/ viernes 15 de marzo de 2019

Con café y a media luz | ¿A dónde vamos?

En entregas pasadas utilice el término “convulsa” para etiquetar a nuestra sociedad, haciendo referencia a los comportamientos aberrantes y erráticos que sus miembros manifestábamos en momentos impropios y abruptos o, simplemente, cuando las competencias blandas, como las llaman ahora, no eran las idóneas al momento de entablar una relación.

Engrandecí el término y lo llevé de lo individual a lo comunal y lo ejemplificamos con fenómenos que no solo estaban circunscritos a nuestra región, estado o país. Pusimos sobre la mesa al fenómeno migratorio, a la violencia social, la intervención de los medios de comunicación y la aparición del internet como canal de transmisión de mensajes que sobrepasaban la capacidad vigilante de los padres de familia.

En ningún momento me sentí poseedor de la verdad absoluta; sin embargo, considero que en este asunto la razón me favorece.

Este último comentario lo traigo a colación por dos razones.

La primera es que un día después de que fue publicado ese artículo en EL SOL DE TAMPICO, recibí un correo electrónico de un caballero vecino de la zona norte de la ciudad, quien me aseguraba que yo “estaba exagerando” en el uso del adjetivo “convulsa”. Por el contrario, me asegura que desde que cierto personaje se constituyó en un cargo público gracias al voto del electorado, las cosas habían cambiado de una manera radical.

Argumentó que muy pronto “seríamos inundados por una ola de paz, tranquilidad y prosperidad…” y, para concluir, me manifestó su inquietud porque, según recalcó, mi redacción podía sobreentenderse como tendenciosa para tratar de generar una inestabilidad en el ánimo de aquellos que la leyesen.

A este buen amigo le agradecí la molestia que se tomó al leer mi propuesta de reflexión y le comenté que deberíamos “darle tiempo al tiempo”.

Hoy, después de casi tres meses o más de haber presentado dicha redacción, sostengo lo que mencioné: “vivimos en una sociedad convulsa”.

Y la segunda: Me resulta aterrador que, independientemente del género, una persona decida con frialdad y en un arranque de ira, acuchillar a quien asegura amar con pasión desmedida. Me resulta inconcebible la premeditación de una chiquilla, quien guardó entre sus ropas un cuchillo para, posteriormente, en la soledad de una habitación de hotel de paso, intentara cortar de tajo la vida de su pareja.

Inevitable fue el ver los dos videos que circulan en las redes sociales para poder exclamar una opinión al respecto. Me sobrecogió ver las bofetadas que la dama le propinaba al joven con el pretexto de “reanimarlo”, mientras que el otro, hacía esfuerzos sobrehumanos para mantenerse con vida, en tanto que, con sus manos, contenía las vísceras en su lugar, no así la sangre que se le escapaba por entre los dedos.

Los gritos del caballero pidiendo auxilio porque su amada “traía una navaja” y las patadas que propinó por instinto para librarse de las manos de la agresora, daban cuenta de la necesidad imperiosa de escapar, de huir de aquella que “a todas luces” le trataba de arrebatar la existencia.

Cuando por fin pudo salir corriendo y observó que era perseguido por la victimaria que ahora asumía el papel de protectora incondicional, el hombre la tomó por los cabellos y la hizo rodar, desafortunadamente, el esfuerzo lo llevó también a él al suelo, de donde ya no se pudo levantar; sus fuerzas menguaron por la hemorragia mientras que su rostro palidecía, signo inequívoco de que la parca rondaba.

Como si se tratara de una tragedia shakesperiana, la dama protegía en su regazo al caballero herido y gritaba desesperada pidiendo ayuda, cuentan los que saben que, más que mostrarse urgente para conseguir el socorro de una benemérita institución, la prisa era para evitar una desgracia mayor que pusiera en entredicho su libertad y la tranquilidad de los suyos.

¿A qué deseo llegar con lo anterior?

Que más allá del género o las clases sociales, la violencia entre los seres humanos es una realidad y en nuestros días los factores que inciden son tanto cuestiones intrínsecas como la baja autoestima y el asumir como natural el deterioro de la moralidad; y extrínsecas como el consumo de información impropia o descontextualizada que tiende a malinterpretarse por las nuevas generaciones.

Sin duda alguna la sociedad es convulsa, errática, agresiva, violenta y es compromiso de todos el evitar el caos. Es impostergable la sensibilización en este sentido para que exista el respeto mutuo y así no caer en actos y hechos que después tengamos que lamentar.

¡Hasta la próxima!

