/ viernes 29 de junio de 2018

Con café y a media luz | Momentos de reflexión


La jornadaha sido dura, cansada, extenuante. Ha golpeado durante las últimas semanas los intereses de muchos con los conflictos de unos cuantos. Nos ha hecho desvariar entre opiniones, preguntas y terquedades. Obligó a miles a gritar defendiendo o insultando a aquello que uno o dos dictan como justo, ecuánime y progresista. Cada uno desde su trinchera se propuso ser el ganador en la más fiera de las batallas de la que nuestro país fue testigo y protagonista.

Al principio, fueron solamente voces que llamaban la atención de pocos, primero; de multitudes, después. Más tarde, se contaban por miles y hasta por millones los que vitoreaban y aplaudían a su respectivo campeón. Poco a poco empezaron a conseguir aliados para lanzarse al campo del combate sin temor alguno a que la tierra quedara tinta en sangre.

Algunos, habían perdido el encuentro mucho antes que éste iniciara. El tiempo fue su peor enemigo y antes de la refriega ya habían abandonado la campiña, quedándose en el olvido o, en el más lamentable de los casos, nunca pudieron salir de la cruel reja que representa el anonimato.

Los días transcurrieron y las calles de las distintas ciudades empezaron a cambiar de color debido a las vestiduras alusivas a la honra del combatiente. Los pendones y estandartes fueron colocados en todas y cada una de las regiones como anunciando que allí era territorio moral de uno que ya se proclamaba como triunfador sin que la guerra hubiera empezado.

Muy pronto los gritos de combate de cada una de las huestes fueron tan ensordecedores que se empezaron a escuchar entre sí mientras más se acercaban los batallones. Con cada paso dado más confusas se volvían las declaratorias que chocaban en el aire antecediendo al zumbido de los ataques que llegarían más tarde. Para aquellos que habían decidido permanecer como espectadores del desafío que estaba por sobrevenirse, sentían en su interior cómo aumentaba la tensión del ambiente, igual que la calma angustiante antes que se percibe antes de que se desate la furia de la tormenta.

Más temprano que tarde tuvo lugar el primer encuentro. El núbil decidió arremeter con toda su fuerza contra el veterano tratando de sacar ventaja al demostrar la contundencia de sus argumentos. Durante el embiste, el adalid queretano trató de sacar sus mejores armas y disparar sin dar tregua.

A esta estrategia se sumaron los tres. Entre ellos una dama que, posteriormente, se declaró fuera de la batalla, dejando solamente a los cuatro caballeros de brillante armadura. Además de los ya mencionados estaba el del norte, que había olvidado su pasado muy similar al de sus rivales y con dedo flamígero amenazaba con mutilar a aquel que decidiera tomar por propio aquello que no le perteneciera y el exfuncionario cuya trayectoria era eclipsada por la oscuridad de su origen.


Por instantes el estruendoso fuego de la metralla detonada se silenciaba. Con el paso de los días, la experiencia nos fue enseñando que ese silencio no era más que el lapso en que se preparaba un nuevo y más fiero ataque de uno contra todos.

Así llegaron la segunda y tercera batalla. No había paz para nadie. Las amenazas dieron paso a los retos a cambio de pruebas y las respuestas fueron amenazantes, primero soltar a un tigre, después invocar al mismísimo “señor de las tinieblas”.

Hoy es distinto. Hoy solo reina el silencio y los contendientes se han retirado a sus cubiles a repasar sus movimientos, a consultar con sus aliados, a sanarse las heridas y a reposar en los brazos de sus esposas e hijos. Se ha dado lo mejor que se tenía, se entregó todo y sin reservas. Se disparó hasta el último cartucho.

En este silencio sepulcral, el humo de la pólvora se desvanece en el aire y asoma un campo desierto, es nuestra conciencia que nos llama a la reflexión, a pensar maduramente a quién le daremos la confianza de dirigir el rumbo de esta nave en la que todos estamos. Esa confianza que no debe ser ciega, porque se convertiría en fe y no se le puede tener fe a los hombres, sino a aquello que está emergido de la divinidad.

Serán unos cuantos días de quietud antes de que suenen los clarines victoriosos en una de las fortalezas. Las fanfarrias se escucharán tan estruendosas como los cañonazos que fueron detonados con anterioridad y una gran parte del pueblo aplaudirá jubilosa el triunfo alcanzado por el hombre por el que se siente representada.

Por el contrario, en otros lares se escucharán las notas macabras de marchas fúnebres que anunciarán la derrota. Algunos la reconocerán y aceptarán, seguramente habrá otros que vociferarán su inconformidad a “los cuatro vientos” y dirán que fueron robados, reclamando que sea limpiada su honra recién mancillada por las triquiñuelas del triunfante, que ha sido cobijado por la autoridad.


La historia, gentil amigo, ya la conocemos y todo indica que se repetirá, sólo cambiarán algunos personajes.

¡Hasta la próxima!

