/ domingo 21 de enero de 2024

El cumpleaños del perro | Un cuento de Juan Rulfo en el cine

El pasado 7 de enero se cumplieron 38 años del fallecimiento de Juan Rulfo, autor de “El llano en llamas” 1953 y “Pedro Páramo”/ 1955, quizás nuestro mejor escritor o, como señalaban Carlos Fuentes y Octavio Paz, autor de la mejor novela mexicana: “Pedro Páramo”.

Los homenajes al autor nacido en Apulco 16 de mayo de 1917 y muerto en la Ciudad de México, 7 de enero de 1986, apenas se dieron, en especial por nuestras instituciones culturales. Y la verdad sea dicha, Rulfo ya es parte del inconsciente colectivo, es como parte de la geografía, de la música, de los ambientes o paisajes de este país.

Ahora que están en auge ventanas de comunicación como el Tik Tok, es común que las nuevas audiencias hayan descubierto en personalidades como Jorge Luis Borges, Dalí o el propio Rulfo a referencias “sabias” o fuentes de frases o reflexiones inteligentes cuales contenidos para llevar.

Es un cliché anotar que la biografía de un escritor está, en sí, en su obra. Ciertamente lo es en términos morales y forma de ser, pero quién fue Rulfo. Juan Rulfo dijo en alguna entrevista: “Nací en un pueblito muy poco conocido, Apulco, en Jalisco, el 16 de mayo de 1918, pero después nos fuimos a San Gabriel. Apulco era un pueblo aislado y por eso lo saquearon y quemaron varias veces las bandas alzadas. Era peligroso vivir allí y fue por eso que mis padres decidieron ir a San Gabriel. San Gabriel, donde pasé toda mi infancia, era un pueblo grande –de unos siete mil habitantes- y allí estaba la escolta militar”.

De alguna manera, la vida del escritor se ve reflejada en sus relatos y en su única novela, “Pedro Páramo”. Aunque él mismo Rulfo era partícipe de contradecirse y meter al entrevistador en sendos bretes: “Nunca he usado, ni en los cuentos ni en “Pedro Páramo”, nada autobiográfico.” Pero, ¿no es prueba de lo contrario el entorno histórico de su obra con lo biográfico? El padre Rentería, ejemplo de los curas alzados y personaje esencial dentro de la historia de “Pedro Páramo”, se apega a las propias palabras de Rulfo en otra de sus escasas entrevistas: “Los curas de la costa siempre traen pistola, son curas bragados. El cura Sedano de Zapotlán el Grande raptaba muchachas y se aprovechó de la Cristiada para alzarse en armas”.

La vida de Rulfo sí está reflejada en “Pedro Páramo”. En un trabajo fílmico de treinta y cinco minutos, “El Abuelo Cheno y otras Historias”, realizado en 1995 por su hijo Juan Carlos Rulfo, queda claro que la muerte de don Juan Nepomuceno, padre de Juan Rulfo, fue un duro golpe para el autor de “El llano en llamas”. Quizás por ello el mutismo y la ambigüedad del escritor fueron sus evasivas cada vez que le preguntaban sobre su padre. Que lo mataron unos peones, que lo acribillaron por la espalda cuando huía. Lo cierto es que en varios de sus cuentos de “El Llano en Llamas” la figura paterna está presente (la “línea paterna”, afirmaría el cineasta José Buil en el emotivo documental que registra los pasos de su padre español por Papantla, Veracruz).

Existe una sorprendente semejanza entre la novela “Pedro Páramo” y “Los olvidados”, el célebre film de Luis Buñuel. En ambos la ausencia del padre es presencia viva, rencor insustituible.

El Premio Nobel de Literatura Elias Canetti, alguna vez dijo que uno de los mejores cuentos que había leído en su vida era ¡Diles que no me Maten!, de Juan Rulfo.

Y es que el mundo plasmado por Rulfo en sus textos de El Llano en Llamas y Pedro Páramo ha sido una especie de reto intelectual para muchos cineastas por la probada dificultad de trasladar a la pantalla grande las evanescencias, sombras, murmullos y personajes-ánimas del universo rulfiano.