Escríbame a:

licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, para mañana

¡Despierte, no se duerma que será un gran día!

En entregas pasadas utilice el término “convulsa” para etiquetar a nuestra sociedad, haciendo referencia a los comportamientos aberrantes y erráticos que sus miembros manifestábamos en momentos impropios y abruptos o, simplemente, cuando las competencias blandas, como las llaman ahora, no eran las idóneas al momento de entablar una relación.

Engrandecí el término y lo llevé de lo individual a lo comunal y lo ejemplificamos con fenómenos que no solo estaban circunscritos a nuestra región, estado o país. Pusimos sobre la mesa al fenómeno migratorio, a la violencia social, la intervención de los medios de comunicación y la aparición del internet como canal de transmisión de mensajes que sobrepasaban la capacidad vigilante de los padres de familia.

En ningún momento me sentí poseedor de la verdad absoluta; sin embargo, considero que en este asunto la razón me favorece.

Este último comentario lo traigo a colación por dos razones.

La primera es que un día después de que fue publicado ese artículo en EL SOL DE TAMPICO, recibí un correo electrónico de un caballero vecino de la zona norte de la ciudad, quien me aseguraba que yo “estaba exagerando” en el uso del adjetivo “convulsa”. Por el contrario, me asegura que desde que cierto personaje se constituyó en un cargo público gracias al voto del electorado, las cosas habían cambiado de una manera radical.

Argumentó que muy pronto “seríamos inundados por una ola de paz, tranquilidad y prosperidad…” y, para concluir, me manifestó su inquietud porque, según recalcó, mi redacción podía sobreentenderse como tendenciosa para tratar de generar una inestabilidad en el ánimo de aquellos que la leyesen.

A este buen amigo le agradecí la molestia que se tomó al leer mi propuesta de reflexión y le comenté que deberíamos “darle tiempo al tiempo”.

Hoy, después de casi tres meses o más de haber presentado dicha redacción, sostengo lo que mencioné: “vivimos en una sociedad convulsa”.

Y la segunda: Me resulta aterrador que, independientemente del género, una persona decida con frialdad y en un arranque de ira, acuchillar a quien asegura amar con pasión desmedida. Me resulta inconcebible la premeditación de una chiquilla, quien guardó entre sus ropas un cuchillo para, posteriormente, en la soledad de una habitación de hotel de paso, intentara cortar de tajo la vida de su pareja.

Inevitable fue el ver los dos videos que circulan en las redes sociales para poder exclamar una opinión al respecto. Me sobrecogió ver las bofetadas que la dama le propinaba al joven con el pretexto de “reanimarlo”, mientras que el otro, hacía esfuerzos sobrehumanos para mantenerse con vida, en tanto que, con sus manos, contenía las vísceras en su lugar, no así la sangre que se le escapaba por entre los dedos.

Los gritos del caballero pidiendo auxilio porque su amada “traía una navaja” y las patadas que propinó por instinto para librarse de las manos de la agresora, daban cuenta de la necesidad imperiosa de escapar, de huir de aquella que “a todas luces” le trataba de arrebatar la existencia.

Cuando por fin pudo salir corriendo y observó que era perseguido por la victimaria que ahora asumía el papel de protectora incondicional, el hombre la tomó por los cabellos y la hizo rodar, desafortunadamente, el esfuerzo lo llevó también a él al suelo, de donde ya no se pudo levantar; sus fuerzas menguaron por la hemorragia mientras que su rostro palidecía, signo inequívoco de que la parca rondaba.

Como si se tratara de una tragedia shakesperiana, la dama protegía en su regazo al caballero herido y gritaba desesperada pidiendo ayuda, cuentan los que saben que, más que mostrarse urgente para conseguir el socorro de una benemérita institución, la prisa era para evitar una desgracia mayor que pusiera en entredicho su libertad y la tranquilidad de los suyos.

¿A qué deseo llegar con lo anterior?

Que más allá del género o las clases sociales, la violencia entre los seres humanos es una realidad y en nuestros días los factores que inciden son tanto cuestiones intrínsecas como la baja autoestima y el asumir como natural el deterioro de la moralidad; y extrínsecas como el consumo de información impropia o descontextualizada que tiende a malinterpretarse por las nuevas generaciones.

Sin duda alguna la sociedad es convulsa, errática, agresiva, violenta y es compromiso de todos el evitar el caos. Es impostergable la sensibilización en este sentido para que exista el respeto mutuo y así no caer en actos y hechos que después tengamos que lamentar.

¡Hasta la próxima!

Escríbame a:

licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, para mañana

¡Despierte, no se duerma que será un gran día!