/ jueves 20 de febrero de 2020

El Viejo Castillo de los Abedules (Segunda parte)

El santito tenía muchos amigos. La gran mayoría de la lucha libre. Con todos tenía una relación excelente. Daba consejos y siempre atento a escuchar. Yo creo por eso le decían el profesor. No porque diera clases, sino por su bonhomía y generosidad en su trato

El tiempo se alargaba, todos estaban ya un poco ebrios ya que al encargado de llevar los platos con algo de comida se le ocurrió introducir al set, a escondidas, varias botellas de ron, vodka y tequila. La fiesta de vampiros estaba a punto de convertirse en una bacanal, lo que provocó la intervención y el regaño del director de escena.

-Por favor, no abusen de las bebidas alcohólicas. Mantengan la cordura y la compostura- les decía a quienes para esa hora ya estaban pasados de copas.

-Es culpa de ustedes, por su retraso, por no tener los alambritos de los murciélagos listos, ¿qué querían que hiciéramos?, ¿Que rezáramos un Padrenuestro?—le respondieron.

-Señor director, no se meta en lo que no le importa. Es nuestra reunión, nuestra plática, nuestras anécdotas. Estamos esperando a que inicie la filmación por la falta de profesionalismo de ustedes, así que es mejor que no molesten-, espetó directo y sin escalas, el actor español, Fernando Osés, guionista de varias de las películas más representativas de la lucha libre y uno de los mejores amigos del santito.

-Disculpen- dijo el director de escena, un hombre de aspecto enclenque, de bigote delgado y con una reluciente calva. Sigo instrucciones solamente y ustedes deben obedecerlas, para eso se les paga –dijo, como mofándose del grupo.

Foto: Juan Carlos Velarde | El Sol de Tampico

Ante el alboroto y el malestar generado por las temerarias palabras del empleado -se requiere valor para interrumpir una borrachera de mujeres vampiro con sus guardaespaldas colmilludos-, intervino en la discusión don Guillermo, como se le llamaba a Calderón Steel.

-Muchachos, les pido una disculpa por el retraso en la grabación. Quiero que sepan que mi empresa les pagará los días de retraso que se generen, y además, todo lo que beban y coman mientras se resuelve este problema, será por cuenta nuestra -les aclaró con voz firme, como correspondía a un empresario de su talla.

-¡Bien!- dijeron todos al unísono, por lo menos la empresa se encargaría de compensarlos por tantos problemas en la filmación.
Mientras eso ocurría, Lorena miraba con atención y captaba todos los gestos de los actores y actrices. Los memorizaba, leía las expresiones de sus rostros como para tratar de entenderlos. Ella, que era una estrella, no hacía tales escenas de diva, ¿cómo era posible que los aprendices trataran de ganarle el reflector?

Foto: Juan Carlos Velarde | El Sol de Tampico

Ella prefería acordarse de la bella época del cine. De las grandes salas que parecían palacios, con terrazas y alfombras relucientes. Con sonidos extraordinarios para la época que causaban la envidia de los grandes directores mundiales.
No tenía duda de que había sido una mujer privilegiada al vivir en un tiempo en que existía el respeto por el trabajo de los artistas.

-Lorena, ¿cómo era filmar una película del santito?, -continuó el que parecía era un interrogatorio consensuado de ellos, los actores nuevos y ella, la estrella. La más bella de todas las vampiras de la historia del cine de terror.

“Muchachos, las películas del santito eran una bendición para todos”, les dijo, generando sorpresa entre quienes la escuchaban.
-¿Y eso por qué? -la cuestionaron

-Porque teníamos trabajo seguro. Todos quienes nos dedicamos al séptimo arte en esos años fuimos parte de una generación privilegiada. Continuamente nos llamaban para formar parte de sus películas, las más taquilleras, por cierto. Los cines siempre estaban a reventar. La gente esperaba con ansia todo lo que fuera del santito para arremolinarse en los cines y acabar con el boletaje.

Ya fuera contra vampiros, lobos, marcianos, mafiosos, nazis, secuestradores o forajidos, para todos tenía el luchador más famoso de todos los tiempos. Casi siempre acabó con los malvados a punta de golpes.

En pocas ocasiones utilizaba algo distinto al poder de sus puños. Salvo contra los vampiros, contra quienes usó estacas y antorchas o contra las momias, para quienes inventó unas pistolas lanzallamas. El santito era bueno para las peleas callejeras. Se le daba repartir trompada.

Aunque su físico no era precisamente el más atlético, nunca se descuidó. Al contrario, pasaba muchas horas en el gimnasio ejercitándose, practicando el tumbling, levantando pesas, en la bicicleta y, sobre todo, en el ring. Hacía lo propio como correspondía a un luchador de su categoría y fama internacional.

