/ lunes 1 de abril de 2024

El cumpleaños del perro / Revisitando Naranja mecánica

Naranja mecánica/ Reino Unido- 1971, la obra maestra y de culto de Stanley Kubrick, es la visión futurista de su director sobre la violencia bajo una premisa de estilización y extraña belleza.

¿Qué es Naranja mecánica? Es un manantial de influencias estéticas a posteriori; no se entenderían ni Tarantino (Perros de reserva, Bastardos sin gloria), Robert Rodríguez (Sin City), Danny Boyle (Transpoitting), Jan Kounen (Doberman), ni algunos puntos de inflexión visual de Lars von Traer, David Lynch, Cronenberg, Soderbergh o los mismos hermanos Coen.

Carlos Monsiváis, a propósito de Tin Tan, había dicho que éste había sido el primer mexicano del siglo XXI. Igualmente, se puede acotar que Naranja mecánica es, a mi juicio, junto a Metrópolis/ 1926 de Fritz Lang, el primer filme del siglo que corre por el poderío de su poesía subversiva entroncada en hálitos de hiperviolencia y de represión social a través de la figura y la omnipresencia del Estado como catalizador que, en lugar de depurar los lastres sicológicos de Alex (Malcolm MacDonald) acelera (y este el gran acierto de Kubrick) las pulsaciones ontológicas del individuo.

En Naranja mecánica, Kubrick no es moralizante ni oferta (lo mismo que el Buñuel de Los olvidados/ 1950 con el que mantiene raras coincidencias) rutas de salvación o regeneración sociológica: es mediante la puesta en escena donde discurre su visión artística y, si se quiere, crítica. Manifiesto moral y estético contra la violencia (?), Naranja mecánica oscila más bien entre un intento intelectual por replantear eso que Jarmusch llama “los límites del control” entre el bien y mal.

Si el huevazo de Pedro contra la cámara en Los olvidados es para recordarnos que debemos mirar con otros ojos el subconsciente, en la mirada de Alex, debido el proceso denominado Ludovico, subyace una inquietante pregunta: ¿se mira de veras con los ojos abiertos? De allí que, tal vez haya Kubrick intentado cerrar la pinza de su interrogante en su último filme, Ojos bien cerrados.

La novela de Anthony Burgess y la Quinta Sinfonía de Beethoven parecieran servirle a Kubrick de con(pre)texto para instaurar un sólido universo fílmico maníaco sicótico en donde los arquetipos setenteros se trastocan en verdaderos estertores de innovación y ojeada futurista.

Sólo el enorme ego de alguien como Kubrick pudo ser capaz de plantear un filme tan libre y lleno de cárceles convencionales (la familia, la sociedad, el clan y la lealtad) para lanzar una botella al mar de los tiempos acaso con este mensaje: el cine es también una de las escrituraciones de las contradicciones del hombre…

Naranja mecánica/ Reino Unido- 1971, la obra maestra y de culto de Stanley Kubrick, es la visión futurista de su director sobre la violencia bajo una premisa de estilización y extraña belleza.

¿Qué es Naranja mecánica? Es un manantial de influencias estéticas a posteriori; no se entenderían ni Tarantino (Perros de reserva, Bastardos sin gloria), Robert Rodríguez (Sin City), Danny Boyle (Transpoitting), Jan Kounen (Doberman), ni algunos puntos de inflexión visual de Lars von Traer, David Lynch, Cronenberg, Soderbergh o los mismos hermanos Coen.

Carlos Monsiváis, a propósito de Tin Tan, había dicho que éste había sido el primer mexicano del siglo XXI. Igualmente, se puede acotar que Naranja mecánica es, a mi juicio, junto a Metrópolis/ 1926 de Fritz Lang, el primer filme del siglo que corre por el poderío de su poesía subversiva entroncada en hálitos de hiperviolencia y de represión social a través de la figura y la omnipresencia del Estado como catalizador que, en lugar de depurar los lastres sicológicos de Alex (Malcolm MacDonald) acelera (y este el gran acierto de Kubrick) las pulsaciones ontológicas del individuo.

En Naranja mecánica, Kubrick no es moralizante ni oferta (lo mismo que el Buñuel de Los olvidados/ 1950 con el que mantiene raras coincidencias) rutas de salvación o regeneración sociológica: es mediante la puesta en escena donde discurre su visión artística y, si se quiere, crítica. Manifiesto moral y estético contra la violencia (?), Naranja mecánica oscila más bien entre un intento intelectual por replantear eso que Jarmusch llama “los límites del control” entre el bien y mal.

Si el huevazo de Pedro contra la cámara en Los olvidados es para recordarnos que debemos mirar con otros ojos el subconsciente, en la mirada de Alex, debido el proceso denominado Ludovico, subyace una inquietante pregunta: ¿se mira de veras con los ojos abiertos? De allí que, tal vez haya Kubrick intentado cerrar la pinza de su interrogante en su último filme, Ojos bien cerrados.

La novela de Anthony Burgess y la Quinta Sinfonía de Beethoven parecieran servirle a Kubrick de con(pre)texto para instaurar un sólido universo fílmico maníaco sicótico en donde los arquetipos setenteros se trastocan en verdaderos estertores de innovación y ojeada futurista.

Sólo el enorme ego de alguien como Kubrick pudo ser capaz de plantear un filme tan libre y lleno de cárceles convencionales (la familia, la sociedad, el clan y la lealtad) para lanzar una botella al mar de los tiempos acaso con este mensaje: el cine es también una de las escrituraciones de las contradicciones del hombre…