Lupita, mujer que desafió la cultura y el dialecto

Se declara orgullosa de ser mujer e indígena

Mirna Hernández

  · miércoles 28 de febrero de 2018

Los bosques verdes y fríos de Santa María Asunción Ixhuatlancillo, no impidieron que María Guadalupe Catarino, decidiera hace veinte años abandonar esa tierra de las Grandes Montañas en el centro de Veracruz, en busca de mejores oportunidades de vida.

María Guadalupe Catarino se declara orgullosa de ser mujer e indígena

Junto a su esposo Andrés de Jesús, llegó a Tampico, deseosa de progresar y dejar en el pasado su vida de pobreza en su pueblo de abundantes "hojas verdes de maíz", dedicándose a vender flores, plantas y naturaleza muerta, que les dejaba unos cuantos pesos más que en su tierra.

Sin saber leer y escribir, apenas hablando algunas palabras del español, María Guadalupe recibió una de las sorpresas más grandes de su existencia, al quedar viuda inesperadamente a los pocos años de llegar a este puerto.

No sabe leer, ni escribir y hasta hace algunos años aprendió español, pero esas adversidades no le han impedido formar a su familia. / Mirna Hernández

De acuerdo con ella se convirtió en "hombre", porque era mamá y papá para sus dos hijos pequeños.

La vida no le era fácil. Había muchos factores en contra: ser indígena, madre soltera y no conocer ningún oficio. "Tenía mucha tristeza, pues mi esposo de 25 años había muerto de pronto de un ataque al corazón", narra Guadalupe quien no pierde el acento de su región.

Sin embargo, sabía que no tenía otra alternativa. Debía trabajar para alimentar a sus hijos Julián y Eufrasia, sin el apoyo familiar, porque sus padres y cuatro hermanos, todos campesinos, viven a más de 13 horas de distancia de Tampico.

Hoy a sus 43 años de edad, María Guadalupe no olvida su lengua madre; el náhuatl, que todavía habla con sus hijos, aunque no lo usa en el pequeño puesto de la Bajada Juárez, en el centro histórico de este puerto, donde vende coloridas plantas, además de bambús, cactus y figuras multicolores con brotes graciosos de semillas de chías sobre su cabeza.

Fue madre y padre, y con su pequeño puesto de plantas y flores ha enfrentado con altivez ese doble desafío / Mirna Hernández

No olvida la timidez propia de las mujeres indígenas, pero se siente orgullosa de serlo, solo lamenta que sus hijos apenas terminaran la educación primaria, pues desde chicos debieron ayudarla a trabajar vendiendo plantas, porque no alcanzaba el dinero.

Actualmente solo vive su hija, quien trabaja en una tienda, mientras que ella atiende su puesto de madera siete horas al día, donde gana entre 50 y 100 pesos por día, porque las ventas están flojas.

Se declara orgullosa de ser mujer, de poner su mejor empeño en su doble papel de madre y papel y vencer sus grandes adversidades con altivez.