En 2013, la Policía de Investigaciones de Chile comenzó la búsqueda de Ramón Gustavo Castillo Gaete, acusado de homicidio calificado. El hombre, de 35 años, que se autodenominaba “Antares de la Luz”, era considerado el líder de una secta con sede en Colliguay, en la región de Valparaíso. La agrupación, ante el supuesto fin del mundo, realizó sacrificios humanos.
De acuerdo al documental “Antares de la luz: La secta del fin del mundo”, dirigido por Santiago Correa, lo que comenzó en la ciudad de Santiago, como un grupo de personas interesadas en la meditación, terminó por convertirse en una comuna que creía que el fin del mundo ocurriría el viernes 21 de diciembre de 2012.
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“Yo soy Dios, yo soy la luz, vengan a mí”
Pablo Undurraga, quien fue condenado cinco años por su asociación con la secta, explicó ante las cámaras que desde niño fue tímido y carecía de amigos. Durante su etapa adulta se sentía perdido y buscaba otorgar un sentido a su existencia.
La misma descripción de baja autoestima parece aplicarse al resto de los integrantes, quienes deseaban “sentir que formaban parte de algo más importante que ellos mismos”. Tal vez por ello creyeron en la palabra de Castillo Gaete cuando se auto proclamó la reencarnación de Dios.
Después de experimentar en reiteradas ocasiones con ayahuasca, definido por la RAE como “un brebaje de efectos alucinógenos elaborado a partir de liana de la selva”, Gaete llegó a la conclusión de que su nombre no le bastaba. Él no era solo Ramón, era “Antares de la Luz”, la estrella más brillante de la constelación de Escorpio.
En el documental, se describe a este líder sectario como una persona carismática, segura de sí misma, de apariencia imponente. Quien al inicio pedía favores sexuales a las cinco integrantes de la secta alegando que era la voluntad de Dios; para después intensificar la violencia psicológica a coacción física.
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El sacrificio humano: cuando la oscuridad tomó el control
Acorde a Verónica Foxley, autora de “Cinco gotas de sangre”, libro sobre la secta de Colliguay y su líder, Antares de la Luz comenzó, en el 2009, ofreciendo sesiones de meditación.
Se vestía de blanco, tocaba un instrumento (era egresado de la carrera de pedagogía musical) y ninguno de los asistentes podía interactuar con él. Aunque extraña, la conducta era aparentemente inofensiva.
Una vez que la secta abandonó la ciudad de Santiago, trasladándose a Colliguay, el ambiente tomó otro cádiz: comenzó la demanda de obediencia absoluta, el aislamiento social, la privación de sueño, la falta de alimento, el consumo reiterado de ayahuasca, la entrega de recursos financieros, los castigos corporales, los trabajos forzados, la crueldad hacia los animales (“por ser seres oscuros”) y, por último, un sacrificio humano.
Foxley sostiene que el miércoles 21 de noviembre de 2012, en la localidad de Reñaca, en la región de Valparaíso, Natalia G. dio a luz a un bebé. El papá se cree era Castillo Gaete, al menos así lo afirmó él en su momento. Solo para declarar después que el infante era el anticristo y debía morir.
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La orden fue ejecutada por la secta el viernes 23 de noviembre de 2012. Primero, amordazaron al recién nacido de pies y manos, acto seguido colocaron un calcetín en su boca y lo arrojaron al fuego.
El fin del mundo no llegó
El miércoles 12 de diciembre de 2012, el mundo, contrario a la profecía de Antares de la Luz no llegó a su fin. Como la existencia siguió su curso, Castillo Gaete volvió a agendar el apocalipsis para abril de 2013. Sin embargo, Pablo Undurraga abandonó el grupo y detrás de él varios más se fueron.
A inicios de 2013, la policía buscaba a Ramón Castillo, cuando lo localizaron en mayo, en Perú, se había suicidado, tras pasar varios días masticando hojas de cocaína.
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Los integrantes de la denominada secta de Colliguay, quienes creían que su líder era Dios, descubrieron que la realidad era radicalmente diferente a lo que ellos pensaban. Contrario a lo que se les prometió no salvaron el mundo, pero una parte de él quizás sí murió con ellos.