/ martes 30 de octubre de 2018

[Video] Crecer entre los muertos, así es la vida del enterrador

Brincando entre fosas, juguetear en el lugar de descanso de muchos, así inicia la vida de estos trabajadores, quienes día tras día se encargan de darle un espacio de reposo a nuestros seres queridos

Brincando entre fosas en las que serían enterradas personas, juguetear en el lugar de descanso de muchos, así inicia la vida de estos trabajadores, quienes día tras día se encargan de darle un espacio de reposo a nuestros seres queridos.

Desde los 9 años, el señor Carlos Díaz, siguiendo los pasos de su padre, ha estado familiarizándose con este ámbito hasta que se volvió su profesión y hoy, a sus 28 años, nos relata un poco lo que ha sido su experiencia como enterrador, oficio el cual, menciona no solo él, también sus compañeros, es una labor que se hereda a la generación venidera.

Desde la primera piedra con la que fue edificado el cementerio de Tampico, las mismas familias se han dedicado a esta labor, siendo hasta 5 generaciones de enterradores las que han llegado a laborar aquí.

El adiós ya es una rutina banal

Su experiencia ya lo ha vuelto un trabajo rutinario en el cual poca empatía puede compartir, no obstante en su papel de padre de familia afirma el fallecimiento de menores es algo que aún genera sentimientos angustiosos en él.

Despedidas singulares

Sus ojos han presenciado desde lo más triste hasta lo más incómodo en inhumaciones, que aunque no lo parezca es más común de lo que se podría pensar, desde seres queridos arrojándose a la tumba del occiso, con el corazón roto, sin dar fe a lo sucedido, hasta peleas entre la misma familia por hacerse de alguna riqueza y descubrir en el momento de la despedida que contaba con más progenie de la que se conocía.


A más oro, menos dolo

Cuenta que una característica particular en los entierros de las diferentes clases sociales es el sentimiento de dolor al despedir, mas la extravagancia sigue presente, el sentimiento pareciera se esfuma con el ser querido, mientras las familias se cobijan bajo una carpa y el mariachi resuena, las familias se encuentran en un silencio reflejando una insensibilidad; caso opuesto a las personas de casa humilde, en las que todos sus rostros reflejan el dolor de sus corazones.

Esta es la vida y rutina de un enterrador, el brindar un lugar de descanso digno a los que ya no caminarán con nosotros.



Brincando entre fosas en las que serían enterradas personas, juguetear en el lugar de descanso de muchos, así inicia la vida de estos trabajadores, quienes día tras día se encargan de darle un espacio de reposo a nuestros seres queridos.

Desde los 9 años, el señor Carlos Díaz, siguiendo los pasos de su padre, ha estado familiarizándose con este ámbito hasta que se volvió su profesión y hoy, a sus 28 años, nos relata un poco lo que ha sido su experiencia como enterrador, oficio el cual, menciona no solo él, también sus compañeros, es una labor que se hereda a la generación venidera.

Desde la primera piedra con la que fue edificado el cementerio de Tampico, las mismas familias se han dedicado a esta labor, siendo hasta 5 generaciones de enterradores las que han llegado a laborar aquí.

El adiós ya es una rutina banal

Su experiencia ya lo ha vuelto un trabajo rutinario en el cual poca empatía puede compartir, no obstante en su papel de padre de familia afirma el fallecimiento de menores es algo que aún genera sentimientos angustiosos en él.

Despedidas singulares

Sus ojos han presenciado desde lo más triste hasta lo más incómodo en inhumaciones, que aunque no lo parezca es más común de lo que se podría pensar, desde seres queridos arrojándose a la tumba del occiso, con el corazón roto, sin dar fe a lo sucedido, hasta peleas entre la misma familia por hacerse de alguna riqueza y descubrir en el momento de la despedida que contaba con más progenie de la que se conocía.


A más oro, menos dolo

Cuenta que una característica particular en los entierros de las diferentes clases sociales es el sentimiento de dolor al despedir, mas la extravagancia sigue presente, el sentimiento pareciera se esfuma con el ser querido, mientras las familias se cobijan bajo una carpa y el mariachi resuena, las familias se encuentran en un silencio reflejando una insensibilidad; caso opuesto a las personas de casa humilde, en las que todos sus rostros reflejan el dolor de sus corazones.

Esta es la vida y rutina de un enterrador, el brindar un lugar de descanso digno a los que ya no caminarán con nosotros.



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