Doha.- Estaban un ghanés, un paquistaní y un marroquí hablando de futbol con un mexicano. No es chiste, es el resumen de mi día. En realidad, lo del futbol vino después. Nuestra plática iba en principio sobre la negativa a que grabara o fotografiara la fachada de la University of Doha for Science and Technology (UDST).
Llegué en Uber a esta zona alejada de cualquier estación del Metro. El conductor era sudanés. Vine por una solicitud hecha en México por un tema específico. Por recomendación de Google Maps, me trasladé hasta Al Shaqab, de la línea Verde, para tomar la ruta 616 hacia la Universidad. Al Shaqab es una de esas raras estaciones del Metro qatarí donde parece no haber nada. Pasan un ruta 526, otro 528, un 527, pero nada del 616. Y de nuevo: 528, 527, 528, 526, 527… decido tomar el Uber.
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Al llegar al destino descubro que ahí está alojada la selección suiza. La seguridad, entonces, es considerable. No puedo grabar ni tomar fotos, por más que intento convencer a los guardias. Amables, pero firmes, niegan una y otra vez la posibilidad.
La conversación se torna futbolera, entonces. El ghanés está muy optimista sobre su selección. Cristiano Ronaldo le da igual, no le asusta tener que enfrentarlo. O eso entiendo. No me mintieron cuando me contaron que en Doha todos hablan inglés. Sin embargo, no me dijeron de la inmensa gama de acentos y, desafortunadamente, el Google Translate no funciona del spanglish al arabinglish o lo que demonios hablen aquí.
Las particularidades del inglés local se ven incluso en el Metro. Las salidas están marcadas con un “way out”, al estilo británico, en lugar del “exit”, más utilizado en EU. Y el Metro es así, Metro. Si uno pregunta por el Subway lo mandan por un sándwich. Quisiera saber que le responderían a un londinese si llega a preguntar por el Underground.
La conversación sigue y el marroquí es más reservado en su pronóstico. Su selección enfrenta un difícil grupo con Bélgica, Canadá y Croacia. Según entiendo. En algún momento es claro que en inglés tampoco se entienden entre ellos. Entonces hablan árabe o hindi o no sé qué. Y se ríen. Me miran y se ríen. Quiero pensar que conmigo y no de mí, así que río con ellos.
Fui a grabar un video y tomar una foto. Misión fallida. En algunas zonas, los cuerpos de seguridad dificultan la labor de los medios. Sobre todo si ven equipo fotográfico o de video profesional, pero a veces, incluso con el celular. Ya veremos si pueden controlarlo cuando oleadas de miles de turistas salgan a capturar selfies.
Pido entonces otro Uber, que no llega y me cancela porque no me encontraba. El segundo sí, pero después de varios minutos de intercambiar mensajes. He descubierto que en Doha, el GPS tiene el mismo falló de precisión que en la Ciudad de México (¡discúlpenme, paisanos, los juzgué mal!).
Este conductor es indio y dibuja una gran sonrisa cada que habla. La comunicación es más fluida. Entiendo bien lo que dice, pero me resulta imposible no pensar en Apu tras el mostrador de su Kwik-E-Mart en Springfield. Lo escucho, le respondo y me río. Ambos reímos. Me pregunto mi acento a quién le recordará.
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