes despega sin control. Fue en 1990, cuando lanzaron su segundo álbum, Senderos de traición, que los hizo girar por el mundo y vender, como ninguna otra agrupación de rock iberoamericano, millones de copias en países como Italia y Alemania. Tan sólo en las primeras semanas del lanzamiento, vendieron un cuarto de millón de discos en Berlín. Un par de años antes, la prensa española los había bautizado como ‘Los Héroes de Aburrimiento’. 

“De entrada eran de Zaragoza, entonces no podían inscribirse en la Movida por una cuestión geográfica y cultural. Además, fueron una banda con tintes hard rock, nada bailable, mucho más agresiva y enérgica que el resto de su generación. No tenían nada que ver con Duncan Dhu, Radio Futura, El último de la fila, Olé Olé o Alaska y Dinarama”, observa Cortés.

De hecho, cuando aparecieron en los primeros programas de televisión, luchaban para que las producciones no les pusieran bailarinas o coreografías. 

Hubo una declaración de Bunbury que dejó fuera a Héroes del Silencio de prácticamente cualquier escena artística (comercial o independiente): “A nosotros nos gustaría que cualquier persona pudiera ser público de Héroes del Silencio. Odiaríamos ser un grupo de quinceañeras, odiaríamos ser un grupo de cuarentones o de underground y de gente vanguardista y todas esas cosas… Queremos abarcar todo. Lo que más odiaríamos sería encasillarnos”.

Aquella opinión fue una declaratoria de guerra contra los movimientos punk y post punk que buscaban la originalidad mediante expresiones contemporáneas, pero también lo fue contra las disqueras que pretendían posicionar al rock en español como el nuevo género bailable de moda entre los jóvenes.

"SON INSOPORTABLES"

Hay quien cree que Bunbury nunca fue original. En el documental no son pocos quienes lo tildan de haber querido imitar a Jim Morrison. Un tema recurrente entre sus hordas de fans y detractores. Francisco Granada, contador de 49 años, se mueve entre esos dos grupos. Los vio por primera vez en México cuando tenía 19 años y muy pronto desarrolló un sentimiento dual: amaba su música, pero odiaba su actitud. “Creo que la figura tan ególatra de Bunbury arruina toda la buena música que tienen, como aquel día que fingió no saber quién era Jim Morrison”, dice.

Marco Appel también fue de esa generación. Él cree, del mismo modo, que la arrogancia de los integrantes jugó en su contra del grupo. En el reciente documental, Rompan todo: la historia del Rock en América Latina, no hubo ni una sola mención sobre la banda española. Muchos los tomaron como un desaire.

“Me parece que (el rechazo) es por su actitud, que chocaba con el espíritu desmadroso de aquellos años. He escuchado una historia que no sé si sea cierta, de que una vez los de Tijuana No! se los madrearon porque los Héroes dejaron de tocar a causa del slam que se armó. Yo creo que por eso mi generación tiene cierta repulsión por los Héroes, es algo que va más allá de lo musical”, señala Appel, quien hoy se dedica al periodismo independiente desde Bruselas.

El crítico David Cortés recuerda que, cuando los entrevistó, Enrique Bunbury era “insoportable”. Cuenta que el vocalista zaragozano se aislaba y no quería que nadie lo tocara. Incluso, dice, era hermético con los fans, a quienes levantaba la ceja si le pedían un autógrafo o una fotografía.

“Esa arrogancia no se olvida fácilmente…  Sobre todo de Bunbury, a quien la soberbia se le borró cuando se convirtió en solista, ahí sí necesitó de la prensa, porque era volver a comenzar desde cero. Entonces hasta te decía: ‘pregúntame lo que quieras’”, recuerda Cortés.

Héroes del Silencio no se conformó con conquistar Europa. Desde inicios de los noventa emprendió giras monstruosas por Latinoamérica. Y fue en México donde añadieron a otro integrante: Alan Boguslavsky, un guitarrista con poca experiencia que en realidad se ganó su lugar en Héroes porque logró seguirle la borrachera a todo el grupo, sobre todo al gran bebedor que era Juan Valdivia.

Boguslavsky inyectó sangre nueva a la banda pero no fue suficiente. Tantas horas juntos acabaron por sumirlos en silencios confusos. Cada uno quería su propio rumbo para el grupo. Sobre todo Bunbury, quien quería dejar el rock crudo para meterse en sonidos más electrónicos. Sus egos, al final, coludieron. Y eso, aunado a los excesos y a la trágica muerte de Martin Druille, su road manager, marcó el principio de la decadencia.

Druille era una especie de bisagra de Héroes del Silencio. Por él era que todos convivían. Cuando murió en un accidente automovilístico —en el mismo camión en que iban los integrantes de la banda—, la agrupación se quedó sin rumbo.

Su último álbum, Avalancha (1995), fue una estampida de dinero. Todo lo que tocaba el grupo se convertía en oro. Pero dentro de esa alquimia se escondía la maldición del silencio. Un silencio que sólo fue interrumpido por un Bunbury sobrado de sí mismo poniendo un papel con cláusulas sobre la mesa: “El rumbo de Héroes es éste, firme quien esté de acuerdo”. 

Nadie firmó.

Hoy, Héroes del Silencio no existe. Nadie había contado la historia del grupo antes de este documental. Sólo había fragmentos de fans, que son legión en todo el mundo. La de Héroes no es una historia feliz. Y su documental no tiene los tintes épicos de Rompan todo. Bunbury sigue en lo suyo. Joaquín Cardiel, el bajista, quiere regresar, pero nadie le hace caso. Pedro Andreu vive casi en el anonimato; ni siquiera se enteró del final del grupo porque lo estaban operando del corazón. Y Juan Valdivia, el guitarrista, ya no puede tocar: la distonía focal lo tiene sumido en el silencio.

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