/ miércoles 2 de octubre de 2019

El día que los tampiqueños no olvidan

Uno de los tampiqueños que vivió estos hechos fue Jesús Sandoval Acuña, quien aseguró que “fue un movimiento que demostraba ansias de una democracia..."

También era miércoles ese 2 de octubre de 1968, cuando en la capital del país se registraba una de las mayores represiones de estudiantes que terminó en cruentos enfrentamientos, muertos, heridos y desaparecidos.

Algunos tampiqueños vivieron esos hechos in situ, otros a distancia, pero a más de medio siglo de ocurridos los gritos, tableteo de las bayonetas, las consignas y canciones siguen retumbando en una memoria que se niega a olvidar.

El movimiento del 68 fue masivo porque involucró a estudiantes de la UNAM y sus preparatorias, al IPN y sus vocacionales, a la Normal e incluso a escuelas particulares como el Tecnológico de Monterrey

PARA MUCHOS ERA EL SUEÑO DE LA REVOLUCIÓN

Uno de los tampiqueños que vivió estos hechos fue Jesús Sandoval Acuña, quien aseguró que “fue un movimiento que demostraba ansias de una democracia que el sistema no estaba dispuesto a dar. Teníamos un presidente muy listo, brillante, autoritario, duro e implacable: Díaz Ordaz. Era un hombre enamorado del poder que no daba lugar a disidencias”.

Durante una charla con EL SOL DE TAMPICO precisó que fue una serie de batallas y manifestaciones las que dieron origen a lo que hoy recordamos como “la matanza de Tlatelolco”.

“Todo empezó como una lucha aparentemente usual entre chicos de la Universidad y del Poli”, dice, mientras remarca que esa rivalidad ha sido constante desde el principio de los tiempos, tanto en las canchas deportivas, como en lo académico y en lo social.

Como si una película se proyectara en su memoria aseguró que “ese día hubo una disputa estudiantil y la policía antimotines, los granaderos, entraron con una violencia exagerada, brutal, a la Vocacional Número 5. En días siguientes se dieron unas protestas porque los jóvenes se sintieron agredidos. Plantearon una manifestación que coincidió el 26 de julio cuando nosotros, los comunistas, también marchábamos celebrando la revolución cubana y finalmente acordamos todos entrar a protestar al zócalo”, describe Sandoval Acuña.

A finales de los años sesenta el zócalo era un lugar al que solo se entraba para agradecer al Presidente, “el zócalo era la CTM, el PRI, lo oficial, era sometimiento, era obediencia absoluta y ciega al sistema; pero nosotros queríamos ir a protestar y ahí nos encontramos con los granaderos, que trataron de controlar la trifulca”, precisa.

Cuando los manifestantes emprendieron la retirada añade llegaron vándalos a saquear las tiendas aledañas a la plaza principal, “había golpes y eso se supo en las tres preparatorias de las cercanías; cada una tenía como mil alumnos. Los chamacos son mitoteros, entonces se salieron de clases para ir a ver aquel enfrentamiento y los granaderos empezaron a golpearlos también, ellos se enfurecieron y hasta los maestros entraron a defenderlos”.

Por lo anterior, la máxima autoridad de la UNAM, Javier Barros Sierra, convocó a un movimiento que se conoció como “La Manifestación del Rector”, el 1 de agosto y participaron casi 100 mil personas “que de manera ordenada caminaron desde la UNAM hasta el zócalo, casi 40 kilómetros. Ese movimiento se extendió por todas las facultades y otras escuelas dando lugar a una serie de manifestaciones”.

Ocurrieron a lo largo del octavo mes del 68 y a ellas se gritan fuertes consignas contra Gustavo Díaz Ordaz, “se ofendió mucho al Presidente, gritaban: Tito, Tito, Capotito, Díaz Ordaz no tiene…, y otras cosas similares”, comenta señalando que según sus cálculos, en la del 27 de agosto participaron más de dos millones de personas.

Tras presentar algunos de los antecedentes al histórico día, el autor de “Memorias de un extremista” expone que, durante los combates, los militares tomaron la universidad y apresaron a dirigentes estudiantiles, desencadenando un combate entre el Ejército y los estudiantes en la Vocacional 9 y en Zacatenco, el cual duró casi 7 horas.

