/ sábado 12 de junio de 2021

Ambiente y desarrollo | Los desastres no son naturales

Es irónico culpar a la naturaleza de nuestras calamidades, cuando nosotros somos quienes hemos agraviado a la misma y las sufrimos fingiendo demencia.

El razonamiento y la memoria han sido las razones principales que nos han distinguido de las demás especies en la tierra y en muchos aspectos quizás en todo, somos la especie dominante.

Desde que construimos nuestras primeras herramientas y grabamos en jeroglíficos nuestra historia, hemos evolucionado de “animales a dioses” como lo describe magistralmente en su libro del mismo nombre Yuval Noah Harari; Él relata, como el pensamiento humano respecto a su apreciación de la naturaleza pasa del miedo al asombro y al entendimiento de sus procesos para lograr reconocer principios y leyes que precisan su comportamiento.

Sin embargo, resulta contradictorio que el hombre, a través de muchos años de acumular conocimientos y desarrollos tecnológicos, ha podido descifrar leyes de comportamiento de naturaleza no para respetarlas sino por control y manipulación y en casos críticos y comunes, el violar todos los principios que nosotros mismos reconocimos.

Así entonces, hemos logrado establecer grandes complejos de desarrollo urbano e industrial a costa de la destrucción de ecosistemas vitales que existían en los sitios donde fueron emplazados.

Nos llevó más de 6,500 años pasar de inventar la rueda en Mesopotamia hasta la construcción del primer automotor, pero tan sólo nos ha llevado 150 años deforestar casi el 40% del territorio mundial tropical.

La deforestación para obtener productos maderables, la agricultura y ganadería, son quizás las actividades humanas que mayor impacto han tenido en el balance hidrológico a todos los niveles de cuencas. Y, sin duda, la emisión de gases de efecto invernadero productos de la combustión de combustibles fósiles son los responsables de los cambios climáticos globales.

Pero, pareciera que cuando enfrentamos las respuestas de la naturaleza a la alteración de sus balances y equilibrios ecológicos, nos sorprendemos y culpamos de los desastres ocurridos, aún de aquellos que pareciera que sobrepasa todas nuestras capacidades de defensa como ocurrió con el tsunami de Japón en el año 2011, que a pesar de tener infraestructura de protección contra estos fenómenos, comunes en su región, no fueron suficientes para protegerlos y lo denominamos entonces un desastre natural. El tsunami no habría forma de evitarlo, pero si se pudiera haber evitado poblar una zona costera con este riesgo.

Si nos exigimos un poco más y reflexionamos bien los hechos ante lo que llamamos “desastres naturales” nos daríamos cuenta de un factor común en las causales y que son siempre alteraciones a los procesos naturales producto de las actividades antropogénicas y muy pocas veces a causa de la naturaleza.

Podemos nombrar a muchos eventos denominados “desastres naturales” como son: terremotos, inundaciones, deslaves, erupciones volcánicas, maremotos, tornados, huracanes, avalanchas, hundimientos entre otros.

Pero, por ejemplo, un huracán o ciclón, es un fenómeno físico que puede ser perfectamente explicado por las leyes de la Termodinámica y el papel que juega en los procesos hidrológicos de los ecosistemas costeros, están extremadamente ligados con su balance hidrológico y renovación de especies. Sin embargo, cuando nos ponemos en su camino, se convierte para nosotros (la sociedad) en un desastre natural, sobre todo, si su categoría es mayor a 5 en la escala de Saffir Simpson.

Los desastres no son naturales; la naturaleza en balance y en equilibrio, no activa procesos extraordinarios sino es para recuperar su equilibrio o balance que algún evento alteró; y, el hombre hoy es responsable de muchas de las alteraciones que sufre la naturaleza.

Nos asombra y molesta cuando una zona urbana se inunda, pero en muchas ocasiones estas zonas se edificaron en causes y márgenes de cuerpos de agua que fueron rellenados y que “naturalmente” se inundaban antes de estar las obras ahí; No sé porque nos sorprende, dicen que el “agua tiene memoria” y Yo lo complementaría con esto: “y el hombre pareciera que la está perdiendo”.

No sería justo reconocer que existen eventos naturales que sí han ocasionado daños inevitables al hombre y su infraestructura como son las erupciones volcánicas y terremotos; pero aún estos eventos nos han dejado lecciones que deberíamos asimilar para minimizar efectos en lo futuro, pero hemos sistemáticamente desestimado estas valiosas lecciones de vida que nos brinda la naturaleza.

La naturaleza nos ha enseñado que nada en ella es casualidad, cada especie, cada elemento se enlazan e interactúan en un complejo y delicado equilibrio que son vitales para su subsistencia y que son vulnerables cuando se rebasa su resiliencia, es decir, su capacidad de recuperación ante un desequilibrio.

Debemos ser más responsables y respetuosos con la naturaleza para no llamar “desastre” a nuestros encuentros con ella.

