Su nombre era David Vetter, nació el 21 de septiembre de 1971, era el tercer hijo de una joven pareja de Houston, Texas. Aunque su nombre no es tan popular, su historia sí lo es. Conocido como “el niño-burbuja”, Vetter vivió durante 12 años aislado en una cámara de plástico, debido a que carecía de un sistema inmune que lo protegiera del mundo exterior.
De acuerdo a la Facultad de Medicina de Stanford el sistema inmunológico está “formado por un conjunto vital y complejo de células y órganos que protegen al cuerpo contra las infecciones”. La “inmunodeficiencia combinada grave” es una anomalía hereditaria, el cuerpo de quien la padece está desprovisto de defensas contra todo tipo de virus, hongos y bacterias.
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Toda una vida aislado del mundo
Gracias a la nota “La vida en una burbuja” de Edgar Gustavo Ramos Martínez e Iván Emmanuel Ramos Martínez, publicada por la revista de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM), sabemos gran parte de la siguiente información:
Cuando en 1971, David Jr. y Carol Ann se enteraron de que darían a luz a David, después de la felicidad inicial vinieron las dudas. Mientras la primogénita de la familia, Katherine, llegó al mundo sin mayor contratiempo; el segundo hijo de la pareja falleció a los siete meses tras ser diagnosticado con “inmunodeficiencia combinada grave (IDCG)”.
Posterior al alumbramiento, los estudios confirmaron que David Vetter también padecía IDCG. Tratando de evitar la muerte prematura del bebé, el equipo de doctores, en conjunto con sus padres, decidieron “aislarlo” del mundo, construyendo una burbuja donde el niño viviría.
La solución se planteó como una medida temporal, pero Vetter permaneció 12 años dentro de la cámara de plástico. La cual solo abandonó en contadas ocasiones, vestido con un traje hermético construido por la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio de Estados Unidos (NASA, por sus siglas originales) en 1977.
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La solución se convierte en un problema
Aunque la cámara de plástico de Vetter lo protegía contra enfermedades, también le impedía el contacto con el mundo exterior. El niño solo era capaz de “tocar” a otros seres vivos a través de un par de guantes colocados dentro de la burbuja estéril.
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Con el tiempo, la estabilidad mental de David comenzó a decaer, presentando niveles elevados de ansiedad, estrés y depresión. Ante el declive en la calidad de vida, se decidió someter al niño a una operación de trasplante de médula. De la cual no lograría recuperarse, puesto que el tejido donado contenía el virus de Epstein-Barr (presente en el 90 % de los humanos).
La historia de la vida de Vetter encerrado en una burbuja esterilizada continúa despertando debates éticos, médicos, legales y filosóficos. Algunas instituciones consideran que, además de paciente, David se convirtió en sujeto de estudio, por tanto, muchos detalles de su historial clínico, aunado a pormenores de su vida privada permanecen reservados al público.
Se comenta que, en una ocasión, los índices de estrés de Vetter llegaron a tal punto que hizo agujeros en la cámara esterilizada para lograr salir. Objetivo que no logró. En teoría después de ese episodio, comenzó a presentar pesadillas donde los gérmenes lo perseguían.
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Poco antes de fallecer en el hospital, a los 12 años de edad, debido a la falta de un sistema inmune, David Vetter conocido como “el niño burbuja”, tuvo contacto por única vez con su mamá.