LLEGAN LOS GUANTES BLANCOS

“Estuvo la cosa muy fuerte, muchos vivimos de milagro y es ahí cuando llega el 2 de octubre, se convocó a un mitin con alrededor de 8 mil personas donde estaba la Vocacional 7.

Llegaron los granaderos y el Batallón Olimpia, “no llegaron disparando, llegaron normal, a intentar dispersarnos y a que desalojáramos el lugar. Yo iba a subirme al tercer piso del edificio Chihuahua porque iba a hablar y vi a unos hombres con cabello corto y aspecto militar subiendo muy rápido, todos traían un guante blanco en la mano izquierda. Después de eso oí los disparos”.

Esos, los del guante, comenzaron a disparar desde las alturas primero con balas de salva y luego con municiones reales, “yo salí corriendo y jalé a una muchacha que parecía haber quedado en catatonia, venía persiguiéndome un montón de militares y yo corría sin rumbo. De repente, frente a mí apareció un soldado con un rifle, pensé que me iba a matar, pero en su mirada se reflejaba el miedo, estaba tan asustado como yo. Él solo me hizo señas para que siguiera corriendo”.

A sus 74 años Sandoval Acuña recuerda haber cruzado la calle para mirar nuevamente hacia atrás y descubrir que la catástrofe había empezado, “ya estaba la balacera, desde las ventanas de los edificios y departamentos salían manos con pañuelos amarrados y armas; yo quería volver porque me sentía terrible de estar libre y a salvo, pero un señor me sujetó muy fuerte y me lo impidió”.

El entrevistado remarca que eso fue solo el principio y que, aún hoy, resulta incalculable conocer el saldo real entre presos políticos, heridos y muertos de aquel trágico día.

Con sus anécdotas publicó el libro “Memorias de un extremista” y además ha sido profesor del IEST, ICEST, UAT y del Tec de Monterrey, ha viajado a la Complutense de Madrid y dado testimonio de su vivir en múltiples conferencias. Para él, como para otros tantos mexicanos y sobrevivientes, "el 2 de Octubre no se olvida.

También era miércoles ese 2 de octubre de 1968, cuando en la capital del país se registraba una de las mayores represiones de estudiantes que terminó en cruentos enfrentamientos, muertos, heridos y desaparecidos.

Algunos tampiqueños vivieron esos hechos in situ, otros a distancia, pero a más de medio siglo de ocurridos los gritos, tableteo de las bayonetas, las consignas y canciones siguen retumbando en una memoria que se niega a olvidar.

El movimiento del 68 fue masivo porque involucró a estudiantes de la UNAM y sus preparatorias, al IPN y sus vocacionales, a la Normal e incluso a escuelas particulares como el Tecnológico de Monterrey

PARA MUCHOS ERA EL SUEÑO DE LA REVOLUCIÓN

Uno de los tampiqueños que vivió estos hechos fue Jesús Sandoval Acuña, quien aseguró que “fue un movimiento que demostraba ansias de una democracia que el sistema no estaba dispuesto a dar. Teníamos un presidente muy listo, brillante, autoritario, duro e implacable: Díaz Ordaz. Era un hombre enamorado del poder que no daba lugar a disidencias”.

Durante una charla con EL SOL DE TAMPICO precisó que fue una serie de batallas y manifestaciones las que dieron origen a lo que hoy recordamos como “la matanza de Tlatelolco”.

“Todo empezó como una lucha aparentemente usual entre chicos de la Universidad y del Poli”, dice, mientras remarca que esa rivalidad ha sido constante desde el principio de los tiempos, tanto en las canchas deportivas, como en lo académico y en lo social.

Como si una película se proyectara en su memoria aseguró que “ese día hubo una disputa estudiantil y la policía antimotines, los granaderos, entraron con una violencia exagerada, brutal, a la Vocacional Número 5. En días siguientes se dieron unas protestas porque los jóvenes se sintieron agredidos. Plantearon una manifestación que coincidió el 26 de julio cuando nosotros, los comunistas, también marchábamos celebrando la revolución cubana y finalmente acordamos todos entrar a protestar al zócalo”, describe Sandoval Acuña.

