/ miércoles 12 de junio de 2019

Con café y a media luz | Por si fuera poco...

En días pasados comentamos acerca del severo problema sociológico en el que estaba sumido México al haber permitido durante varios meses la entrada de caravanas de migrantes quienes, según dijeron en su momento, buscaban llegar a los Estados Unidos de América.

En repetidas ocasiones, observamos a través de los diferentes medios de comunicación nacional cómo estas agrupaciones se desplazaban tranquilamente por el territorio nacional y, repito, tranquilamente, porque las figuras de autoridad y de prevención delincuencial fueron instruidas para escoltar a las caravanas en lugar de dedicarse al resguardo de la soberanía nacional.

Esta actitud paternalista, con tintes de mansedumbre, alentó el fenómeno social en Centroamérica y, más temprano que tarde, las agrupaciones crecieron en número y el fenómeno tomó el nombre de “conflicto migratorio”. Entonces se empezó a ver como una cuestión sumamente seria.

El problema se acrecentó cuando se blindó la frontera norte y tuvimos que asilar a los miles de latinos que ya no pudieron cruzar la línea que delimita el territorio mexicano y, por otra parte, en el sur, seguían llegando estas caravanas que ahora estaban compuestas por “refugiados”. Curioso que hayan decidido cambiar su apelativo.

Con la amenaza de Donald Trump de aumentar el impuesto arancelario y la subsecuente negociación realizada por el Gobierno de México, aunado a los dos factores que anteriormente describimos, más que una solución, bien pareciera que el problema se ha recrudecido, poniendo a México en un entredicho muy difícil de solucionar.

Para entender este nuevo elemento que ha llegado a la ecuación, desestabilizándola más de lo que ya estaba, debemos partir de la visión empresarial del mandatario estadounidense, el cual, vio en un futuro inmediato, una invasión de latinos que traería consigo los fenómenos de sobrepoblación que ya conocemos y que, todos, en conjunto, se traducen en una fuerte fuga de capital o readecuación de recursos.

Al observar la inacción del aparato gubernamental mexicano usó el arma que tenía más a la mano y, entonces sí, la respuesta fue casi inmediata y se buscó establecer una serie de medidas para controlar el flujo de las caravanas, además de crear un sistema de registro y plantear un límite de asilo y refugio. Todo conforme a las normas internacionales. En otras palabras, México se ha vuelto una especie de aduana de los Estados Unidos o, si se quiere ver así, nuestro país es el muro más grande y ancho que pudo construir la autollamada nación más poderosa del mundo.

¡Pero no nada más eso!

Se dijo que en un lapso de 45 días, los Estados Unidos de América evaluarán el proceder de las autoridades mexicanas y, de no ser satisfactorio, impondrán los aranceles que el día lunes entraron en suspensión por el acuerdo al que se llegó durante el pasado fin de semana. Vale la reflexión. ¡Estamos en periodo de evaluación! ¿Y la soberanía?, ¿Fue un éxito, un empate o una derrota?

Mientras que, por otra parte, un periódico de circulación nacional recogió de fuentes estadounidenses una declaración todavía más preocupante. El gobierno que encabeza Donald Trump supervisará diariamente cómo México le da solución a un problema que debió atender desde hace mucho.

Esto último nos pone a pensar si en un futuro seremos nuevamente aturdidos con mensajes relativos a la imposición arancelaria para cumplir con los deseos de un presidente ajeno o, como plan remedial, cuando no se “haya hecho la tarea” en cualquiera de los renglones que construyen la política internacional. Lo cierto es que ninguna de las dos cosas es enteramente positiva.

Y es que si replicáramos el dicho “El que a dos amos sirve…” nos percataremos de este vericueto en el que acabamos de entrar. Por un lado, atender las demandas de los vecinos que nos obligaron a poner manos a la obra o, de lo contrario, nos pegarían en lo económico. Por otra parte, ser observados por “los ojos del mundo” y de organismos internacionales de derechos humanos y del migrante, en lo particular, por la forma y trato que le demos a aquellos que intenten ingresar a nuestro país de manera ilegal.

Como si eso fuera poco, no olvidar la prioridad que es satisfacer las necesidades de una población que requiere una serie de condiciones como seguridad social, salud, economía estable, empleos mejor remunerados y una muy larga lista de etcéteras. Además, en materia diplomática y de impacto industrial, mantener abiertas las fronteras al producto mexicano y saneadas las relaciones para evitar cuestiones adversas.

Es imperativo que el Gobierno de México, en todos los sentidos, sea para los mexicanos, pues de lo contrario se cumplirá lo que dijo Trump y, de manera indirecta pero inevitable, terminaremos por pagar el muro, pues nuestra nación será la barda en sí mismo. ¡Hasta la próxima!

