/ lunes 15 de abril de 2019

Con café y a media luz | “¿Y la seguridad?”

Antes de iniciar la entrega de este día, gentil amigo lector, es mi obligación para con usted, verter algunas aclaraciones al respecto, pues por ningún motivo y bajo ninguna circunstancia es mi interés el ofenderlo o agraviarlo y mucho menos, hacerle sentir que insulto la inteligencia de alguien con el fin de incrementar o disminuir la credibilidad que usted tenga en torno a mis palabras.

En primer lugar, agradezco los comentarios que me hicieron llegar a mi correo sobre la última columna que puse a su consideración y amable dispensa, en la que hacíamos juntos una reflexión en torno a la administración de nuestro ingreso y de nuestras actitudes y acciones durante estas fiestas destinadas a la reflexión y el recogimiento espiritual para convertirnos en una mejor sociedad.

Por segundo término, hago un público agradecimiento a las dos personas que me buscaron y se acercaron a este servidor para solicitar hacer uso de este espacio y denunciar, desde la perspectiva social, los hechos que vivieron en el transcurso de la semana anterior, en la que, de alguna manera u otra, fueron víctimas de una naciente ola de inseguridad que está viviendo el ciudadano “de a pie”, el común.

Es aquí justo cuando recalco el hecho de la credibilidad que esta columna ha buscado generar, pues no tengo ni permiso ni manera de dar los datos de las personas agraviadas por el temor y la zozobra que deja una situación así, por lo que apelo a la justa confianza que usted me pueda tener, gentil lector, asegurándole que lo que le narraré a continuación es verdad.

Y, por último, debo anticiparle que renglones más adelante escribiré una frase peyorativa con la que no busco ofender a nadie, sin embargo, es la parte medular de una de las quejas y, por tanto, me veo en la obligación de transcribirla tal y como me la narraron para que las autoridades estén al pendiente de lo que ocurre en nuestra zona conurbada.

Resulta que, en días pasados, la hija de un buen amigo caminaba alrededor de las tres de la tarde en la calle Altamira de la zona centro de nuestra ciudad.

Estará usted de acuerdo conmigo en que, sin importar el día, dicha arteria en el primer cuadro está abarrotada de compradores, oferentes, ambulantes, choferes de carros de ruta, alumnos que salen de sus respectivas escuelas y un “mundo” de personas que confluyen allí.

Pues bien, muy cerca de una reconocida farmacia que se encuentra en la calle Aduana, la joven fue abordada por unos individuos que le arrebataron sus pertenencias y, a pesar del forcejeo que ocurrió en esos instantes y de los gritos desesperados de la víctima quien pedía auxilio, los ladrones tuvieron éxito en su cometido y se alejaron caminando del lugar con total tranquilidad y ante la mirada de todos.

El hecho de que los hampones cometan sus fechorías a esas horas y en ese punto, dicta mucho de la libertad que en estos momentos sienten para delinquir sin que haya una repercusión legal para sus actos.

Por otra parte, y lo que considero más grave, no es posible que a pesar de que el hecho ocurrió ante la mirada de tanto ciudadano “honrado”, no haya habido alguien que asistiera a la dama en esos momentos en que le quitaron sus pertenencias y su tranquilidad. Es decir, pareciera que estamos a expensas de la inacción de la sociedad, lo cual resulta lamentable y nada presumible.

La segunda persona que me abordó, me narró un hecho por demás preocupante, pues no se sabe cuál fue la intención del evento y, al igual que en el suceso anterior, ocurre en pleno mediodía, en un lugar sumamente concurrido y a la vista de todos.

Una mujer de la tercera edad acudió al más grande y conocido centro comercial del sur de Tamaulipas que se ubica en la avenida Ejército Mexicano a realizar los abonos correspondientes a sus compras. Salió por la puerta principal que da a la calle que mencioné en el renglón anterior y empezó a caminar con rumbo a la avenida Cuauhtémoc, para, allí tomar un carro de la ruta “Colonias – Centro”.

Después de haber avanzado unos cuantos metros, observó que, recargado en los herrajes que delimitan el estacionamiento se encontraba un joven de aspecto afeminado y al pasar a su lado, éste le dice a la señora: “Adiós perra”.

La dama, al sentirse agredida, apuró el paso temiendo un nuevo ataque verbal o físico.

¿Qué está pasando en nuestra sociedad?, ¿Qué nos ocurre que pareciera que el acto delictivo ahora es algo completamente normal?, ¿Qué están haciendo las autoridades?, ¿Cuál es la imagen que estamos dando a los visitantes que se supone cuidamos porque vienen a dejar su dinero a nuestra zona?

Lo más preocupante, gentil amigo, es que esos dos detalles no son el problema mayúsculo, son simplemente síntomas de un mal más grande que se debe tratar con prontitud por nuestras autoridades o caeremos en las circunstancias en las que se mueven las grandes ciudades como la capital del país, Guadalajara o Monterrey en la que los asaltos de todo tipo están a la orden del día.

