/ viernes 10 de diciembre de 2021

Con café y a media luz | Los riesgos de engancharse

“¡Fue un simulador!” sentenció un periodista de altos vuelos, el pasado domingo, al referirse a un video divulgado a través de las cuentas oficiales del Gobierno federal en el que, de un momento a otro -es verdad- la imagen vista a través de los cristales del vagón desaparecía, literalmente, con un parpadeo de la luz. Los ocupantes, militares, civiles, gobernantes y funcionarios cruzaron miradas, sin decir más. El video se detiene y se desatan los comentarios.

Quizá lo escrito por el reportero llevaba escondido entrelíneas en la seriedad de las frases, un dejo de burla, de gracejada; quizá no fue así y se presumió, ante la urgencia acostumbrada del mandatario en turno a mostrar avances y aciertos, que se había recurrido a alguna triquiñuela televisiva para dar como cierto o, por lo menos, como concluido, aquello que, después se dijo, aún no se ha empezado.

El problema no fue ese; en realidad. El contratiempo estriba en aquello que acuñó Marshall McLuhan desde el siglo pasado: “El medio es el mensaje”. Y es que cualquier información dicha por una figura mediática en las redes sociales genera una ola de infodemia como la que acabamos de atestiguar y de la que pareciera no hemos terminado de aprender, pues solo bastaron unos instantes para que se viralizara lo asegurado por el representante de los medios y, además, replicaran la información como verdadera, otros periodistas y hasta exmandatarios.

Le invito a que nos detengamos un poco en los elementos que construyen el párrafo anterior. En primer término, las redes sociales han venido a desplazar –en buena parte– a la dinámica acostumbrada de los medios tradicionales.

La interacción de los elementos comunicativos, la capacidad de respuesta, la velocidad de divulgación, la economía de los aparatos y la accesibilidad que tiene para casi todos los ciudadanos han sido los factores fundamentales para que todos estemos al tanto de las noticias a través de dichos vínculos virtuales. Son nodos de libre expresión, o por lo menos, eso parecen.

La facilidad de manipulación, el libertinaje informativo, la prostitución noticiosa, la inmadurez de las masas, el irresponsable tratamiento de la información, la tendencia maliciosa, la falta de criterio social y la incapacidad, en ocasiones, para distinguir lo real de aquello que no lo es, representan el cúmulo de desventajas que las mismas redes ofrecen a los usuarios.

En ambos casos, el comentario vertido en ellas se proyecta en impacto y magnitud en niveles inimaginables.

El tercer factor que aprovechó la masa “antilopezobradorista” para darle velocidad de divulgación a esta anotación irresponsable ha sido la fallida retórica de transparencia del Gobierno federal de los últimos tres años con la que ha buscado frenar cualquier fuga de información que pudiera no resultar conveniente para el proyecto de nación que actualmente se persigue.

Y es que, después de los videos de los hermanos del ejecutivo federal recibiendo recurso económico que nunca fue declarado, los contratos de los familiares con Pemex, el enriquecimiento inexplicable de los colaboradores cercanos, la operación carrusel de los asistentes y las empresas fantasma a las que se les entregaron los contratos, así como el posterior “decretazo” para blindar los datos de las “megaobras”, la declarada intentona por desaparecer al INAI y la protección del Presidente a los protagonistas de estos eventos, un simulador no era de extrañarse.

Para el lunes por la tarde el conductor de noticias ya había reculado sus decires y sostuvo que “no era un simulador, pero tampoco podía ser un tren porque esta obra –la del ferrocarril– aún no se empezaba”. Sin embargo, ya la masa inidentificable del medio digital había volcado sobre la declaración dolosa.

A mi gusto, y salvo su mejor opinión, gentil amigo lector, quien se llevó el peor de los “taches” fue el expresidente Felipe Calderón, quien etiquetó de mala manera a la dama que interviene los miércoles y, aunque es evidente el defecto que se le señaló, no había razón para hacerlo. La funcionaria contestó desde el púlpito de la burocracia tal y como se merecía el morelense, quien ahora guarda silencio al respecto.

Este ha sido el sexenio de los “enganches”. Algunos se enganchan en un pleito ajeno; otros en favor de una obra; algunos más en una declaración dolosa; muchos en la mentira sin importar quien la haya proferido; la mayoría con un grupo definido por un apodo: Chairo, fifí, neoliberal, bot, amlover y más.

Sin embargo, nadie repara que engancharse siempre representará un riesgo, por tanto, es mejor la prudencia.

Después del miércoles, el reportero guardó silencio; no tocó el tema. Ya no hay simulador, solo hay simulaciones.