También tenía algo raro y único: el misterio que siempre lo rodeó. Jamás dejó que alguien viera su rostro durante las filmaciones. No se quitaba la máscara ni para bañarse, ”bueno, eso decían”, señaló Lorena con una sonrisa coqueta, como recordando algo divertido.

-Siempre fue muy serio, elegante, vestía mucho de blanco. Todo él era su personaje. Nunca dejó de serlo. Usaba una máscara con una abertura en la boca para poder comer a gusto. No le gustaba dejar nada en el plato. Contaba que cuando era niño, la pobreza era tal que no dejaba ni un frijol ni un grano de arroz en el plato para no desperdiciar. Pero de cualquier forma era un ser humano generoso, lleno de bondad y con un buen sentido del humor.

La plática de Lorena tenía a todos subyugados. Dominados totalmente. Hipnotizaba no solo a los hombres sino a las mujeres como lo hacía en las películas. Eran muchas en las que había participado. Siempre en su papel de vampira y en ocasiones como la novia insulsa, moderna Mata Hari y hasta de luchadora profesional que se subía al ring contra una momia azteca.

Lorena tenía un aura extraña. Aunque nadie se atrevía a cuestionarla sobre el tema, para ellos era un enigma saber cómo es que había salido en tantas películas. Desde la época del cine mudo, con el expresionismo alemán y esas corrientes cinematográficas, hasta llegar a la época de los luchadores y los monstruos.

¿Cuál era esa rara cualidad que la hacía verse distinta?

¿Tenía conocimiento sobre la fuente de la eterna juventud?

¿Un pacto demoníaco?

¿Era en verdad integrante de una estirpe de mujeres inmortales, de belleza eterna e inconmensurable?


Era un gran misterio.

Si entre las cintas de Murnau y las del enmascarado habían transcurrido más de sesenta años. ¿Qué se untaba en las manos para tenerlas tan suaves? ¿Qué habría hecho para que su rostro luciera como el de una geisha?
“El santito tenía muchos amigos. La gran mayoría de la lucha libre. Con todos tenía una relación excelente. Daba consejos y siempre atento a escuchar.

Yo creo por eso le decían el profesor. No porque diera clases, sino por su bonhomía y generosidad en su trato”, continuó la bella actriz.

El mejor de sus amigos era el Huracán Ramírez. Con él le tocó viajar muchas veces y las anécdotas eran divertidísimas siempre. Lo bromeaba contoneándose al llegar a registrarse a los hoteles y dulcificaba su voz para aparentar una sexualidad distinta. Lo que no era bien visto en ese tiempo.

Imaginen las cejas levantadas de los botones o de las recamareras cuando los veían subir a sus habitaciones. ¡Debió ser de lo más divertido!

El tiempo se alargaba, todos estaban ya un poco ebrios ya que al encargado de llevar los platos con algo de comida se le ocurrió introducir al set, a escondidas, varias botellas de ron, vodka y tequila. La fiesta de vampiros estaba a punto de convertirse en una bacanal, lo que provocó la intervención y el regaño del director de escena.

-Por favor, no abusen de las bebidas alcohólicas. Mantengan la cordura y la compostura- les decía a quienes para esa hora ya estaban pasados de copas.

-Es culpa de ustedes, por su retraso, por no tener los alambritos de los murciélagos listos, ¿qué querían que hiciéramos?, ¿Que rezáramos un Padrenuestro?—le respondieron.

-Señor director, no se meta en lo que no le importa. Es nuestra reunión, nuestra plática, nuestras anécdotas. Estamos esperando a que inicie la filmación por la falta de profesionalismo de ustedes, así que es mejor que no molesten-, espetó directo y sin escalas, el actor español, Fernando Osés, guionista de varias de las películas más representativas de la lucha libre y uno de los mejores amigos del santito.

-Disculpen- dijo el director de escena, un hombre de aspecto enclenque, de bigote delgado y con una reluciente calva. Sigo instrucciones solamente y ustedes deben obedecerlas, para eso se les paga –dijo, como mofándose del grupo.

Foto: Juan Carlos Velarde | El Sol de Tampico

Ante el alboroto y el malestar generado por las temerarias palabras del empleado -se requiere valor para interrumpir una borrachera de mujeres vampiro con sus guardaespaldas colmilludos-, intervino en la discusión don Guillermo, como se le llamaba a Calderón Steel.

-Muchachos, les pido una disculpa por el retraso en la grabación. Quiero que sepan que mi empresa les pagará los días de retraso que se generen, y además, todo lo que beban y coman mientras se resuelve este problema, será por cuenta nuestra -les aclaró con voz firme, como correspondía a un empresario de su talla.

-¡Bien!- dijeron todos al unísono, por lo menos la empresa se encargaría de compensarlos por tantos problemas en la filmación.
Mientras eso ocurría, Lorena miraba con atención y captaba todos los gestos de los actores y actrices. Los memorizaba, leía las expresiones de sus rostros como para tratar de entenderlos. Ella, que era una estrella, no hacía tales escenas de diva, ¿cómo era posible que los aprendices trataran de ganarle el reflector?

