/ sábado 4 de marzo de 2017

Roberta Trinidad, feliz de ser mujer e indígena

Su cara de niña y mirada tímida resplandece junto a las lilas,coronas de cristo, rosales y flores del desierto que comercializaen el crucero de las calles Madero y Olmos, en pleno corazón deTampico. Desde temprana hora, Roberta Trinidad Flores coloca supequeño carrito en el mismo lugar para ofrecer la mercancía quesu padre adquiere en viveros del estado de Puebla.

De estatura pequeña y con la vestimenta propia de su etniamacehuale o nahua, de la comunidad de Ixhuatlancillo, en la zonamontañosa de la parte central de Veracruz, Roberta se declaradichosa de ser mujer, aunque asegura que a pesar de los avances dela tecnología y la modernidad, en México para las indígenas ladiscriminación suele ser doble.

Apenas ha cumplido veinte años pero ya es madre de dos niños,de cuatro años y tres meses de edad, y establece que esa es ladiferencia que Dios ha hecho con las mujeres, a las que habendecido con la maternidad.

Con el ejemplo de su padre, desde los 9 años se dedica a laventa de flores, y desde ese tiempo acompaña a su familia, ahoracon su esposo e hijos, para comerciar las plantas ornamentales endistintas épocas del año en este puerto.

Le hubiera gustado seguir estudiando, pero apenas concluyó laeducación primaria porque su papá no tenía para más, pues en sucomunidad son muy pobres y hay limitaciones de crecimientoeconómico.

Sin embargo, dice con tristeza que sufre la discriminación ensu propia tierra y trabajar en una empresa hubiera sido casiimposible porque los mexicanos vemos con desdén a nuestra propiagente, sobre todo si pertenecen a alguna etnia como ella.

Su dialecto es el náhuatl y le gusta hablarlo. Se sienteorgullosa de ser mujer e indígena, aunque eso conlleve una doblesegregación, que no solo ocurre es su pueblo, sino también en lasciudades.

El trayecto entre su comunidad, en la zona de las grandesmontañas del estado de Veracruz, es largo, y junto a su familiadebe viajar más de 600 kilómetros a bordo de un autobús paracomerciar las plantas, que son adquiridas en viveros poblanos.

Su hablar es cohibido y un tanto desconfiado, pero responde quele gusta lo que hace y le gustaría que sus hijos tuvieran unapercepción distinta de las mujeres.

Trabaja en el lugar, junto a su joven hermano, quien mira conrecelo la entrevista.

Pero para Roberta la tecnología no pasa de largo y mientrasvende sus flores utiliza su teléfono celular para hablar endialecto con sus familiares, explicando que ha sido entrevistada;luego señala que aunque sea muy joven sus sueños son difícilesde alcanzar, aunque le gusta decorar su carrito con plantasmulticolores para vender.

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De estatura pequeña y con la vestimenta propia de su etniamacehuale o nahua, de la comunidad de Ixhuatlancillo, en la zonamontañosa de la parte central de Veracruz, Roberta se declaradichosa de ser mujer, aunque asegura que a pesar de los avances dela tecnología y la modernidad, en México para las indígenas ladiscriminación suele ser doble.

Apenas ha cumplido veinte años pero ya es madre de dos niños,de cuatro años y tres meses de edad, y establece que esa es ladiferencia que Dios ha hecho con las mujeres, a las que habendecido con la maternidad.

Con el ejemplo de su padre, desde los 9 años se dedica a laventa de flores, y desde ese tiempo acompaña a su familia, ahoracon su esposo e hijos, para comerciar las plantas ornamentales endistintas épocas del año en este puerto.

Le hubiera gustado seguir estudiando, pero apenas concluyó laeducación primaria porque su papá no tenía para más, pues en sucomunidad son muy pobres y hay limitaciones de crecimientoeconómico.

Sin embargo, dice con tristeza que sufre la discriminación ensu propia tierra y trabajar en una empresa hubiera sido casiimposible porque los mexicanos vemos con desdén a nuestra propiagente, sobre todo si pertenecen a alguna etnia como ella.

Su dialecto es el náhuatl y le gusta hablarlo. Se sienteorgullosa de ser mujer e indígena, aunque eso conlleve una doblesegregación, que no solo ocurre es su pueblo, sino también en lasciudades.

El trayecto entre su comunidad, en la zona de las grandesmontañas del estado de Veracruz, es largo, y junto a su familiadebe viajar más de 600 kilómetros a bordo de un autobús paracomerciar las plantas, que son adquiridas en viveros poblanos.

Su hablar es cohibido y un tanto desconfiado, pero responde quele gusta lo que hace y le gustaría que sus hijos tuvieran unapercepción distinta de las mujeres.

Trabaja en el lugar, junto a su joven hermano, quien mira conrecelo la entrevista.

Pero para Roberta la tecnología no pasa de largo y mientrasvende sus flores utiliza su teléfono celular para hablar endialecto con sus familiares, explicando que ha sido entrevistada;luego señala que aunque sea muy joven sus sueños son difícilesde alcanzar, aunque le gusta decorar su carrito con plantasmulticolores para vender.

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