/ miércoles 17 de junio de 2020

Con café y a media luz | Dos escenarios, una misma ciudad

Por diversas razones y en dos ocasiones diferentes, tuve que ir el pasado fin de semana al centro de la ciudad. Ambas visitas al primer cuadro de Tampico arrojaron como resultado una imagen que refiere a la urgencia económica que existe, no solo en la zona sur de Tamaulipas, sino en el mundo entero, de reactivar el flujo de circulante para satisfacer, por lo menos, las necesidades más apremiantes de la sociedad.

En este marco de la pandemia que, en boca de algunos ya vamos de salida y, en opinión de otros, estamos en la semana de mayor contagio en nuestro país, la ciudadanía llega a la zona comercial en búsqueda de productos y servicios que ya no encuentra en donde acostumbraba a hacerlo y pareciera dar bandazos en el entorno en lo que, poco a poco, el comercio y los consumidores se integran a este nuevo ordenamiento de la interacción humana.

El primero de los momentos en los que acudí al centro, fue el sábado por la mañana. La primera impresión fue de locales cerrados que antes lucían boyantes por la cantidad de ventas que realizaban por día. Un sinnúmero de cortinas abajo con mantas, lonas o pintas que anunciaban “Se renta” y el número para pedir informes era la constante a cualquier lado que se deseara mirar. Estos espacios comerciales “muertos”, representan, sin duda alguna, el testimonio fundamental de la crisis que se está viviendo.

Entre los detalles que más llamaron mi atención está un reordenamiento parcial, forzado, atropellado y hasta riesgoso de algunas líneas del transporte público que convergen en el corazón de la ciudad.

No pude evitar el recordar las palabras de varios, por no decir muchos, expresidentes municipales que hablaron en repetidas ocasiones a los medios de comunicación de la localidad sobre el tema del reordenamiento de las rutas para evitar el congestionamiento del centro. Nunca se pudo pasar de “el estudio” de esta readecuación. Ahora, ante la emergencia sanitaria, y sin algunos criterios a considerar que resultarían importantes para tal efecto, concebimos dicho reajuste como una compleja realidad.

Basta, para citar como ejemplo, el pararse unos minutos en el cruce de las calles Olmos y Tamaulipas. En este punto, las unidades de una ruta, después de concluir su trayecto y para acomodarse en la “rampa” asignada, deben echarse de reversa sobre la vía que lleva el nombre del clérigo poniendo en riesgo la vida del chofer y de los conductores de los vehículos que están saliendo del centro.

Como dato curioso, en el caso de la mayoría de los choferes de ruta, el cubrebocas está viviendo el mismo fin que el cinturón de seguridad: Solamente se lo acomodan en el lugar correspondiente cuando observan a lo lejos la presencia de alguna autoridad que los pueda sancionar. De lo contrario, el paño es colocado sobre el cuello como si se tratara de una mascada de seda de los años ochenta. ¿Y la prevención de la salud de los pasajeros? ¡Bien, gracias!

Pero este detalle – el del cubrebocas – no solo se encuentra con los trabajadores del volante, el peatón tiene el mismo comportamiento y le muestra al protector una apatía similar. Igual lo llevan prendido al cuello, algunos otros lo portan dentro de los bolsillos, unos más lo usan como adorno en los brazos y solo se lo colocan en el rostro al momento de entrar a algún comercio establecido por la consigna de que, de no portarlo, no serán atendidos. ¿Por qué se deben llegar a esos extremos sociales si la determinación debe empezar en la conciencia y la responsabilidad de cada uno de nosotros?

Como lo dije, ante la ausencia de locales abiertos, más y más ciudadanos deambulan por las banquetas y abordan, apretujados, las unidades del transporte público.

El segundo día, domingo por la tarde, observé un paisaje desolador, muy lejano a aquella estampa provincial de alegría y movimiento a la que estábamos acostumbrados los tampiqueños, como si una sombra hubiese caído sobre la ciudad y, en parte, así es. Ese riesgo que ahora nos impele a mantenernos lo más posible en el interior de nuestros hogares da cuenta de una fantasmagórica escenografía de un sitio sin vida.

¡Cómo se extrañan los sonidos de la marimba en el paseo peatonal y a los improvisados bailadores de juventud acumulada que despachan como nadie las notas de “El negro José” o de “Nereidas” !, ¿A dónde quedaron las correrías por ocupar una silla frente al escenario de la plaza para deleitarse con las melodías de la banda municipal de Tampico dirigida por el excelso maestro Paco Jiménez?

En medio de ese paisaje apesadumbrado parecía que el tiempo se hubiera detenido y solo unas cuantas figuras humanas – no más de tres – igual de oscuras se contaban entre las aceras.

Estos dos panoramas viven entrelazados en gran parte por la atadura de la necedad humana. El primero es causa y necesidad; el segundo, consecuencia e irresponsabilidad asumida a regañadientes. Sin embargo, las dos se pudieran resumir en una declaración recientemente hecha por la secretaria de salud en el estado de Tamaulipas, Dra. Gloria Molina, quien ha señalado que, derivado de la primera fase de apertura, el número de casos en zonas específicas de la entidad – entre ellas la zona conurbada del sur – ha aumentado, lo que postergará, hasta nuevo aviso, el tránsito a la segunda etapa de incursión a esta nueva modalidad de convivencia.