Foto: Juan Carlos Velarde | El Sol de Tampico

Ella prefería acordarse de la bella época del cine. De las grandes salas que parecían palacios, con terrazas y alfombras relucientes. Con sonidos extraordinarios para la época que causaban la envidia de los grandes directores mundiales.
No tenía duda de que había sido una mujer privilegiada al vivir en un tiempo en que existía el respeto por el trabajo de los artistas.

-Lorena, ¿cómo era filmar una película del santito?, -continuó el que parecía era un interrogatorio consensuado de ellos, los actores nuevos y ella, la estrella. La más bella de todas las vampiras de la historia del cine de terror.

“Muchachos, las películas del santito eran una bendición para todos”, les dijo, generando sorpresa entre quienes la escuchaban.
-¿Y eso por qué? -la cuestionaron

-Porque teníamos trabajo seguro. Todos quienes nos dedicamos al séptimo arte en esos años fuimos parte de una generación privilegiada. Continuamente nos llamaban para formar parte de sus películas, las más taquilleras, por cierto. Los cines siempre estaban a reventar. La gente esperaba con ansia todo lo que fuera del santito para arremolinarse en los cines y acabar con el boletaje.

Ya fuera contra vampiros, lobos, marcianos, mafiosos, nazis, secuestradores o forajidos, para todos tenía el luchador más famoso de todos los tiempos. Casi siempre acabó con los malvados a punta de golpes.

En pocas ocasiones utilizaba algo distinto al poder de sus puños. Salvo contra los vampiros, contra quienes usó estacas y antorchas o contra las momias, para quienes inventó unas pistolas lanzallamas. El santito era bueno para las peleas callejeras. Se le daba repartir trompada.

Aunque su físico no era precisamente el más atlético, nunca se descuidó. Al contrario, pasaba muchas horas en el gimnasio ejercitándose, practicando el tumbling, levantando pesas, en la bicicleta y, sobre todo, en el ring. Hacía lo propio como correspondía a un luchador de su categoría y fama internacional.

También tenía algo raro y único: el misterio que siempre lo rodeó. Jamás dejó que alguien viera su rostro durante las filmaciones. No se quitaba la máscara ni para bañarse, ”bueno, eso decían”, señaló Lorena con una sonrisa coqueta, como recordando algo divertido.

-Siempre fue muy serio, elegante, vestía mucho de blanco. Todo él era su personaje. Nunca dejó de serlo. Usaba una máscara con una abertura en la boca para poder comer a gusto. No le gustaba dejar nada en el plato. Contaba que cuando era niño, la pobreza era tal que no dejaba ni un frijol ni un grano de arroz en el plato para no desperdiciar. Pero de cualquier forma era un ser humano generoso, lleno de bondad y con un buen sentido del humor.

La plática de Lorena tenía a todos subyugados. Dominados totalmente. Hipnotizaba no solo a los hombres sino a las mujeres como lo hacía en las películas. Eran muchas en las que había participado. Siempre en su papel de vampira y en ocasiones como la novia insulsa, moderna Mata Hari y hasta de luchadora profesional que se subía al ring contra una momia azteca.

Lorena tenía un aura extraña. Aunque nadie se atrevía a cuestionarla sobre el tema, para ellos era un enigma saber cómo es que había salido en tantas películas. Desde la época del cine mudo, con el expresionismo alemán y esas corrientes cinematográficas, hasta llegar a la época de los luchadores y los monstruos.

¿Cuál era esa rara cualidad que la hacía verse distinta?

¿Tenía conocimiento sobre la fuente de la eterna juventud?

¿Un pacto demoníaco?

¿Era en verdad integrante de una estirpe de mujeres inmortales, de belleza eterna e inconmensurable?


Era un gran misterio.

Si entre las cintas de Murnau y las del enmascarado habían transcurrido más de sesenta años. ¿Qué se untaba en las manos para tenerlas tan suaves? ¿Qué habría hecho para que su rostro luciera como el de una geisha?
“El santito tenía muchos amigos. La gran mayoría de la lucha libre. Con todos tenía una relación excelente. Daba consejos y siempre atento a escuchar.

Yo creo por eso le decían el profesor. No porque diera clases, sino por su bonhomía y generosidad en su trato”, continuó la bella actriz.

El mejor de sus amigos era el Huracán Ramírez. Con él le tocó viajar muchas veces y las anécdotas eran divertidísimas siempre. Lo bromeaba contoneándose al llegar a registrarse a los hoteles y dulcificaba su voz para aparentar una sexualidad distinta. Lo que no era bien visto en ese tiempo.

Imaginen las cejas levantadas de los botones o de las recamareras cuando los veían subir a sus habitaciones. ¡Debió ser de lo más divertido!

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