/ lunes 5 de febrero de 2018

Historia de la educación en las mujeres

Niñas y mujeres eran recluidas en lo que se llamaba el gineceo, la parte de la casa (generalmente la planta alta) donde solamente podían estar y podían desarrollar actividades propias de su sexo. En cambio, los niños tenían asignado su espacio: el andrón, la parte baja de sus casas.

En dos importantes obras alusivas a la educación: Algunos pensamientos sobre la educación, del escritor y filósofo inglés John Locke editado en 1683, y en “Emilio o de La Educación”, de Jean- Jacques Rousseau, publicado en 1762, se abordan temas relacionados con la educación de los niños.

En el primero, Locke perfila su enfoque en educar al niño en el ejercicio de la virtud y en habilidades que fortalecieran su pensamiento crítico para que, incluso, encontrara placer al aprender. Sin embargo, el asunto central del libro de Locke es de cómo debe ser educado un caballero desde la infancia dejando a las niñas su educación en aras de su condición de personas bellas, de piel suave, en fin: del cuidado de su apariencia física.

Rousseau, en cambio, reflexiona sobre la forma de educar al niño para que sea un ciudadano ideal, excluyendo de lo anterior a las niñas ya que éstas deberán ser educadas para satisfacer, cuando sean mayores, a los hombres.

En la Edad Media, la educación de la mujer estaba en manos de la iglesia vía los monasterios o abadías. Margaret Wade Labarge en su obra “La mujer en la Edad Media”, apunta al respecto que “las casas religiosas femeninas contaban con el tiempo como con la oportunidad para la actividad intelectual y artística y también con algunos recursos, aunque en menor medida, que los monasterios masculinos por lo general más ricos.”

Aunque en la Edad Media se ofrecía una educación erudita en los renglones de la música y los actos litúrgicos, lo cierto es que al paso del tiempo las habilidades intelectuales y artísticas de las monjas fueron a la merma irremediablemente puesto que las universidades (vedadas para las mujeres) pasaron a convertirse en los centros del aprendizaje de las humanidades y el conocimiento científico. En parte ello sucedió porque en los hijos de los varones de la nobleza y la burguesía se implementó una enseñanza basada en el dominio del latín, que les permitía acceder a las universidades e introducirse a los núcleos de poder. En cambio, para las niñas los saberes o enseñanzas – transmitidos por sus madres – seguían limitándose a la esfera doméstica.

Fuera del núcleo familiar, la mujer podía tener acceso a lecturas controladas como el Evangelio, el Antiguo Testamento, la vida de los santos y no debía leer libros de caballería ni novelas sentimentales, ni obras de ciencia ya que se pensaba que las mujeres eran incapaces para adquirir conocimiento. Sólo las damas de la aristocracia eran las que podían aprender a leer y escribir porque era símbolo de prestigio social…

Niñas y mujeres eran recluidas en lo que se llamaba el gineceo, la parte de la casa (generalmente la planta alta) donde solamente podían estar y podían desarrollar actividades propias de su sexo. En cambio, los niños tenían asignado su espacio: el andrón, la parte baja de sus casas.

En dos importantes obras alusivas a la educación: Algunos pensamientos sobre la educación, del escritor y filósofo inglés John Locke editado en 1683, y en “Emilio o de La Educación”, de Jean- Jacques Rousseau, publicado en 1762, se abordan temas relacionados con la educación de los niños.

En el primero, Locke perfila su enfoque en educar al niño en el ejercicio de la virtud y en habilidades que fortalecieran su pensamiento crítico para que, incluso, encontrara placer al aprender. Sin embargo, el asunto central del libro de Locke es de cómo debe ser educado un caballero desde la infancia dejando a las niñas su educación en aras de su condición de personas bellas, de piel suave, en fin: del cuidado de su apariencia física.

Rousseau, en cambio, reflexiona sobre la forma de educar al niño para que sea un ciudadano ideal, excluyendo de lo anterior a las niñas ya que éstas deberán ser educadas para satisfacer, cuando sean mayores, a los hombres.

En la Edad Media, la educación de la mujer estaba en manos de la iglesia vía los monasterios o abadías. Margaret Wade Labarge en su obra “La mujer en la Edad Media”, apunta al respecto que “las casas religiosas femeninas contaban con el tiempo como con la oportunidad para la actividad intelectual y artística y también con algunos recursos, aunque en menor medida, que los monasterios masculinos por lo general más ricos.”

Aunque en la Edad Media se ofrecía una educación erudita en los renglones de la música y los actos litúrgicos, lo cierto es que al paso del tiempo las habilidades intelectuales y artísticas de las monjas fueron a la merma irremediablemente puesto que las universidades (vedadas para las mujeres) pasaron a convertirse en los centros del aprendizaje de las humanidades y el conocimiento científico. En parte ello sucedió porque en los hijos de los varones de la nobleza y la burguesía se implementó una enseñanza basada en el dominio del latín, que les permitía acceder a las universidades e introducirse a los núcleos de poder. En cambio, para las niñas los saberes o enseñanzas – transmitidos por sus madres – seguían limitándose a la esfera doméstica.

Fuera del núcleo familiar, la mujer podía tener acceso a lecturas controladas como el Evangelio, el Antiguo Testamento, la vida de los santos y no debía leer libros de caballería ni novelas sentimentales, ni obras de ciencia ya que se pensaba que las mujeres eran incapaces para adquirir conocimiento. Sólo las damas de la aristocracia eran las que podían aprender a leer y escribir porque era símbolo de prestigio social…