A finales de los años sesenta el zócalo era un lugar al que solo se entraba para agradecer al Presidente, “el zócalo era la CTM, el PRI, lo oficial, era sometimiento, era obediencia absoluta y ciega al sistema; pero nosotros queríamos ir a protestar y ahí nos encontramos con los granaderos, que trataron de controlar la trifulca”, precisa.

Cuando los manifestantes emprendieron la retirada añade llegaron vándalos a saquear las tiendas aledañas a la plaza principal, “había golpes y eso se supo en las tres preparatorias de las cercanías; cada una tenía como mil alumnos. Los chamacos son mitoteros, entonces se salieron de clases para ir a ver aquel enfrentamiento y los granaderos empezaron a golpearlos también, ellos se enfurecieron y hasta los maestros entraron a defenderlos”.

Por lo anterior, la máxima autoridad de la UNAM, Javier Barros Sierra, convocó a un movimiento que se conoció como “La Manifestación del Rector”, el 1 de agosto y participaron casi 100 mil personas “que de manera ordenada caminaron desde la UNAM hasta el zócalo, casi 40 kilómetros. Ese movimiento se extendió por todas las facultades y otras escuelas dando lugar a una serie de manifestaciones”.

Ocurrieron a lo largo del octavo mes del 68 y a ellas se gritan fuertes consignas contra Gustavo Díaz Ordaz, “se ofendió mucho al Presidente, gritaban: Tito, Tito, Capotito, Díaz Ordaz no tiene…, y otras cosas similares”, comenta señalando que según sus cálculos, en la del 27 de agosto participaron más de dos millones de personas.

Tras presentar algunos de los antecedentes al histórico día, el autor de “Memorias de un extremista” expone que, durante los combates, los militares tomaron la universidad y apresaron a dirigentes estudiantiles, desencadenando un combate entre el Ejército y los estudiantes en la Vocacional 9 y en Zacatenco, el cual duró casi 7 horas.

LLEGAN LOS GUANTES BLANCOS

“Estuvo la cosa muy fuerte, muchos vivimos de milagro y es ahí cuando llega el 2 de octubre, se convocó a un mitin con alrededor de 8 mil personas donde estaba la Vocacional 7.

Llegaron los granaderos y el Batallón Olimpia, “no llegaron disparando, llegaron normal, a intentar dispersarnos y a que desalojáramos el lugar. Yo iba a subirme al tercer piso del edificio Chihuahua porque iba a hablar y vi a unos hombres con cabello corto y aspecto militar subiendo muy rápido, todos traían un guante blanco en la mano izquierda. Después de eso oí los disparos”.

Esos, los del guante, comenzaron a disparar desde las alturas primero con balas de salva y luego con municiones reales, “yo salí corriendo y jalé a una muchacha que parecía haber quedado en catatonia, venía persiguiéndome un montón de militares y yo corría sin rumbo. De repente, frente a mí apareció un soldado con un rifle, pensé que me iba a matar, pero en su mirada se reflejaba el miedo, estaba tan asustado como yo. Él solo me hizo señas para que siguiera corriendo”.

A sus 74 años Sandoval Acuña recuerda haber cruzado la calle para mirar nuevamente hacia atrás y descubrir que la catástrofe había empezado, “ya estaba la balacera, desde las ventanas de los edificios y departamentos salían manos con pañuelos amarrados y armas; yo quería volver porque me sentía terrible de estar libre y a salvo, pero un señor me sujetó muy fuerte y me lo impidió”.

El entrevistado remarca que eso fue solo el principio y que, aún hoy, resulta incalculable conocer el saldo real entre presos políticos, heridos y muertos de aquel trágico día.

Con sus anécdotas publicó el libro “Memorias de un extremista” y además ha sido profesor del IEST, ICEST, UAT y del Tec de Monterrey, ha viajado a la Complutense de Madrid y dado testimonio de su vivir en múltiples conferencias. Para él, como para otros tantos mexicanos y sobrevivientes, "el 2 de Octubre no se olvida.

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