Las mujeres nacemos con una bolsa a nuestras espaldas en la que cargamos las etiquetas, los estigmas, las piedras y uno que otro pequeño sapo con el cual nos tropezamos en el camino.
No tengo idea de a quién carajos se le ocurrió que el rosa nos encantaba o que de niñas sólo deseábamos una “Barbie”, un juego de té o un bebé que dijera: “Mamá”... seguro que al que se le ocurrió fue alguien que se le antojó colocar a nuestro género en un estigma.
Las mujeres nos hemos acostumbrado más por sumisión que por convicción a escuchar desde pequeñas frases que nos colocan en una posición de subordinación respecto de los hombres, a los cuales nos inculcan de pequeñas a atender, complacer y obedecer.
Esta escala en la que hemos sido categorizadas por generaciones, ha confundido el razonamiento masculino en cuya psique se ha formado la extraña idea de que podemos ser el objeto de sus chistes malos y demás alusiones a nuestro género del todo misóginas y de mal gusto.Donde se olvidan que provienen de una mujer. Sin embargo, lejos de lo que pudiera pensarse de que tales palabras son propias del común denominador de los hombres, antes ya pensadores y filósofos célebres las habían externado, tales son los casos: “Sólo el aspecto de la mujer revela que no está destinada ni a los grandes trabajos de la inteligencia ni a los grandes trabajos materiales”, Schopenhauer; “El fuerte de la mujer no es saber sino sentir, saber las cosas es tener conceptos y definiciones y esto es obra del varón”, Ortega y Gasset; “La vida de toda mujer a pesar de lo que se diga, no es más que un eterno deseo de encontrar a quién someterse”, Dostoyevsky. Todos ellos filósofos y escritores de visión amplia que dejaron huella en la literatura y la filosofía y que a pesar de reconocer el valor de las mujeres como Proudhon, filósofo y revolucionario francés y amigo de mujeres de gran influencia en el movimiento político e intelectual de su época como George Sand, se llegó a pronunciar respecto de la mujer con la frase más misógina de la historia: “Las mujeres son seres de cabellos largos e ideas cortas”.
Y aunque estos filósofos adornaban sus frases con palabras elegantes, el concepto es el mismo que ha sido externado en innumerables ocasiones por el común denominador de los hombres e incluso por nuestras propias madres, las cuales cargan con el peso de la costumbre de la sumisión a sus espaldas y que en ocasiones nos heredan.
“Atiende a tu hermano porque él es hombre y tú mujer”, “Maneja como mujer”,“Qué carácter tiene, a lo mejor está en sus días”, “Claro, la ascendieron porque es mujer, como yo no uso falda”, son tan sólo algunas de las molestas sentencias un tanto ordinarias que hemos escuchado una y otra vez a lo largo de nuestra vida y que para nuestra desgracia las hemos aceptado como algo común cuando en realidad no tiene porqué ser así.
A la mujer se le etiqueta por todo, por tener el ruedo de la falda por encima de las rodillas o por taparse totalmente, por atreverse a levantar la voz o por callarse y soportar todo, por romper los estigmas y convencionalismos sociales o por seguirlos a pie juntillas,por tener hijos sin haberse casado o por no tenerlos ni haberse casado.
¿Sexo débil?, por favor, díganle eso a Marie Curie, George Sand, Amelia Earhart, Margaret Thatcher, científicas, escritoras, expedicionarias, políticas que han demostrado la capacidad de pensamiento y acción de las mujeres, evidenciando que somos capaces de ser madres, esposas y profesionistas exitosas.
No tenemos que cargar con una etiqueta que sea un flagelo para nosotras y un estigma ante la sociedad. La mujer merece igualdad real de pensamiento y acción de parte de la sociedad, pero sobre todo del gobierno, cuya intervención debe de implementar medidas para nuestro crecimiento y no me refiero a sólo proporcionar capacitación mediante cursos de cocina, repostería o costura, sino antes bien abriendo espacios laborales donde realmente la mujer tenga un lugar dónde desarrollarse a la par del hombre en apego estricto a la ley donde realmente se cumpla lo de a trabajo igual corresponderá salario igual.
Es tiempo que se deje de ver a la mujer como una máquina para engendrar, una empleada doméstica o un objeto sexual. El gobierno precisa encontrar el camino e implementar las acciones para cambiar la mentalidad de la sociedad a través de una educación desde los niveles básicos de enseñanza donde se promueva la inclusión de la mujer y el respeto a la misma, considerando que el respeto hacia la integridad de una persona, sea cual sea su género, es un derecho humano, el cual nadie puede ni debe transgredir con frases o acciones, pues es una forma de estigmatizar y discriminar.