¡Hasta la próxima!

Antes de iniciar la entrega de este día, gentil amigo lector, es mi obligación para con usted, verter algunas aclaraciones al respecto, pues por ningún motivo y bajo ninguna circunstancia es mi interés el ofenderlo o agraviarlo y mucho menos, hacerle sentir que insulto la inteligencia de alguien con el fin de incrementar o disminuir la credibilidad que usted tenga en torno a mis palabras.

En primer lugar, agradezco los comentarios que me hicieron llegar a mi correo sobre la última columna que puse a su consideración y amable dispensa, en la que hacíamos juntos una reflexión en torno a la administración de nuestro ingreso y de nuestras actitudes y acciones durante estas fiestas destinadas a la reflexión y el recogimiento espiritual para convertirnos en una mejor sociedad.

Por segundo término, hago un público agradecimiento a las dos personas que me buscaron y se acercaron a este servidor para solicitar hacer uso de este espacio y denunciar, desde la perspectiva social, los hechos que vivieron en el transcurso de la semana anterior, en la que, de alguna manera u otra, fueron víctimas de una naciente ola de inseguridad que está viviendo el ciudadano “de a pie”, el común.

Es aquí justo cuando recalco el hecho de la credibilidad que esta columna ha buscado generar, pues no tengo ni permiso ni manera de dar los datos de las personas agraviadas por el temor y la zozobra que deja una situación así, por lo que apelo a la justa confianza que usted me pueda tener, gentil lector, asegurándole que lo que le narraré a continuación es verdad.

Y, por último, debo anticiparle que renglones más adelante escribiré una frase peyorativa con la que no busco ofender a nadie, sin embargo, es la parte medular de una de las quejas y, por tanto, me veo en la obligación de transcribirla tal y como me la narraron para que las autoridades estén al pendiente de lo que ocurre en nuestra zona conurbada.

Resulta que, en días pasados, la hija de un buen amigo caminaba alrededor de las tres de la tarde en la calle Altamira de la zona centro de nuestra ciudad.

Estará usted de acuerdo conmigo en que, sin importar el día, dicha arteria en el primer cuadro está abarrotada de compradores, oferentes, ambulantes, choferes de carros de ruta, alumnos que salen de sus respectivas escuelas y un “mundo” de personas que confluyen allí.

Pues bien, muy cerca de una reconocida farmacia que se encuentra en la calle Aduana, la joven fue abordada por unos individuos que le arrebataron sus pertenencias y, a pesar del forcejeo que ocurrió en esos instantes y de los gritos desesperados de la víctima quien pedía auxilio, los ladrones tuvieron éxito en su cometido y se alejaron caminando del lugar con total tranquilidad y ante la mirada de todos.

El hecho de que los hampones cometan sus fechorías a esas horas y en ese punto, dicta mucho de la libertad que en estos momentos sienten para delinquir sin que haya una repercusión legal para sus actos.

Por otra parte, y lo que considero más grave, no es posible que a pesar de que el hecho ocurrió ante la mirada de tanto ciudadano “honrado”, no haya habido alguien que asistiera a la dama en esos momentos en que le quitaron sus pertenencias y su tranquilidad. Es decir, pareciera que estamos a expensas de la inacción de la sociedad, lo cual resulta lamentable y nada presumible.

La segunda persona que me abordó, me narró un hecho por demás preocupante, pues no se sabe cuál fue la intención del evento y, al igual que en el suceso anterior, ocurre en pleno mediodía, en un lugar sumamente concurrido y a la vista de todos.

Una mujer de la tercera edad acudió al más grande y conocido centro comercial del sur de Tamaulipas que se ubica en la avenida Ejército Mexicano a realizar los abonos correspondientes a sus compras. Salió por la puerta principal que da a la calle que mencioné en el renglón anterior y empezó a caminar con rumbo a la avenida Cuauhtémoc, para, allí tomar un carro de la ruta “Colonias – Centro”.

Después de haber avanzado unos cuantos metros, observó que, recargado en los herrajes que delimitan el estacionamiento se encontraba un joven de aspecto afeminado y al pasar a su lado, éste le dice a la señora: “Adiós perra”.

La dama, al sentirse agredida, apuró el paso temiendo un nuevo ataque verbal o físico.

¿Qué está pasando en nuestra sociedad?, ¿Qué nos ocurre que pareciera que el acto delictivo ahora es algo completamente normal?, ¿Qué están haciendo las autoridades?, ¿Cuál es la imagen que estamos dando a los visitantes que se supone cuidamos porque vienen a dejar su dinero a nuestra zona?

Lo más preocupante, gentil amigo, es que esos dos detalles no son el problema mayúsculo, son simplemente síntomas de un mal más grande que se debe tratar con prontitud por nuestras autoridades o caeremos en las circunstancias en las que se mueven las grandes ciudades como la capital del país, Guadalajara o Monterrey en la que los asaltos de todo tipo están a la orden del día.

¡Hasta la próxima!