/ jueves 12 de abril de 2018

¿Justicia o venganza?

Ser la menor de cinco hermanas tiene sus ventajas, como hacer travesuras estando al cuidado de ellas y que mamá las regañe por tu travesura por no estar al pendiente de ti, o bien en alguna disputa por una muñeca mamá siempre te dará la razón bajo la premisa de que eres la menor.

Indudablemente cuando mamá me daba la razón y mis hermanas lo consideraban injusto se lo hacían ver y si ella no cambiaba de decisión, mis hermanas buscaban la manera de vengarse de mí asustándome o dejándome sola en la habitación a oscuras, lo que sabían me daba miedo. Para ellas, desde su punto de vista esto era justicia, pero para para mí era simple y llana venganza.

Aunque lejos quedó la Ley del Talión, algo hace falta en nuestro sistema judicial que aún nos queda a deber, pues si bien es cierto que al menos se siente alivio al saber que un victimario ha sido aprehendido y sentenciado, queda un resabio de insatisfacción aunado al sentimiento de dolor y frustración cuando a nuestro parecer el dictamen judicial no es el esperado, sentimientos que no pueden ser satisfechos a pesar de la aplicación de la ley.

En un Estado de Derecho como es el nuestro, el acatamiento irrestricto de la ley apacigua el fuego interno y el clamor popular; sin embargo, quedan preguntas en el aire: ¿Qué pasa si ni aplicando la ley se satisface esa necesidad de justicia? ¿qué queda cuando se han agotado los satisfactores de justicia que otorga nuestro sistema judicial?

Si nuestro criterio de justicia no es satisfecho a cabalidad resurge el deseo ancestral de aplicar la Ley del Talión, que se considera un principio jurídico de justicia retributiva, ya que en el interior de nosotros aún prevalece esa ley que nos grita que debemos cobrar ojo por ojo y diente por diente.

El Derecho se instituyó para resolver conflictos, pero claro está no siempre se puede satisfacer a las dos partes que establecen la litis, ¿Cómo hacer entonces para encontrar esa satisfacción tan necesaria? Quedan dos caminos que son la resignación y la religión, es cuando el hombre busca una razón y es que la lógica de nuestro entendimiento nos orilla forzosamente a encuadrar y justificar todo y si eso no sucede surge nuestro deseo de vengarnos y buscamos un culpable que muchas veces no es la persona que nos dañó, pues como dicen en mi pueblo: “Ya no busco quién me la hizo sino quién me la pague” y es aquí donde el hombre que antes fue víctima se convierte a su vez en victimario.

Esto se debe a que a la hora de justificar nuestro actuar utilizamos nuestro propio criterio moral, lo cual es perfectamente comprensible dada nuestra naturaleza, pero esperamos a que la ley se ciña a nuestro criterio, sin percatarnos que aunque así fuera, aunque la ley se ciñera a nuestro criterio moral, siempre habrá una contraparte que no quede satisfecha con el resultado y que no descansará hasta obtener lo que ella considera justicia, porque al igual que los demás, la contraparte también es humana y, por ende, considera como justa su forma de pensar y su criterio. Es por ello que la ley debe aplicarse considerando los hechos y no de manera subjetiva.

El Derecho debe aplicarse irrestricta e imparcialmente para, tal como lo preceptuó Ulpiano, dar a cada quien lo que le corresponde, porque ese es el telos del Derecho sin que esto tenga necesariamente que coincidir con nuestro criterio personal de lo que consideramos como justo.

Ser la menor de cinco hermanas tiene sus ventajas, como hacer travesuras estando al cuidado de ellas y que mamá las regañe por tu travesura por no estar al pendiente de ti, o bien en alguna disputa por una muñeca mamá siempre te dará la razón bajo la premisa de que eres la menor.

Indudablemente cuando mamá me daba la razón y mis hermanas lo consideraban injusto se lo hacían ver y si ella no cambiaba de decisión, mis hermanas buscaban la manera de vengarse de mí asustándome o dejándome sola en la habitación a oscuras, lo que sabían me daba miedo. Para ellas, desde su punto de vista esto era justicia, pero para para mí era simple y llana venganza.

Aunque lejos quedó la Ley del Talión, algo hace falta en nuestro sistema judicial que aún nos queda a deber, pues si bien es cierto que al menos se siente alivio al saber que un victimario ha sido aprehendido y sentenciado, queda un resabio de insatisfacción aunado al sentimiento de dolor y frustración cuando a nuestro parecer el dictamen judicial no es el esperado, sentimientos que no pueden ser satisfechos a pesar de la aplicación de la ley.

En un Estado de Derecho como es el nuestro, el acatamiento irrestricto de la ley apacigua el fuego interno y el clamor popular; sin embargo, quedan preguntas en el aire: ¿Qué pasa si ni aplicando la ley se satisface esa necesidad de justicia? ¿qué queda cuando se han agotado los satisfactores de justicia que otorga nuestro sistema judicial?

Si nuestro criterio de justicia no es satisfecho a cabalidad resurge el deseo ancestral de aplicar la Ley del Talión, que se considera un principio jurídico de justicia retributiva, ya que en el interior de nosotros aún prevalece esa ley que nos grita que debemos cobrar ojo por ojo y diente por diente.

El Derecho se instituyó para resolver conflictos, pero claro está no siempre se puede satisfacer a las dos partes que establecen la litis, ¿Cómo hacer entonces para encontrar esa satisfacción tan necesaria? Quedan dos caminos que son la resignación y la religión, es cuando el hombre busca una razón y es que la lógica de nuestro entendimiento nos orilla forzosamente a encuadrar y justificar todo y si eso no sucede surge nuestro deseo de vengarnos y buscamos un culpable que muchas veces no es la persona que nos dañó, pues como dicen en mi pueblo: “Ya no busco quién me la hizo sino quién me la pague” y es aquí donde el hombre que antes fue víctima se convierte a su vez en victimario.

Esto se debe a que a la hora de justificar nuestro actuar utilizamos nuestro propio criterio moral, lo cual es perfectamente comprensible dada nuestra naturaleza, pero esperamos a que la ley se ciña a nuestro criterio, sin percatarnos que aunque así fuera, aunque la ley se ciñera a nuestro criterio moral, siempre habrá una contraparte que no quede satisfecha con el resultado y que no descansará hasta obtener lo que ella considera justicia, porque al igual que los demás, la contraparte también es humana y, por ende, considera como justa su forma de pensar y su criterio. Es por ello que la ley debe aplicarse considerando los hechos y no de manera subjetiva.

El Derecho debe aplicarse irrestricta e imparcialmente para, tal como lo preceptuó Ulpiano, dar a cada quien lo que le corresponde, porque ese es el telos del Derecho sin que esto tenga necesariamente que coincidir con nuestro criterio personal de lo que consideramos como justo.

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