/ lunes 12 de febrero de 2024

El cumpleaños del perro / Tampico, casa de luz

Casa de luz, paredes de sombras, espacio sin rostros – lánguida geometría -, ventanas: cíclopes de historias, de planes, de desvelos.

Piso de melancolías, arañas viudas en rincones pretéritos: casa de luz, domicilio extraviado en un poema anfibio. Luz/ sombras, huellas en las habitaciones que se niegan a ser derrumbadas.

Sol de nombres. Sol. Soledad. Solamente. Solo: de pie entre columnas de aire.

Casa de luz, superficie de espinas, cementerio en los labios del tiempo, cadáveres de palabras que alguna vez dijeron ciertos nombres que ya no significan.

Puerta de aire, convocatoria de peces eléctricos, histeria/ historia de lamentos, fruto moral, condado doloroso, hijo de la memoria henchida, protesta de ruidos sordos, cremación de lágrimas huérfanas. Casa de sombras, olores de luces sometidas a la dictadura del olvido.

Cocina sin sexo, aceite, especies de rencores, sartenes testigos de horarios caníbales, grifo de aguas infames, lavabo cruel de manos sin guantes, sin dedos piadosos. Casa de sombraluz. Casa de luzsombra, entidad donde habitaron prófugos de innombrables besos, de asfixiantes vidas.

Punto geográfico, ubicación orgánica, festín de coordenadas dementes que cumplen su orgía de latitudes húmedas. Voces, llantos, ojos, detrás de tragaluces ciegas.

Casa de luz. Caza de fantasmas. Caso de pérdidas. Prisión de Eros. Cacería de piel, de miedos, de sudores ignotos: lubricación de la des/memoria.

Polvo milenario, de siglos sigilosos en cartas no enviadas en zapatillas de cenicientas violadas por la apatía. Cae. Todo cae. Newton confirmado, tiempo espeso como gota de acero derretido. Cae el ánimo. Todo es vertical.

Caemos, constantes/ cortantes. Cae el rostro y no hay sombras para burlarnos de los que vienen a decirnos que todo lo tenemos contado, como trigo en el pan del destino.

Cae la lluvia y la arena de las cosas idas. Caer es el verbo totalitario. Las lágrimas caen, los recuerdos caen y nadie hace nada.

El río es implacable, como el tiempo no se detiene, pero desde su horizontalidad, qué remedio, cae en forma de cascada.

Casa de luz. Caza de luz. Hartazgo de sombras, huida de ecos clandestinos, serenidad de espinas absortas de pétalos inclementes.

Las ruinas existen después de la ancianidad del tiempo, de los años lelos.

Arriba, sobre el techo, hay ángeles hambrientos de paraísos, mientras sobre Tampico se instala el salitre de Miramar ante la mirada de los absortos que no entienden que la playa no tiene dueño. El dueño del mar es el infinito.

Casa de luz y sombras y vacíos perpetuos de vidas que cumplieron el ciclo de todos los tiempos, todo el tiempo…

Casa de luz, paredes de sombras, espacio sin rostros – lánguida geometría -, ventanas: cíclopes de historias, de planes, de desvelos.

Piso de melancolías, arañas viudas en rincones pretéritos: casa de luz, domicilio extraviado en un poema anfibio. Luz/ sombras, huellas en las habitaciones que se niegan a ser derrumbadas.

Sol de nombres. Sol. Soledad. Solamente. Solo: de pie entre columnas de aire.

Casa de luz, superficie de espinas, cementerio en los labios del tiempo, cadáveres de palabras que alguna vez dijeron ciertos nombres que ya no significan.

Puerta de aire, convocatoria de peces eléctricos, histeria/ historia de lamentos, fruto moral, condado doloroso, hijo de la memoria henchida, protesta de ruidos sordos, cremación de lágrimas huérfanas. Casa de sombras, olores de luces sometidas a la dictadura del olvido.

Cocina sin sexo, aceite, especies de rencores, sartenes testigos de horarios caníbales, grifo de aguas infames, lavabo cruel de manos sin guantes, sin dedos piadosos. Casa de sombraluz. Casa de luzsombra, entidad donde habitaron prófugos de innombrables besos, de asfixiantes vidas.

Punto geográfico, ubicación orgánica, festín de coordenadas dementes que cumplen su orgía de latitudes húmedas. Voces, llantos, ojos, detrás de tragaluces ciegas.

Casa de luz. Caza de fantasmas. Caso de pérdidas. Prisión de Eros. Cacería de piel, de miedos, de sudores ignotos: lubricación de la des/memoria.

Polvo milenario, de siglos sigilosos en cartas no enviadas en zapatillas de cenicientas violadas por la apatía. Cae. Todo cae. Newton confirmado, tiempo espeso como gota de acero derretido. Cae el ánimo. Todo es vertical.

Caemos, constantes/ cortantes. Cae el rostro y no hay sombras para burlarnos de los que vienen a decirnos que todo lo tenemos contado, como trigo en el pan del destino.

Cae la lluvia y la arena de las cosas idas. Caer es el verbo totalitario. Las lágrimas caen, los recuerdos caen y nadie hace nada.

El río es implacable, como el tiempo no se detiene, pero desde su horizontalidad, qué remedio, cae en forma de cascada.

Casa de luz. Caza de luz. Hartazgo de sombras, huida de ecos clandestinos, serenidad de espinas absortas de pétalos inclementes.

Las ruinas existen después de la ancianidad del tiempo, de los años lelos.

Arriba, sobre el techo, hay ángeles hambrientos de paraísos, mientras sobre Tampico se instala el salitre de Miramar ante la mirada de los absortos que no entienden que la playa no tiene dueño. El dueño del mar es el infinito.

Casa de luz y sombras y vacíos perpetuos de vidas que cumplieron el ciclo de todos los tiempos, todo el tiempo…