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”.

Escríbame a:

  • licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.

“¡Fue un simulador!” sentenció un periodista de altos vuelos, el pasado domingo, al referirse a un video divulgado a través de las cuentas oficiales del Gobierno federal en el que, de un momento a otro -es verdad- la imagen vista a través de los cristales del vagón desaparecía, literalmente, con un parpadeo de la luz. Los ocupantes, militares, civiles, gobernantes y funcionarios cruzaron miradas, sin decir más. El video se detiene y se desatan los comentarios.

Quizá lo escrito por el reportero llevaba escondido entrelíneas en la seriedad de las frases, un dejo de burla, de gracejada; quizá no fue así y se presumió, ante la urgencia acostumbrada del mandatario en turno a mostrar avances y aciertos, que se había recurrido a alguna triquiñuela televisiva para dar como cierto o, por lo menos, como concluido, aquello que, después se dijo, aún no se ha empezado.

El problema no fue ese; en realidad. El contratiempo estriba en aquello que acuñó Marshall McLuhan desde el siglo pasado: “El medio es el mensaje”. Y es que cualquier información dicha por una figura mediática en las redes sociales genera una ola de infodemia como la que acabamos de atestiguar y de la que pareciera no hemos terminado de aprender, pues solo bastaron unos instantes para que se viralizara lo asegurado por el representante de los medios y, además, replicaran la información como verdadera, otros periodistas y hasta exmandatarios.

Le invito a que nos detengamos un poco en los elementos que construyen el párrafo anterior. En primer término, las redes sociales han venido a desplazar –en buena parte– a la dinámica acostumbrada de los medios tradicionales.

La interacción de los elementos comunicativos, la capacidad de respuesta, la velocidad de divulgación, la economía de los aparatos y la accesibilidad que tiene para casi todos los ciudadanos han sido los factores fundamentales para que todos estemos al tanto de las noticias a través de dichos vínculos virtuales. Son nodos de libre expresión, o por lo menos, eso parecen.

La facilidad de manipulación, el libertinaje informativo, la prostitución noticiosa, la inmadurez de las masas, el irresponsable tratamiento de la información, la tendencia maliciosa, la falta de criterio social y la incapacidad, en ocasiones, para distinguir lo real de aquello que no lo es, representan el cúmulo de desventajas que las mismas redes ofrecen a los usuarios.

En ambos casos, el comentario vertido en ellas se proyecta en impacto y magnitud en niveles inimaginables.

El tercer factor que aprovechó la masa “antilopezobradorista” para darle velocidad de divulgación a esta anotación irresponsable ha sido la fallida retórica de transparencia del Gobierno federal de los últimos tres años con la que ha buscado frenar cualquier fuga de información que pudiera no resultar conveniente para el proyecto de nación que actualmente se persigue.

Y es que, después de los videos de los hermanos del ejecutivo federal recibiendo recurso económico que nunca fue declarado, los contratos de los familiares con Pemex, el enriquecimiento inexplicable de los colaboradores cercanos, la operación carrusel de los asistentes y las empresas fantasma a las que se les entregaron los contratos, así como el posterior “decretazo” para blindar los datos de las “megaobras”, la declarada intentona por desaparecer al INAI y la protección del Presidente a los protagonistas de estos eventos, un simulador no era de extrañarse.

Para el lunes por la tarde el conductor de noticias ya había reculado sus decires y sostuvo que “no era un simulador, pero tampoco podía ser un tren porque esta obra –la del ferrocarril– aún no se empezaba”. Sin embargo, ya la masa inidentificable del medio digital había volcado sobre la declaración dolosa.

A mi gusto, y salvo su mejor opinión, gentil amigo lector, quien se llevó el peor de los “taches” fue el expresidente Felipe Calderón, quien etiquetó de mala manera a la dama que interviene los miércoles y, aunque es evidente el defecto que se le señaló, no había razón para hacerlo. La funcionaria contestó desde el púlpito de la burocracia tal y como se merecía el morelense, quien ahora guarda silencio al respecto.

Este ha sido el sexenio de los “enganches”. Algunos se enganchan en un pleito ajeno; otros en favor de una obra; algunos más en una declaración dolosa; muchos en la mentira sin importar quien la haya proferido; la mayoría con un grupo definido por un apodo: Chairo, fifí, neoliberal, bot, amlover y más.

Sin embargo, nadie repara que engancharse siempre representará un riesgo, por tanto, es mejor la prudencia.

Después del miércoles, el reportero guardó silencio; no tocó el tema. Ya no hay simulador, solo hay simulaciones.

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”.

Escríbame a:

  • licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.