Escríbame a:

licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!

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Y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!


La jornadaha sido dura, cansada, extenuante. Ha golpeado durante las últimas semanas los intereses de muchos con los conflictos de unos cuantos. Nos ha hecho desvariar entre opiniones, preguntas y terquedades. Obligó a miles a gritar defendiendo o insultando a aquello que uno o dos dictan como justo, ecuánime y progresista. Cada uno desde su trinchera se propuso ser el ganador en la más fiera de las batallas de la que nuestro país fue testigo y protagonista.

Al principio, fueron solamente voces que llamaban la atención de pocos, primero; de multitudes, después. Más tarde, se contaban por miles y hasta por millones los que vitoreaban y aplaudían a su respectivo campeón. Poco a poco empezaron a conseguir aliados para lanzarse al campo del combate sin temor alguno a que la tierra quedara tinta en sangre.

Algunos, habían perdido el encuentro mucho antes que éste iniciara. El tiempo fue su peor enemigo y antes de la refriega ya habían abandonado la campiña, quedándose en el olvido o, en el más lamentable de los casos, nunca pudieron salir de la cruel reja que representa el anonimato.

Los días transcurrieron y las calles de las distintas ciudades empezaron a cambiar de color debido a las vestiduras alusivas a la honra del combatiente. Los pendones y estandartes fueron colocados en todas y cada una de las regiones como anunciando que allí era territorio moral de uno que ya se proclamaba como triunfador sin que la guerra hubiera empezado.

Muy pronto los gritos de combate de cada una de las huestes fueron tan ensordecedores que se empezaron a escuchar entre sí mientras más se acercaban los batallones. Con cada paso dado más confusas se volvían las declaratorias que chocaban en el aire antecediendo al zumbido de los ataques que llegarían más tarde. Para aquellos que habían decidido permanecer como espectadores del desafío que estaba por sobrevenirse, sentían en su interior cómo aumentaba la tensión del ambiente, igual que la calma angustiante antes que se percibe antes de que se desate la furia de la tormenta.

Más temprano que tarde tuvo lugar el primer encuentro. El núbil decidió arremeter con toda su fuerza contra el veterano tratando de sacar ventaja al demostrar la contundencia de sus argumentos. Durante el embiste, el adalid queretano trató de sacar sus mejores armas y disparar sin dar tregua.

A esta estrategia se sumaron los tres. Entre ellos una dama que, posteriormente, se declaró fuera de la batalla, dejando solamente a los cuatro caballeros de brillante armadura. Además de los ya mencionados estaba el del norte, que había olvidado su pasado muy similar al de sus rivales y con dedo flamígero amenazaba con mutilar a aquel que decidiera tomar por propio aquello que no le perteneciera y el exfuncionario cuya trayectoria era eclipsada por la oscuridad de su origen.


Por instantes el estruendoso fuego de la metralla detonada se silenciaba. Con el paso de los días, la experiencia nos fue enseñando que ese silencio no era más que el lapso en que se preparaba un nuevo y más fiero ataque de uno contra todos.

Así llegaron la segunda y tercera batalla. No había paz para nadie. Las amenazas dieron paso a los retos a cambio de pruebas y las respuestas fueron amenazantes, primero soltar a un tigre, después invocar al mismísimo “señor de las tinieblas”.

Hoy es distinto. Hoy solo reina el silencio y los contendientes se han retirado a sus cubiles a repasar sus movimientos, a consultar con sus aliados, a sanarse las heridas y a reposar en los brazos de sus esposas e hijos. Se ha dado lo mejor que se tenía, se entregó todo y sin reservas. Se disparó hasta el último cartucho.

En este silencio sepulcral, el humo de la pólvora se desvanece en el aire y asoma un campo desierto, es nuestra conciencia que nos llama a la reflexión, a pensar maduramente a quién le daremos la confianza de dirigir el rumbo de esta nave en la que todos estamos. Esa confianza que no debe ser ciega, porque se convertiría en fe y no se le puede tener fe a los hombres, sino a aquello que está emergido de la divinidad.

Serán unos cuantos días de quietud antes de que suenen los clarines victoriosos en una de las fortalezas. Las fanfarrias se escucharán tan estruendosas como los cañonazos que fueron detonados con anterioridad y una gran parte del pueblo aplaudirá jubilosa el triunfo alcanzado por el hombre por el que se siente representada.

Por el contrario, en otros lares se escucharán las notas macabras de marchas fúnebres que anunciarán la derrota. Algunos la reconocerán y aceptarán, seguramente habrá otros que vociferarán su inconformidad a “los cuatro vientos” y dirán que fueron robados, reclamando que sea limpiada su honra recién mancillada por las triquiñuelas del triunfante, que ha sido cobijado por la autoridad.


La historia, gentil amigo, ya la conocemos y todo indica que se repetirá, sólo cambiarán algunos personajes.

¡Hasta la próxima!

Escríbame a:

licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!

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Y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!