Sino que le pregunten a Carlos Velo quien en 1996 intentó una muy fallida incursión por Comala con el estadounidense John Gavin en el rol del cacique Páramo (se ha publicitado que el español Mateo Gil tiene suspendido el rodaje de una nueva versión de este clásico de la literatura mexicana con Gael García Bernal como Pedro Páramo).

En 1986 Mitl Valdez, maestro del CUEC y docente asesor de varias generaciones de cineastas, fotógrafos y guionistas, tuvo la fortuna de contar con el visto bueno y la supervisión del guión del propio Rulfo meses antes de morir. Al año siguiente, Valdez concreta en el celuloide el largometraje Los confines con la adaptación de los cuentos ¡Diles que no me maten! y Talpa, y un fragmento de Pedro Páramo (el de los hermanos incestuosos).

Los Confines es extraordinariamente independiente pero a la vez inseparable del hálito rulfiano. Mitl Valdez no entró en el delirio plasticista ni en el apetito festivalero que padecen muchos directores (quienes con un filme desean vivir por mucho tiempo a través de viajes pagados a festivales, subvenciones gubernamentales y armando talleres chafas con asistentes que en dos clases ya se creen capaces de realizar una película).

Los Confines está articulada como una historia donde Juvencio Nava/ Ernesto Gómez Cruz), asesino de don Lupe Terreros, Natalia/ María Rojo y su cuñado y cómplice del crimen del purulento Tanilo/ Enrique Lucero, así como los esposos-hermanos y Juan Preciado, cierran un círculo dantesco para expoliar las más hondas preocupaciones del estilo literario de Rulfo: la culpa, la injusticia, el abandono, el sincretismo religioso.

Aunque un texto rulfiano siempre es tentador para explayarse en retruécanos intelectuales, Mitl Valdez no cae en semejante bagatela y acude a una revisión meramente fílmica con los impulsos personales de la reinterpretación. Puede decirse que Valdez supo entender que respetar en demasía la novela de Rulfo le traería las mismas consecuencias que un notable distanciamiento. Por ello, acude a la lectura del cineasta con las valiosas actuaciones de Rojo, Lucero, Gómez Cruz, Manuel Ojeda y la estupenda Ana Ofelia Murguía

El pasado 7 de enero se cumplieron 38 años del fallecimiento de Juan Rulfo, autor de “El llano en llamas” 1953 y “Pedro Páramo”/ 1955, quizás nuestro mejor escritor o, como señalaban Carlos Fuentes y Octavio Paz, autor de la mejor novela mexicana: “Pedro Páramo”.

Los homenajes al autor nacido en Apulco 16 de mayo de 1917 y muerto en la Ciudad de México, 7 de enero de 1986, apenas se dieron, en especial por nuestras instituciones culturales. Y la verdad sea dicha, Rulfo ya es parte del inconsciente colectivo, es como parte de la geografía, de la música, de los ambientes o paisajes de este país.

Ahora que están en auge ventanas de comunicación como el Tik Tok, es común que las nuevas audiencias hayan descubierto en personalidades como Jorge Luis Borges, Dalí o el propio Rulfo a referencias “sabias” o fuentes de frases o reflexiones inteligentes cuales contenidos para llevar.

Es un cliché anotar que la biografía de un escritor está, en sí, en su obra. Ciertamente lo es en términos morales y forma de ser, pero quién fue Rulfo. Juan Rulfo dijo en alguna entrevista: “Nací en un pueblito muy poco conocido, Apulco, en Jalisco, el 16 de mayo de 1918, pero después nos fuimos a San Gabriel. Apulco era un pueblo aislado y por eso lo saquearon y quemaron varias veces las bandas alzadas. Era peligroso vivir allí y fue por eso que mis padres decidieron ir a San Gabriel. San Gabriel, donde pasé toda mi infancia, era un pueblo grande –de unos siete mil habitantes- y allí estaba la escolta militar”.

