/ martes 18 de abril de 2017

Artista cubano que pone diversidad a los muros de la Habana

Hace tres años, Yulier P. estampó en unos muros de La Habanaunos conejos de orejas torcidas de casi dos metros de alto y sinmás que las líneas negras del contorno. Ahora no hay zona, desdela playa hasta las esquinas medio derrumbadas del centrohistórico, que no tenga alguno de sus gigantescos dibujos.

En una ciudad donde la mayoría de los carteles y murales estándedicados a eslóganes políticos o figuras de la revolución, esteartista callejero de 27 años se destaca por sus personajesfantasmales, como salidos de algún sueño angustiante otriste.

Enormes figuras de bocas negras de dos metros que parecen salirde fondos oscuros, líneas que trazan rostros espectrales y lasmás de las veces con la mirada baja, cuerpos de mujeres que seentremezclan o una sencilla flor en las manos de un niño. Lasimágenes aparecieron repentinamente en la ciudad como hongosdespués de la tormenta.

Los muros sobre los que trabaja son rugosos, descascarados, condecenas de capas de pintura superpuestas en edificios o casas queparecen a punto de desmoronarse o solares abandonados en una ciudadcon serios problemas de mantenimiento.

“Para mí es importante que el artista urbano se expreselibremente, que no sea condicionado por nadie, ni una galería, niun gobierno”, dijo a The Associated Press el creador, cuyo nombrecompleto es Yulier Rodríguez Pérez.

Nacido en la provincia central de Camagüey intentó variasveces avanzar en educación artística dentro del ámbitoacadémico hasta que desistió y terminó por formarse un poco comoautodidacta y otro con maestros locales, experimentando en tallerescomunitarios y en las paredes.

“El artista urbano cuestiona la sociedad y la política, lasrealidades que se viven en las calles”, comentó Yulier P., paraquien es importante explorar temas como la tristeza o lafrustración de su Cuba, más allá de la imagen de inagotabledespreocupación que suele venderse a los turistas.

“Cada obra es como un libro de cuentos que quiere contarhistorias: de un desvalido o de alguien que tiene hambre o de quienquiere expresarse y no puede”, dijo. “¿La felicidad? Se ladejo a los salseros”. Sus acciones son rápidas: un mural puedellevarle unos 40 minutos.

Pero como no cuenta con aval oficial su arte ya le trajo algunosproblemas y aunque la Policía uniformada jamás interfirió en sutrabajo ni defendió algunos murales del vandalismo, la Seguridaddel Estado -especializada en temas más políticos- lo citó dosveces para que explicara qué estaba haciendo.

“No es que esté en contra de un sistema, estoy a favor de lagente y que el sistema funcione a favor de la gente”, protestóel artista ante las autoridades, según dijo a la AP. “Lobueno... y lo malo son partes de la verdad”.

Yulier P. no tiene un catálogo detallado de su trabajo en losmuros de la ciudad -también hay algunos pocos en las provincias deMatanzas o Mayabeque-, pero según recordó realizó más de 150pinturas en estos tres últimos años. Muchas, no obstante, suelenser tapadas, repintadas o se pierden.

Pese a que Cuba tiene un sólido prestigio en la plástica y hayun auge de coleccionistas en los circuitos internacionales quepagan miles de dólares por una obra de caballete de pintores comoManuel Mendive, Roberto Fabelo o Nelson Domínguez, el arte urbanoestá poco desarrollado.

Las paredes de la isla suelen lucir enormes murales políticosde corte revolucionarios con consignas de apoyo a Fidel o RaúlCastro o mensajes de organizaciones sociales, que van desde lasfrases del héroe independentista José Martí hasta lasexhortaciones a favor de la igualdad de género.

Los vecinos ven con buenos ojos las singularesfiguras.

“Es un estilo nuevo para mí, la gente lo disfruta en loslugares más inhóspitos”, dijo a la AP Osmel Ochoa, un vecino de40 años del barrio popular de Belén, en una de las partes másdeterioradas de La Habana Vieja.

“Deberían estar por todos lados”, señaló parado junto auna figura antropomórfica que iba desarrollándose ante sus ojosde la mano del artista, poco después de que Yulier P. con unosguantes manchados con pintura y una brocha la emprendiera contra lapared del fondo de un derrumbe convertido en parque.

Mientras el artista trabajaba el bullicio de La Habana era elnormal: señoras paseando con sus carritos, bicitaxis transportandotranseúntes y vecinos asomándose por los balcones llenos de ropatendida.

