/ miércoles 27 de marzo de 2019

Con café y a media luz | Reflexiones temporales

Roberto Gómez Bolaños, el inmortal “Chespirito”, escribió alguna vez un poema titulado “El ferrocarril iconoclasta”, y reconoció, posteriormente, que estuvo tentado a llamarlo “Berenjenas en do mayor”. Dicha redacción, muy propia del estilo humorístico que manejaba el comediante, era un conjunto de versos octosílabos rapsódicos que, como su nombre lo indica, parecían carecer de sentido e ilación algunos.

A pesar de la sinrazón y la ausencia de sentido de la obra, esta no ocasionó tumultos, marchas, mítines, manifestaciones, exabruptos, caídas de la bolsa, ni algún otro fenómeno que llamase al resquebrajamiento de la estructura social. Es más, podemos decir, que quizá usted, amigo lector, desconocía la existencia de la poesía que le he comentado en el párrafo anterior y ha vivido sumamente tranquilo y feliz todos estos días.

Y no es que yo me intente comparar con este excelso redactor, es más, ni siquiera pienso poner mis entregas en el mismo plano que los guiones emergidos de la maravillosa imaginación de Gómez Bolaños que tanto nutrieron al cine nacional y que persisten hasta nuestros días, pero sí busco ampararme en el mismo cobijo de que una reflexión sobre la percepción individual de la temporalidad no debe ser causa de algún recordatorio familiar de maternal significación.

La historia, debe ser considerada como una línea irrompible de carácter infinito de la cual fuimos, somos y seremos parte en una paradoja de permanente transitoriedad o de una transitoria permanencia, como usted la quiera observar, en otras palabras, nuestro paso en el contexto histórico se verá observado como un instante y nuestros actos darán cuenta de qué tanto cambió ese momento el devenir de unas personas, de una generación, de un país o del mundo entero.

Esta comparativa nos recuerda a aquello que se nombró como “efecto mariposa” y que dicta que el aleteo de uno de estos seres puede desatar, en otro momento y lugar, al más poderoso ciclón que haya existido.

¿Qué tan útil es para el entorno presente el regresar en esa línea temporal?

Pues si es para aprender de los errores del pasado, propios o ajenos, para poder evitarlos en el futuro como experiencia o como ejemplo, el ejercicio, sin duda, es de una valía incuestionable. Permitirá readecuar las decisiones y cambiar el rumbo a tiempo para evitar un descalabro que pudiera tener consecuencias fatales.

¡De hecho por esa razón primigenia es por la que llevamos en nuestra formación académica las materias de historia universal e historia de México!

Tan válido es, como el hecho de conocer el pasado de nuestra familia, municipio, o región, para poder desarrollar el sentido del orgullo por los actos heroicos realizados por los ancestros, amor por la tierra que nos heredaron y sentido de pertenencia para cuidarla, sabedores que, más adelante, será propiedad de nuestros hijos y de los hijos de estos.

¿Qué tan benéfico puede ser el tocar cuestiones de un pasado compartido para que alguien más aclare, constante, defienda, disculpe, sancione o soslaye, los actos de los protagonistas que lo precedieron? Y en esa última pregunta no coloco los verbos “corrija”, “componga”, “arregle”, “solucione” o algo parecido, por una razón fundamental y sencilla que se resume en un pequeño adagio usado por nuestros abuelos: “¡Lo hecho, hecho está!”

La cuestión acrecienta su polémica si nos ponemos a pensar que se ha dejado transcurrir un lapso demasiado amplio que los contextos de tiempo, espacio, nombre y circunstancias han avanzado a tal grado que las metas y objetivos de los protagonistas han cambiado lo suficiente, que mirar atrás cae en la frágil línea que divide el desgaste social y moral con el compromiso por las opiniones vertidas.

Y estará de acuerdo conmigo, gentil amigo que esta mañana tiene en sus manos EL SOL DE TAMPICO, que ninguna de las dos situaciones planteadas arriba son precisamente las mejores por las que un individuo o una sociedad deberían transitar ya que, a fin de cuentas, ambas en mayor o menor medida, tienden al conflicto.

Quizá, incluso, y mirar atrás para observar un aspecto negativo, nos nuble la perspectiva y pasemos por alto todo lo positivo que se detonó de manera posterior y los señalamientos verbales sobre un proceder impropio en un estado del pasado se hayan vuelto parcial o totalmente innecesarios, pues las acciones que fueron subsecuentes son de naturaleza contraria, redimiendo con esto, todo lo acontecido apriorísticamente.

Existirán también las personas, sectores, sociedad o países que consideren que la mejor forma de arreglar el presente propio es motivando al reconocimiento de los errores de un pasado ajeno o, como lo dije antes, compartido.

La razón fundamental para este proceder debería estar basada en una reflexión dicotómica sobre qué tanto va a aportar al presente y al futuro la solicitud realizada, primero; y en caso de que hubiera una respuesta positiva, cómo y cuánto va a aportar a la situación actual, después.

Si la respuesta a ambas preguntas, denota que es innece-saria tanto la solicitud, como la contestación, considero que lo mejor es evitar tocar el tema y continuar con el trabajo que se está realizando pues, poco o mucho, es lo único que extenderá nuestro “instante” en la historia propia y de la de muchos otros.

La mejor opinión la tiene usted, pues no debemos olvidar que, según la perspectiva, en nuestro andar a veces hemos sido protagonistas; en otras ocasiones, víctimas y, en unas más, villanos.