De alguna manera, la vida del escritor se ve reflejada en sus relatos y en su única novela, “Pedro Páramo”. Aunque él mismo Rulfo era partícipe de contradecirse y meter al entrevistador en sendos bretes: “Nunca he usado, ni en los cuentos ni en “Pedro Páramo”, nada autobiográfico.” Pero, ¿no es prueba de lo contrario el entorno histórico de su obra con lo biográfico? El padre Rentería, ejemplo de los curas alzados y personaje esencial dentro de la historia de “Pedro Páramo”, se apega a las propias palabras de Rulfo en otra de sus escasas entrevistas: “Los curas de la costa siempre traen pistola, son curas bragados. El cura Sedano de Zapotlán el Grande raptaba muchachas y se aprovechó de la Cristiada para alzarse en armas”.

La vida de Rulfo sí está reflejada en “Pedro Páramo”. En un trabajo fílmico de treinta y cinco minutos, “El Abuelo Cheno y otras Historias”, realizado en 1995 por su hijo Juan Carlos Rulfo, queda claro que la muerte de don Juan Nepomuceno, padre de Juan Rulfo, fue un duro golpe para el autor de “El llano en llamas”. Quizás por ello el mutismo y la ambigüedad del escritor fueron sus evasivas cada vez que le preguntaban sobre su padre. Que lo mataron unos peones, que lo acribillaron por la espalda cuando huía. Lo cierto es que en varios de sus cuentos de “El Llano en Llamas” la figura paterna está presente (la “línea paterna”, afirmaría el cineasta José Buil en el emotivo documental que registra los pasos de su padre español por Papantla, Veracruz).

Existe una sorprendente semejanza entre la novela “Pedro Páramo” y “Los olvidados”, el célebre film de Luis Buñuel. En ambos la ausencia del padre es presencia viva, rencor insustituible.

El Premio Nobel de Literatura Elias Canetti, alguna vez dijo que uno de los mejores cuentos que había leído en su vida era ¡Diles que no me Maten!, de Juan Rulfo.

Y es que el mundo plasmado por Rulfo en sus textos de El Llano en Llamas y Pedro Páramo ha sido una especie de reto intelectual para muchos cineastas por la probada dificultad de trasladar a la pantalla grande las evanescencias, sombras, murmullos y personajes-ánimas del universo rulfiano.

Sino que le pregunten a Carlos Velo quien en 1996 intentó una muy fallida incursión por Comala con el estadounidense John Gavin en el rol del cacique Páramo (se ha publicitado que el español Mateo Gil tiene suspendido el rodaje de una nueva versión de este clásico de la literatura mexicana con Gael García Bernal como Pedro Páramo).

En 1986 Mitl Valdez, maestro del CUEC y docente asesor de varias generaciones de cineastas, fotógrafos y guionistas, tuvo la fortuna de contar con el visto bueno y la supervisión del guión del propio Rulfo meses antes de morir. Al año siguiente, Valdez concreta en el celuloide el largometraje Los confines con la adaptación de los cuentos ¡Diles que no me maten! y Talpa, y un fragmento de Pedro Páramo (el de los hermanos incestuosos).

Los Confines es extraordinariamente independiente pero a la vez inseparable del hálito rulfiano. Mitl Valdez no entró en el delirio plasticista ni en el apetito festivalero que padecen muchos directores (quienes con un filme desean vivir por mucho tiempo a través de viajes pagados a festivales, subvenciones gubernamentales y armando talleres chafas con asistentes que en dos clases ya se creen capaces de realizar una película).

Los Confines está articulada como una historia donde Juvencio Nava/ Ernesto Gómez Cruz), asesino de don Lupe Terreros, Natalia/ María Rojo y su cuñado y cómplice del crimen del purulento Tanilo/ Enrique Lucero, así como los esposos-hermanos y Juan Preciado, cierran un círculo dantesco para expoliar las más hondas preocupaciones del estilo literario de Rulfo: la culpa, la injusticia, el abandono, el sincretismo religioso.

Aunque un texto rulfiano siempre es tentador para explayarse en retruécanos intelectuales, Mitl Valdez no cae en semejante bagatela y acude a una revisión meramente fílmica con los impulsos personales de la reinterpretación. Puede decirse que Valdez supo entender que respetar en demasía la novela de Rulfo le traería las mismas consecuencias que un notable distanciamiento. Por ello, acude a la lectura del cineasta con las valiosas actuaciones de Rojo, Lucero, Gómez Cruz, Manuel Ojeda y la estupenda Ana Ofelia Murguía