¿Y qué representan para alguien como Ochoa las obras de YulierP.? “Esperanza”, dijo. “Somos una sociedad muy luchadora, apesar de los problemas que tenemos somos capaces de saliradelante”.

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Hace tres años, Yulier P. estampó en unos muros de La Habanaunos conejos de orejas torcidas de casi dos metros de alto y sinmás que las líneas negras del contorno. Ahora no hay zona, desdela playa hasta las esquinas medio derrumbadas del centrohistórico, que no tenga alguno de sus gigantescos dibujos.

En una ciudad donde la mayoría de los carteles y murales estándedicados a eslóganes políticos o figuras de la revolución, esteartista callejero de 27 años se destaca por sus personajesfantasmales, como salidos de algún sueño angustiante otriste.

Enormes figuras de bocas negras de dos metros que parecen salirde fondos oscuros, líneas que trazan rostros espectrales y lasmás de las veces con la mirada baja, cuerpos de mujeres que seentremezclan o una sencilla flor en las manos de un niño. Lasimágenes aparecieron repentinamente en la ciudad como hongosdespués de la tormenta.

Los muros sobre los que trabaja son rugosos, descascarados, condecenas de capas de pintura superpuestas en edificios o casas queparecen a punto de desmoronarse o solares abandonados en una ciudadcon serios problemas de mantenimiento.

“Para mí es importante que el artista urbano se expreselibremente, que no sea condicionado por nadie, ni una galería, niun gobierno”, dijo a The Associated Press el creador, cuyo nombrecompleto es Yulier Rodríguez Pérez.

Nacido en la provincia central de Camagüey intentó variasveces avanzar en educación artística dentro del ámbitoacadémico hasta que desistió y terminó por formarse un poco comoautodidacta y otro con maestros locales, experimentando en tallerescomunitarios y en las paredes.

“El artista urbano cuestiona la sociedad y la política, lasrealidades que se viven en las calles”, comentó Yulier P., paraquien es importante explorar temas como la tristeza o lafrustración de su Cuba, más allá de la imagen de inagotabledespreocupación que suele venderse a los turistas.

“Cada obra es como un libro de cuentos que quiere contarhistorias: de un desvalido o de alguien que tiene hambre o de quienquiere expresarse y no puede”, dijo. “¿La felicidad? Se ladejo a los salseros”. Sus acciones son rápidas: un mural puedellevarle unos 40 minutos.

Pero como no cuenta con aval oficial su arte ya le trajo algunosproblemas y aunque la Policía uniformada jamás interfirió en sutrabajo ni defendió algunos murales del vandalismo, la Seguridaddel Estado -especializada en temas más políticos- lo citó dosveces para que explicara qué estaba haciendo.

“No es que esté en contra de un sistema, estoy a favor de lagente y que el sistema funcione a favor de la gente”, protestóel artista ante las autoridades, según dijo a la AP. “Lobueno... y lo malo son partes de la verdad”.

Yulier P. no tiene un catálogo detallado de su trabajo en losmuros de la ciudad -también hay algunos pocos en las provincias deMatanzas o Mayabeque-, pero según recordó realizó más de 150pinturas en estos tres últimos años. Muchas, no obstante, suelenser tapadas, repintadas o se pierden.

Pese a que Cuba tiene un sólido prestigio en la plástica y hayun auge de coleccionistas en los circuitos internacionales quepagan miles de dólares por una obra de caballete de pintores comoManuel Mendive, Roberto Fabelo o Nelson Domínguez, el arte urbanoestá poco desarrollado.

Las paredes de la isla suelen lucir enormes murales políticosde corte revolucionarios con consignas de apoyo a Fidel o RaúlCastro o mensajes de organizaciones sociales, que van desde lasfrases del héroe independentista José Martí hasta lasexhortaciones a favor de la igualdad de género.

Los vecinos ven con buenos ojos las singularesfiguras.

“Es un estilo nuevo para mí, la gente lo disfruta en loslugares más inhóspitos”, dijo a la AP Osmel Ochoa, un vecino de40 años del barrio popular de Belén, en una de las partes másdeterioradas de La Habana Vieja.

“Deberían estar por todos lados”, señaló parado junto auna figura antropomórfica que iba desarrollándose ante sus ojosde la mano del artista, poco después de que Yulier P. con unosguantes manchados con pintura y una brocha la emprendiera contra lapared del fondo de un derrumbe convertido en parque.

Mientras el artista trabajaba el bullicio de La Habana era elnormal: señoras paseando con sus carritos, bicitaxis transportandotranseúntes y vecinos asomándose por los balcones llenos de ropatendida.

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