Es irónico culpar a la naturaleza de nuestras calamidades, cuando nosotros somos quienes hemos agraviado a la misma y las sufrimos fingiendo demencia.

El razonamiento y la memoria han sido las razones principales que nos han distinguido de las demás especies en la tierra y en muchos aspectos quizás en todo, somos la especie dominante.

Desde que construimos nuestras primeras herramientas y grabamos en jeroglíficos nuestra historia, hemos evolucionado de “animales a dioses” como lo describe magistralmente en su libro del mismo nombre Yuval Noah Harari; Él relata, como el pensamiento humano respecto a su apreciación de la naturaleza pasa del miedo al asombro y al entendimiento de sus procesos para lograr reconocer principios y leyes que precisan su comportamiento.

Sin embargo, resulta contradictorio que el hombre, a través de muchos años de acumular conocimientos y desarrollos tecnológicos, ha podido descifrar leyes de comportamiento de naturaleza no para respetarlas sino por control y manipulación y en casos críticos y comunes, el violar todos los principios que nosotros mismos reconocimos.

Así entonces, hemos logrado establecer grandes complejos de desarrollo urbano e industrial a costa de la destrucción de ecosistemas vitales que existían en los sitios donde fueron emplazados.

Nos llevó más de 6,500 años pasar de inventar la rueda en Mesopotamia hasta la construcción del primer automotor, pero tan sólo nos ha llevado 150 años deforestar casi el 40% del territorio mundial tropical.

La deforestación para obtener productos maderables, la agricultura y ganadería, son quizás las actividades humanas que mayor impacto han tenido en el balance hidrológico a todos los niveles de cuencas. Y, sin duda, la emisión de gases de efecto invernadero productos de la combustión de combustibles fósiles son los responsables de los cambios climáticos globales.

Pero, pareciera que cuando enfrentamos las respuestas de la naturaleza a la alteración de sus balances y equilibrios ecológicos, nos sorprendemos y culpamos de los desastres ocurridos, aún de aquellos que pareciera que sobrepasa todas nuestras capacidades de defensa como ocurrió con el tsunami de Japón en el año 2011, que a pesar de tener infraestructura de protección contra estos fenómenos, comunes en su región, no fueron suficientes para protegerlos y lo denominamos entonces un desastre natural. El tsunami no habría forma de evitarlo, pero si se pudiera haber evitado poblar una zona costera con este riesgo.

Si nos exigimos un poco más y reflexionamos bien los hechos ante lo que llamamos “desastres naturales” nos daríamos cuenta de un factor común en las causales y que son siempre alteraciones a los procesos naturales producto de las actividades antropogénicas y muy pocas veces a causa de la naturaleza.

Podemos nombrar a muchos eventos denominados “desastres naturales” como son: terremotos, inundaciones, deslaves, erupciones volcánicas, maremotos, tornados, huracanes, avalanchas, hundimientos entre otros.

Pero, por ejemplo, un huracán o ciclón, es un fenómeno físico que puede ser perfectamente explicado por las leyes de la Termodinámica y el papel que juega en los procesos hidrológicos de los ecosistemas costeros, están extremadamente ligados con su balance hidrológico y renovación de especies. Sin embargo, cuando nos ponemos en su camino, se convierte para nosotros (la sociedad) en un desastre natural, sobre todo, si su categoría es mayor a 5 en la escala de Saffir Simpson.

Los desastres no son naturales; la naturaleza en balance y en equilibrio, no activa procesos extraordinarios sino es para recuperar su equilibrio o balance que algún evento alteró; y, el hombre hoy es responsable de muchas de las alteraciones que sufre la naturaleza.

Nos asombra y molesta cuando una zona urbana se inunda, pero en muchas ocasiones estas zonas se edificaron en causes y márgenes de cuerpos de agua que fueron rellenados y que “naturalmente” se inundaban antes de estar las obras ahí; No sé porque nos sorprende, dicen que el “agua tiene memoria” y Yo lo complementaría con esto: “y el hombre pareciera que la está perdiendo”.

No sería justo reconocer que existen eventos naturales que sí han ocasionado daños inevitables al hombre y su infraestructura como son las erupciones volcánicas y terremotos; pero aún estos eventos nos han dejado lecciones que deberíamos asimilar para minimizar efectos en lo futuro, pero hemos sistemáticamente desestimado estas valiosas lecciones de vida que nos brinda la naturaleza.

La naturaleza nos ha enseñado que nada en ella es casualidad, cada especie, cada elemento se enlazan e interactúan en un complejo y delicado equilibrio que son vitales para su subsistencia y que son vulnerables cuando se rebasa su resiliencia, es decir, su capacidad de recuperación ante un desequilibrio.

Debemos ser más responsables y respetuosos con la naturaleza para no llamar “desastre” a nuestros encuentros con ella.