Y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!

En días pasados comentamos acerca del severo problema sociológico en el que estaba sumido México al haber permitido durante varios meses la entrada de caravanas de migrantes quienes, según dijeron en su momento, buscaban llegar a los Estados Unidos de América.

En repetidas ocasiones, observamos a través de los diferentes medios de comunicación nacional cómo estas agrupaciones se desplazaban tranquilamente por el territorio nacional y, repito, tranquilamente, porque las figuras de autoridad y de prevención delincuencial fueron instruidas para escoltar a las caravanas en lugar de dedicarse al resguardo de la soberanía nacional.

Esta actitud paternalista, con tintes de mansedumbre, alentó el fenómeno social en Centroamérica y, más temprano que tarde, las agrupaciones crecieron en número y el fenómeno tomó el nombre de “conflicto migratorio”. Entonces se empezó a ver como una cuestión sumamente seria.

El problema se acrecentó cuando se blindó la frontera norte y tuvimos que asilar a los miles de latinos que ya no pudieron cruzar la línea que delimita el territorio mexicano y, por otra parte, en el sur, seguían llegando estas caravanas que ahora estaban compuestas por “refugiados”. Curioso que hayan decidido cambiar su apelativo.

Con la amenaza de Donald Trump de aumentar el impuesto arancelario y la subsecuente negociación realizada por el Gobierno de México, aunado a los dos factores que anteriormente describimos, más que una solución, bien pareciera que el problema se ha recrudecido, poniendo a México en un entredicho muy difícil de solucionar.

Para entender este nuevo elemento que ha llegado a la ecuación, desestabilizándola más de lo que ya estaba, debemos partir de la visión empresarial del mandatario estadounidense, el cual, vio en un futuro inmediato, una invasión de latinos que traería consigo los fenómenos de sobrepoblación que ya conocemos y que, todos, en conjunto, se traducen en una fuerte fuga de capital o readecuación de recursos.

Al observar la inacción del aparato gubernamental mexicano usó el arma que tenía más a la mano y, entonces sí, la respuesta fue casi inmediata y se buscó establecer una serie de medidas para controlar el flujo de las caravanas, además de crear un sistema de registro y plantear un límite de asilo y refugio. Todo conforme a las normas internacionales. En otras palabras, México se ha vuelto una especie de aduana de los Estados Unidos o, si se quiere ver así, nuestro país es el muro más grande y ancho que pudo construir la autollamada nación más poderosa del mundo.

¡Pero no nada más eso!

Se dijo que en un lapso de 45 días, los Estados Unidos de América evaluarán el proceder de las autoridades mexicanas y, de no ser satisfactorio, impondrán los aranceles que el día lunes entraron en suspensión por el acuerdo al que se llegó durante el pasado fin de semana. Vale la reflexión. ¡Estamos en periodo de evaluación! ¿Y la soberanía?, ¿Fue un éxito, un empate o una derrota?

Mientras que, por otra parte, un periódico de circulación nacional recogió de fuentes estadounidenses una declaración todavía más preocupante. El gobierno que encabeza Donald Trump supervisará diariamente cómo México le da solución a un problema que debió atender desde hace mucho.

Esto último nos pone a pensar si en un futuro seremos nuevamente aturdidos con mensajes relativos a la imposición arancelaria para cumplir con los deseos de un presidente ajeno o, como plan remedial, cuando no se “haya hecho la tarea” en cualquiera de los renglones que construyen la política internacional. Lo cierto es que ninguna de las dos cosas es enteramente positiva.

Y es que si replicáramos el dicho “El que a dos amos sirve…” nos percataremos de este vericueto en el que acabamos de entrar. Por un lado, atender las demandas de los vecinos que nos obligaron a poner manos a la obra o, de lo contrario, nos pegarían en lo económico. Por otra parte, ser observados por “los ojos del mundo” y de organismos internacionales de derechos humanos y del migrante, en lo particular, por la forma y trato que le demos a aquellos que intenten ingresar a nuestro país de manera ilegal.

Como si eso fuera poco, no olvidar la prioridad que es satisfacer las necesidades de una población que requiere una serie de condiciones como seguridad social, salud, economía estable, empleos mejor remunerados y una muy larga lista de etcéteras. Además, en materia diplomática y de impacto industrial, mantener abiertas las fronteras al producto mexicano y saneadas las relaciones para evitar cuestiones adversas.

Es imperativo que el Gobierno de México, en todos los sentidos, sea para los mexicanos, pues de lo contrario se cumplirá lo que dijo Trump y, de manera indirecta pero inevitable, terminaremos por pagar el muro, pues nuestra nación será la barda en sí mismo. ¡Hasta la próxima!

Y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!