Por diversas razones y en dos ocasiones diferentes, tuve que ir el pasado fin de semana al centro de la ciudad. Ambas visitas al primer cuadro de Tampico arrojaron como resultado una imagen que refiere a la urgencia económica que existe, no solo en la zona sur de Tamaulipas, sino en el mundo entero, de reactivar el flujo de circulante para satisfacer, por lo menos, las necesidades más apremiantes de la sociedad.

En este marco de la pandemia que, en boca de algunos ya vamos de salida y, en opinión de otros, estamos en la semana de mayor contagio en nuestro país, la ciudadanía llega a la zona comercial en búsqueda de productos y servicios que ya no encuentra en donde acostumbraba a hacerlo y pareciera dar bandazos en el entorno en lo que, poco a poco, el comercio y los consumidores se integran a este nuevo ordenamiento de la interacción humana.

El primero de los momentos en los que acudí al centro, fue el sábado por la mañana. La primera impresión fue de locales cerrados que antes lucían boyantes por la cantidad de ventas que realizaban por día. Un sinnúmero de cortinas abajo con mantas, lonas o pintas que anunciaban “Se renta” y el número para pedir informes era la constante a cualquier lado que se deseara mirar. Estos espacios comerciales “muertos”, representan, sin duda alguna, el testimonio fundamental de la crisis que se está viviendo.

Entre los detalles que más llamaron mi atención está un reordenamiento parcial, forzado, atropellado y hasta riesgoso de algunas líneas del transporte público que convergen en el corazón de la ciudad.

No pude evitar el recordar las palabras de varios, por no decir muchos, expresidentes municipales que hablaron en repetidas ocasiones a los medios de comunicación de la localidad sobre el tema del reordenamiento de las rutas para evitar el congestionamiento del centro. Nunca se pudo pasar de “el estudio” de esta readecuación. Ahora, ante la emergencia sanitaria, y sin algunos criterios a considerar que resultarían importantes para tal efecto, concebimos dicho reajuste como una compleja realidad.

Basta, para citar como ejemplo, el pararse unos minutos en el cruce de las calles Olmos y Tamaulipas. En este punto, las unidades de una ruta, después de concluir su trayecto y para acomodarse en la “rampa” asignada, deben echarse de reversa sobre la vía que lleva el nombre del clérigo poniendo en riesgo la vida del chofer y de los conductores de los vehículos que están saliendo del centro.

Como dato curioso, en el caso de la mayoría de los choferes de ruta, el cubrebocas está viviendo el mismo fin que el cinturón de seguridad: Solamente se lo acomodan en el lugar correspondiente cuando observan a lo lejos la presencia de alguna autoridad que los pueda sancionar. De lo contrario, el paño es colocado sobre el cuello como si se tratara de una mascada de seda de los años ochenta. ¿Y la prevención de la salud de los pasajeros? ¡Bien, gracias!

Pero este detalle – el del cubrebocas – no solo se encuentra con los trabajadores del volante, el peatón tiene el mismo comportamiento y le muestra al protector una apatía similar. Igual lo llevan prendido al cuello, algunos otros lo portan dentro de los bolsillos, unos más lo usan como adorno en los brazos y solo se lo colocan en el rostro al momento de entrar a algún comercio establecido por la consigna de que, de no portarlo, no serán atendidos. ¿Por qué se deben llegar a esos extremos sociales si la determinación debe empezar en la conciencia y la responsabilidad de cada uno de nosotros?

Como lo dije, ante la ausencia de locales abiertos, más y más ciudadanos deambulan por las banquetas y abordan, apretujados, las unidades del transporte público.

El segundo día, domingo por la tarde, observé un paisaje desolador, muy lejano a aquella estampa provincial de alegría y movimiento a la que estábamos acostumbrados los tampiqueños, como si una sombra hubiese caído sobre la ciudad y, en parte, así es. Ese riesgo que ahora nos impele a mantenernos lo más posible en el interior de nuestros hogares da cuenta de una fantasmagórica escenografía de un sitio sin vida.

¡Cómo se extrañan los sonidos de la marimba en el paseo peatonal y a los improvisados bailadores de juventud acumulada que despachan como nadie las notas de “El negro José” o de “Nereidas” !, ¿A dónde quedaron las correrías por ocupar una silla frente al escenario de la plaza para deleitarse con las melodías de la banda municipal de Tampico dirigida por el excelso maestro Paco Jiménez?

En medio de ese paisaje apesadumbrado parecía que el tiempo se hubiera detenido y solo unas cuantas figuras humanas – no más de tres – igual de oscuras se contaban entre las aceras.

Estos dos panoramas viven entrelazados en gran parte por la atadura de la necedad humana. El primero es causa y necesidad; el segundo, consecuencia e irresponsabilidad asumida a regañadientes. Sin embargo, las dos se pudieran resumir en una declaración recientemente hecha por la secretaria de salud en el estado de Tamaulipas, Dra. Gloria Molina, quien ha señalado que, derivado de la primera fase de apertura, el número de casos en zonas específicas de la entidad – entre ellas la zona conurbada del sur – ha aumentado, lo que postergará, hasta nuevo aviso, el tránsito a la segunda etapa de incursión a esta nueva modalidad de convivencia.