¡Hasta la próxima!

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!


Roberto Gómez Bolaños, el inmortal “Chespirito”, escribió alguna vez un poema titulado “El ferrocarril iconoclasta”, y reconoció, posteriormente, que estuvo tentado a llamarlo “Berenjenas en do mayor”. Dicha redacción, muy propia del estilo humorístico que manejaba el comediante, era un conjunto de versos octosílabos rapsódicos que, como su nombre lo indica, parecían carecer de sentido e ilación algunos.

A pesar de la sinrazón y la ausencia de sentido de la obra, esta no ocasionó tumultos, marchas, mítines, manifestaciones, exabruptos, caídas de la bolsa, ni algún otro fenómeno que llamase al resquebrajamiento de la estructura social. Es más, podemos decir, que quizá usted, amigo lector, desconocía la existencia de la poesía que le he comentado en el párrafo anterior y ha vivido sumamente tranquilo y feliz todos estos días.

Y no es que yo me intente comparar con este excelso redactor, es más, ni siquiera pienso poner mis entregas en el mismo plano que los guiones emergidos de la maravillosa imaginación de Gómez Bolaños que tanto nutrieron al cine nacional y que persisten hasta nuestros días, pero sí busco ampararme en el mismo cobijo de que una reflexión sobre la percepción individual de la temporalidad no debe ser causa de algún recordatorio familiar de maternal significación.

La historia, debe ser considerada como una línea irrompible de carácter infinito de la cual fuimos, somos y seremos parte en una paradoja de permanente transitoriedad o de una transitoria permanencia, como usted la quiera observar, en otras palabras, nuestro paso en el contexto histórico se verá observado como un instante y nuestros actos darán cuenta de qué tanto cambió ese momento el devenir de unas personas, de una generación, de un país o del mundo entero.

Esta comparativa nos recuerda a aquello que se nombró como “efecto mariposa” y que dicta que el aleteo de uno de estos seres puede desatar, en otro momento y lugar, al más poderoso ciclón que haya existido.

¿Qué tan útil es para el entorno presente el regresar en esa línea temporal?

Pues si es para aprender de los errores del pasado, propios o ajenos, para poder evitarlos en el futuro como experiencia o como ejemplo, el ejercicio, sin duda, es de una valía incuestionable. Permitirá readecuar las decisiones y cambiar el rumbo a tiempo para evitar un descalabro que pudiera tener consecuencias fatales.

¡De hecho por esa razón primigenia es por la que llevamos en nuestra formación académica las materias de historia universal e historia de México!

Tan válido es, como el hecho de conocer el pasado de nuestra familia, municipio, o región, para poder desarrollar el sentido del orgullo por los actos heroicos realizados por los ancestros, amor por la tierra que nos heredaron y sentido de pertenencia para cuidarla, sabedores que, más adelante, será propiedad de nuestros hijos y de los hijos de estos.

¿Qué tan benéfico puede ser el tocar cuestiones de un pasado compartido para que alguien más aclare, constante, defienda, disculpe, sancione o soslaye, los actos de los protagonistas que lo precedieron? Y en esa última pregunta no coloco los verbos “corrija”, “componga”, “arregle”, “solucione” o algo parecido, por una razón fundamental y sencilla que se resume en un pequeño adagio usado por nuestros abuelos: “¡Lo hecho, hecho está!”

La cuestión acrecienta su polémica si nos ponemos a pensar que se ha dejado transcurrir un lapso demasiado amplio que los contextos de tiempo, espacio, nombre y circunstancias han avanzado a tal grado que las metas y objetivos de los protagonistas han cambiado lo suficiente, que mirar atrás cae en la frágil línea que divide el desgaste social y moral con el compromiso por las opiniones vertidas.

Y estará de acuerdo conmigo, gentil amigo que esta mañana tiene en sus manos EL SOL DE TAMPICO, que ninguna de las dos situaciones planteadas arriba son precisamente las mejores por las que un individuo o una sociedad deberían transitar ya que, a fin de cuentas, ambas en mayor o menor medida, tienden al conflicto.

Quizá, incluso, y mirar atrás para observar un aspecto negativo, nos nuble la perspectiva y pasemos por alto todo lo positivo que se detonó de manera posterior y los señalamientos verbales sobre un proceder impropio en un estado del pasado se hayan vuelto parcial o totalmente innecesarios, pues las acciones que fueron subsecuentes son de naturaleza contraria, redimiendo con esto, todo lo acontecido apriorísticamente.

Existirán también las personas, sectores, sociedad o países que consideren que la mejor forma de arreglar el presente propio es motivando al reconocimiento de los errores de un pasado ajeno o, como lo dije antes, compartido.

La razón fundamental para este proceder debería estar basada en una reflexión dicotómica sobre qué tanto va a aportar al presente y al futuro la solicitud realizada, primero; y en caso de que hubiera una respuesta positiva, cómo y cuánto va a aportar a la situación actual, después.

Si la respuesta a ambas preguntas, denota que es innece-saria tanto la solicitud, como la contestación, considero que lo mejor es evitar tocar el tema y continuar con el trabajo que se está realizando pues, poco o mucho, es lo único que extenderá nuestro “instante” en la historia propia y de la de muchos otros.

La mejor opinión la tiene usted, pues no debemos olvidar que, según la perspectiva, en nuestro andar a veces hemos sido protagonistas; en otras ocasiones, víctimas y, en unas más, villanos.

¡Hasta la próxima!

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!